—Estoy segura de que ahí dentro estás muy bien, sigue así preciosa, sigue así.
—Acompáñeme, debemos hacer una ecografía para asegurarnos que su linda sobrina va bien hasta ahora.
—Claro que sí, mi sobrina es una guerrera. Vamos
Camino con ella hasta el área de ginecología, pero cuando estaban por atravesar aquel umbral, no podía creer lo que sus ojos veían, era el perro loco, más loco y sádico que había alguna vez conocido, pegado a la pared, con las manos en los bolsillos, no podía negarlo, era atractivo, con ese traje azul rey que le quedaba como mandado hacer, esa camisa blanca y corbata del color del traje, se notaba que hacía ejercicio, Amelia se cacheteó mentalmente por andar fijándose en esas cosas absurdas y sin sentido.
—Hasta que por fin.
—¡¿Qué diablos hace aquí?!
—Mira, como me hablas, eres bastante testaruda y ridículamente orgullosa, para no tener un centavo, de verdad que no sé por qué gastas tu tiempo de manera tan inútil, si al final sabes qué sucederá.
Se acercó a ella. Como un león a su presa, ella sentía que los nervios se apoderaban de ella, pero le enfadaba que sea de esa forma. No podía permitir que se sienta ganador, un hombre que está acostumbrado a siempre serlo, le debería llegar alguien que lo ubique de un solo golpe.
—No voy a dejar que se quede con ella, no quiero que la haga a su imagen y semejanza, los Winston solo traen desgracia a nuestras vidas.
—Mira que yo opino lo mismo de las Fernández, solo sirven para poner una nube gris sobre mi cabeza.
—Amanda es una Fernández, te guste o no te guste, ser una Winston es solo una piedra en su zapato, cuando nazca nos iremos muy lejos y no crecerá con ese estigma.
Claro que iba a refutar, sin embargo, se dieron cuenta de que estaban a punto de hacerle los exámenes a Amalia, se apresuraron a ingresar, casi atropellándose para entrar primero, como si fueran dos niños pequeños y caprichudos.
—Quítate que estorbas.
—El burro hablando de orejas, en primer lugar, de verdad no entiendo qué hace acá, a cierto disfruta del sufrimiento mientras no sea el suyo, es usted un sádico, un perro loco.
—¡¿Qué dice?!
—Perro, porque ladra y ladra con sus amenazas y loco, por solo un loco sádico disfrutaría la situación que está atravesando mi familia sin importar quién tiene la culpa.
No lograron seguir discutiendo, porque en la pantalla ya se veía a la pequeña Amanda, se oían los latidos de su pequeño corazón.
>>Es hermoso, doctor puedo tener una copia por favor—Estaba a punto de derramar varias lágrimas, estaba conmovida era un pedacito de su hermanita, era lo único que le quedaba de Amalia. Sin embargo, su mirada se desvió hacia la figura del perro loco de Alejandro Winston, era un rostro inmutable, frio con un tempano de hielo, estoico hasta el final, no podías estudiar sus gestos, porque no los tenía.
—Verifique que no tenga alguna malformación genética o congénitas, verifique todo y que nada se le escape. —Haciéndole un gesto sobre que le estaba pagando bastante bien para que lo tenga totalmente informado, primero que, a nadie, no le interesaba si quien se desvelaba o padecía las malas noches era Amelia, el dinero puede corromper hasta el más incorruptible.
—Yo soy quien está endeudada hasta el cuello por mantener a mi hermana aquí, no puede ser más descarado sin vergüenza, ¡Usted no puede darle ni un dato a este sujeto! Se lo prohíbo tajantemente, no me interesa su apellido o el dinero que tenga, se trata de mi familia.
—La entiendo, su hermana está entrado a la semana veintinueve, el feto se encuentra en perfecto estado, solo sus latidos presentan una irregularidad, pero va de acuerdo con la situación anómala del embarazo. Pero para evitar más complicaciones, llegado a la semana treinta y seis procederemos con la cesárea de emergencia.
Estaba a solo siete semanas de que su mundo se vuelva a hundir en un profundo dolor, se acerca el día que la pequeña Amanda vería la luz, pero se pagaría la de Amalia, esta vez sin vuelta atrás. Ella se apresuró a limpiar a su hermana, cada uno de sus movimientos era lleno de un dolor indescriptible, era como si le hubieran clavado miles de agujas.
—Siempre le voy a hablar de ti, ella sabrá quién fue su madre—Las lágrimas que se resistía a derramar, salieron como una gruta, es que Amelia sentía un nudo en la garganta, como si le fuera difícil hasta respirar entre tantas lágrimas, unas que era de dolor, de tristeza y sobre todo de esperanzas perdidas. Anhelaba tanto un milagro como el de las películas. Pero era consciente que la vida no siempre es como en las películas, donde los milagros tan adecuados existían.
Había estado tan sumida en sus pensamientos, que no se dio cuenta el momento en que Alejandro se había marchado, ella sentía tanto esa opresión en el pecho, como cuando sus padres murieron.
—Estamos solas en este mundo hermana.
—Eso nunca Amalia, mientras nos tengamos la una a la otra, nunca estaremos solas, te amo hermanita y te voy a cuidar siempre.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
SEMANAS DESPUÉS
—Mira Adam, esta noche me fue muy bien con las propinas, un día más y creo que tengo para terminar de pagar la renta y adelantar algo al hospital.
—Qué bueno, pero sabes que no es mucho, pero puedes contar conmigo
—Gracias Adam— Tomando las manos del hombre que en las últimas semanas había sabido ser su apoyo, un hombre donde llorar o aligerar las penas, así sea solo escuchándola. —Pero bueno, a seguir trabajando, tal vez tenga suerte y me encuentre otro billete de esos.