—¿Cómo hace para subsistir? Lleva dos meses en ese plan.
—Señor la investigamos, nadie la está ayudando, no tiene otros medios, solo que a veces la vemos entrando a departamentos a altas horas de la noche, claro hemos tomado fotografías.
Aquellas palabras no fueron nombradas con inocencia o con ningún ánimo de dar a entender alguna cosa diferente, fue realmente con toda la intención del mundo, como si le afectara de alguna manera, sin embargo, él no entraba en esa ecuación, era solo un empleado, un asistente.
Cuando Alejandro oyó aquellas palabras, se levantó de golpe de su asiento, no podía creer que pudiera ser cierto.
—¿Estás hablando en serio? Tiene que ser una broma, esta tipa insípida no puede estar haciendo algo como eso, espera a mí que me importa —Volviendo a sentarse— Al contrario, me conviene.
—Sí, señor, estoy seguro de que a un juez no le gustaría para nada fotos como esta — Cuando Anderson le mostró las fotos, donde ella Salía muy maquillada, entrando a departamentos de diferentes personas, la imaginaba en brazos de todo tipo de hombres, una ráfaga de rabia sin sentido se metió en su pecho, porque a la vez recordaba cuando la tuvo tan cerca, cuando con uno de sus dedos levanto su mentón, aquella mano que había posado en ella le provocaba un hormigueo que no tenía que ser.
—Guarda todo lo que tengas y no dudes presentarlo al abogado y por cierto, buen trabajo.
—Sí, señor, como usted diga— Se sentía feliz, satisfecho por primera vez recibía un halago, una palabra que demostraba que iba por buen camino, era un joven de solo veinte años que quería que aquel hombre a quien admiraba sin importar lo que otros digan, lo mire como a un igual, no importaba si eso demorara años, siempre cabizbajo, siempre con mirada sumisa, esperando una oportunidad no interesaba que muchos murmurasen que parecía su perro faldero, el orgulloso y feliz movería la cola si él se lo pidiese.
…
—Amiga, siento mucho que estés en un lugar como este.
—No te preocupes, además no tengo otra opción, dando clases particulares no iba a conseguir mucho, en cambio, limpiando mesas y platos, puedo conseguir dinero para ir juntando, solo serán unos meses, necesito todo el dinero posible para poder tener a mi sobrina conmigo.
Trataba de sonreír, pero era casi como una mueca, su sobrina era en todo lo que pensaba, cada vez que algún ebrio se quería pasar de mano larga con ella, cada vez que veía la montaña de vasos y platos que debía lavar con sumo cuidado, ya que cada uno que rompiese podía costar el doble de su precio.
—Amelia, mesa ocho— Cuando se acercó los ojos le brillaron, había un billete olvidado, lo guardo no sin antes agradecer al cielo su suerte, limpio la mesa, no sin antes ver a lo lejos algo que hizo que su corazón se agitara y casi sintiera que se le salía del pecho, cayó sentada con la bandeja de vasos sobre sus piernas, era Andrés, aquel hombre que tantas veces le prometió amor, quien también a la primera prueba lo que hizo fue abandonarla, demostrándole que nunca iban a ser felices, porque si no sabes apoyar y estar ahí para la persona con quien ibas a jurar amor eterno frente al altar, entonces no eras la persona correcta.
—Mira, quien tenemos acá, Amelia Fernández, mi ex prometida— Venía acompañado de una hermosa rubia que tenía enredado su brazo al de él, una mujer que la miro de pies a cabeza, evidentemente era una mirada de desprecio, ella presionó fuerte la bandeja tratando de controlar la rabia e ira.
—Miren, pues, el hombre que dijo amarme tantas veces y ahora está del brazo de otra, qué rápido me olvidaste Andrés —No sabía de donde saco la entereza para enfrentarlo y no dejarse humillar, sin importar que evidentemente tenía todas las de perder.
—Como te darás cuenta, dejarte fue lo mejor que pude haber hecho, gracias a eso encontré una verdadera mujer—Acercándola más a su dorso, haciendo que aquella mujer empiece a tocarlo con aquellas manos tan pulcras, tan sin una mancha o destello del trabajo duro, unas uñas perfectas y costosas—Una mujer digna de un hombre como yo, una mujer a la que no le llegas ni a los talones.
—Gatito, dejemos de perder el tiempo con esta tipa, vinimos a divertirnos, no a gastar saliva con minucias. Es evidente que esta mujer solo fue un pasatiempo, un tentempié hasta que llegara la verdadera mujer de tu vida.
Ella no pudo resistirlo, no podía aguantar el sentirse humillada y señalada como a la nada, pero antes que se fuera encima con todas las ganas de clavarle las uñas en ese rostro tan perfecto y sonrisa tan maquiavélica, alguien la tomo de la cintura y la alejo de ahí, cuando alzo la mirada se dio cuenta de que era Adam el barman del local, que había observado toda la escena, puesto que en toda la noche y los días que ella iba trabajando en ese lugar nunca la perdía de vista.
—¡Cálmate!
—¡No me toques! ¿Por qué te metes? ¿Quién eres?
—Amelia, llevas dos semanas aquí y no te has fijado que estoy aquí antes que tú— Cuando se calmó un poco, se alejó y lo pudo ver bien, claro, era el barman a quien le entregaba las copas, pero nunca se atrevía a ver a los ojos, trataba de concentrarse lo más que podía en hacer bien las cosas, así que mirar al hombre delante de ella no era una prioridad.
—Solo vine a trabajar, no a conocer a alguien, además eso no tiene nada que ver con que te tomes atribuciones con mi persona, no tienes derecho a meterte en mis asuntos.
—Sé que tu sobrina es importante, así que, si hacías algo como lo que pensabas hacer, definitivamente te iban a sacar de patitas a la calle ¿Eso querías? Porque eso iba a pasar, date cuenta.
Era verdad, Amelia, pego su cuerpo sobre la fría pared del aquel pasadizo que daba hacia los baños del lugar. Se había dado cuenta de que estuvo a punto de perder lo que tanto le había costado, trabajar en aquel lugar, tal vez no le daba lo suficiente para saldar sus deudas, pero la ayudaba mucho, las propinas, los billetes que encontraba de vez en cuando, el dinero por cada vaso lavado o plato, todo contaba no importaba si las horas eran extenuantes y agotadoras, si día a día sentía que su cuerpo se partía en varias partes y casi no podía dormir, el pensar en Amanda la hacía levantarse cada mañana y volver a intentarlo.