Mi Querida Amanda

PARTE 01

 

—Gracias por su ayuda Lic., mañana a primera hora estaré en esa clínica.

 

—Sé que no me lo pidió, pero también le traigo la deuda que la señorita Fernández mantiene con la clínica, puesto que creo que también es de su interés.

 

Él hojeó los documentos que tenía delante, no podía creer, tal vez para un Winston esa cantidad no era nada, pero sabía que para una Fernández era demasiado.

 

—¿Cuándo se dará por vencida? Llevas meses atrasada y el costo de la cesárea será aún mayor, tal vez eso me convenga, después de todo si confirmo que es la hija de mi hermano, eso significara que exigiré la patria potestad y cualquier dato será conveniente, como la solvencia económica, por ejemplo, no por algo cursé unos ciclos de derecho en la universidad.

 

HORAS DESPUÉS

 

—Señor, bienvenido a casa. —Recibiendo el saco de Alejandro, quien luego se subía las mangas de la camisa y se quitaba el reloj que guarda de su hermano, si su madre lo veía sabía que podía alterarla.

 

—Gracias Graciela, ¿Alguna novedad?

 

—No, señor, su madre, ha estado tranquila, solo que — Guardando silencio unos segundos.

 

—¿Qué sucede? — Cuando se trataba de su madre, todo por más insignificante que pareciera era importante, aunque por fuera pareciera un tipo frío, un hombre tan hermético que nunca sabias que era lo que estaba pensando, seguía siendo el niño de mamá, aunque esta no lo recordara, aunque en su confundida muerte él sea un completo extraño.

 

—Preguntó por su hermano. — Aquellas palabras, era lo que temía siempre, que por momentos su mente dejara de divagar y empezara a ser consciente de que su menor hijo ya no estaba en este mundo, de que la vida se había encargado de la peor manera de darle una lección que él nunca pidió, él nunca quiso que su hermano muriera, él nunca pensó que a sus cortos veinticinco años terminara su vida.

 

—Vamos hermano, no seas aburrido, la vida se trata de divertirse, de disfrutar, de no amarrarse a nada ni a nadie, yo vivo mi vida, soy joven, la vida es corta.

 

—Ponte serio, no sé hasta cuando seguirás con tu vida bohemia.

 

—Hermano, soy un alma libre, mientras no le haga daño a nadie, tranquilo ya llegara mi momento de tomar las riendas de los negocios, mientras tanto deja que disfrute los placeres de la vida.

 

Los recuerdos invaden su mente, la sonrisa de su hermano, esa manera tan desinhibida de llevar su vida,

 

—¿Por qué te fuiste con ella? — Pensaba para sí mismo, nunca imagino que una llamada le diera la peor noticia de toda su vida, una llamada lo haría vivir en una realidad que nunca pensó vivir, una pesadilla que seguía viviendo a cada respiro.

 

—Iré a verla, no te preocupes

 

Cuando Alejandro se acercó a la hermosa habitación que tenía su madre, una con muchos libros, dibujos de animales, ese tipo de cosas a indicación de su neurólogo que trataba su Alzheimer, era lo mejor para estimular su cerebro, algunas veces también ponían la música clásica que tanto le gustaba.

 

—Madre.

 

—Mi niño hermoso, mi amor bello, ¿Cómo te fue en la escuela? Debo ir a servirte la comida, no me di cuenta de la hora — Debía evocar una sonrisa, pero, aunque esta no llegaba a sus ojos, de todas maneras, tenía que hacerla, era su madre, lo único que le quedaba, aunque no supiera por cuánto tiempo más sería así.

 

—Tranquila mami, Graciela ya me dio de comer, ¿Cómo te has sentido?

 

—Yo muy bien mi amor, mira hice este romponcito para tu hermanito Alessandro, está bonito ¿Verdad?

 

Hoy era uno de esos días en que su mente retrocedía veinticinco años y creía que estaba embaraza de su último hijo, Alejandro no pudo seguir ahí, le dolía hasta el alma verla de esa forma, no era la mujer fuerte, de carácter firme que sabía poner límites a sus hijos, la que se encargaba de que todo estuviera orden, lloro sin poder evitar cuando cerró esa puerta, se arrastró sobre ella hasta caer sentado, se tapaba el rostro, pocas veces se dejaba derrotar, pocas veces se derrumbaba, podía ser una persona muy hermética, cerrada ante sus emociones, pero no era un robot, no era una cosa que no sintiera, los sentimientos que guardaba muy en su interior estaban ahí, por eso de sus lágrimas, por eso de su dolor, se sentía solo sin la lucidez de su madre.

 

Luego de recobrar la ecuanimidad que lo representaba, se sentó en su despacho a analizar los próximos pasos a seguir, muchas cosas cambiarían si esa niña efectivamente compartía lazos de sangre con él, en ese momento se acercó Graciela no sin antes tocar la puerta, para traerle el café que le había pedido.

 

—Graciela, ya que estás aquí, debo informarte que probablemente en unas semanas tengamos un infante en esta casa, encárgate de acondicionar en la primera planta una habitación para ese propósito y que sea cerca a la tuya.

 

Graciela se sorprendió, algo había oído de la posible hija del niño Alecito como ella solía llamarlo, pero por más que quisiera, había cosas que no podía.

 

—Señor, con los años que tengo esta familia, me siento con la confianza de decirle algo.

 

—Te escucho — Dejando el café a un lado e invitándola a tomar asiento frente a él.

 

—Señor, yo tengo casi sesenta años y siempre he servido a esta casa desde la época en que sus padres recién se casaron, pase a ayudar con el cuidado de los niños de esta casa, siendo yo una veinteañera, pero con mi edad y con los cuidados que debe recibir su madre, no creo poder cuidar a una criatura tan pequeña, como es aquella, si mal no calculo, pero ayudaré en lo que yo pueda.

 

Él sabía que tenía razón, ver a su madre le había hecho perder un poco la noción de la realidad, era un infante que necesitaba cuidados especiales, tenía su madre con esa maldita enfermedad, entonces Graciela tenía razón.



#5374 en Novela romántica
#419 en Joven Adulto

En el texto hay: perdon, amor, odio

Editado: 06.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.