— Elizabeth... — susurró una pelirroja de ojos azules tocando la puerta de la habitación de su hija. Sin embargo, no recibió respuesta, así que entró. La menor estaba acostada removiéndose entre las sábanas, tocó su pie y de inmediato se despertó la pelirroja menor, a lo que la mayor sonrió, esa era la única manera en la que podía despertarla.
— Mamá... — bostezó y talló sus ojos con sus pequeños puños.
— Levántate, recuerda que nos encontraremos en la playa con tus tíos y tu prima Sara.
— Cierto — respondió con simpleza, acto que le extrañó a su madre, quien frunció el ceño. —, pero hoy no quiero salir. — Elena abrió los ojos sorprendida.
Su hija había dicho que no quería salir, y precisamente cuando irían a playa, eso sólo significaba algo, estaba enferma o se acabaría el mundo ese día.
Tocó la frente de Elizabeth. — No tienes fiebre — susurró. —, ¿te sientes bien? — la menor rio dulcemente tomando aquello como un chiste.
— Estoy bien, mamá, sólo no quiero salir.
— ¿Segura que eres mi hija? — Elizabeth rio aún más fuerte, vaya su madre hoy estaba siendo demasiado chistosa.
— Mamá, soy yo, tu hija, el mejor reflejo de ti que puedes ver, incluso mejor que el del espejo. — sí, definitivamente era su hija, ese era un comentario que sólo haría Elizabeth.
— Ok, ya lo confirmé. Ahora, dime, ¿por qué no quieres ir a la playa, cariño?
— No es que no quiera ir a la playa... es que no quiero salir hoy, siento que algo malo pasará hoy.
— No te preocupes, no pasará nada, amor. — besó su frente. — Levántate. — palmeó suavemente su pierna. —, está listo el desayuno.
— Está bien. — retiró las sábanas que la cubrían y le dio un beso en la frente a Elena. — Buenos días, mami.
— Buenos días, mi niña.— contestó la pelirroja mayor y salió hacia su habitación, por su parte, la menor se puso sus pantuflas y se dirigió al baño, se duchó rápidamente y bajó al comedor en toalla, allí se dispuso a desayunar una ensalada de frutos rojos con un vaso de agua.
Minutos después bajó su madre vestida de su bata de salida de baño. “Amo esa bata”, pensó Elizabeth, siempre que la veía llegaba ese pensamiento a su mente.
— Mi cielo, ¿cuál vestido de baño crees que deba usar? ¿El rojo o el celeste? — dijo simulando medirse ambos vestidos tejidos sobre su cuerpo.
— ¡¿Cuántas veces debo decir que la ropa no se combina con el cabello?! — exclamó la menor exagerando su ligera molestia. — Ponte el celeste, resalta tus ojos. — la mayor dio un pequeño grito agudo de emoción, amaba todos los tonos de azul, porque resaltaban el color de sus ojos. La menor sonrió y terminó su desayuno, luego tomó su vaso de agua. — También me pondré el celeste que tengo. — la mayor sonrió.
— ¡Hora de confundir! — dijeron al unísono y rieron.
A madre e hija les gustaba vestirse igual y eso, acompañado de su increíble parecido físico —que se compara al de unas gemelas—, hacía que incluso sus familiares más cercanos las confundieran.
Entonces la menor lavó sus manos y subió a su habitación, al llegar abrió la puerta del closet de par en par, buscó entre su ropa tejida —hecha por sus propias manos— su vestido de baño preferido de color celeste, era de dos partes, la parte superior era un top que dejaba caer algunos hilos trenzados de lana, por otro lado, la parte inferior constaba de unos shorts que se ajustaban en la cintura con un lazo que tenía en cada punta un pompón.
Se puso el conjunto y tomó su mochila tejida negra, en ella guardó un protector solar, un brillo labial —porque normalmente la playa resecaba sus rosáceos labios—, masaje capilar —para evitar que el mar le maltratase su hermoso cabello—, su celular y ropa de cambio.
— Creo que con eso es suficiente.
La palabra merienda llegó a su mente y bajó rápidamente las escaleras en busca de su madre.
— ¡Mamá! — le llamó, la ojiazul mayor asomó su cabeza desde el sillón de la sala.
— ¡Estoy en la sala, mi cielo! — gritó y la pelirroja menor se dirigió hacia allá.
— Dime que hiciste las palomitas de maíz, por favor. — dijo haciendo pucheros.
— Por supuesto, mi vida, ya están guardadas, también llevo galletas, arequipe, leche condensada. — dijo enumerando con sus manos. — ¡Ah! ¡Ya sé qué me falta! — dijo chocando su puño contra su palma.
— ¿Qué cosa?
— ¡Los sombreros! — la ojiazul menor chocó su mano contra su frente.
— Eso es de lo más importante. — sí, amaban usar sombreros, sobre todo cuando iban a playa; es más, tenían muchos gustos en común.
La mayor subió a su habitación y bajó un par de minutos después con un par de sombreros color celeste. — Listo, andando. — expresó y acto seguido tomaron sus cosas y fueron al garage, en el cual estaba un hermoso carro rojo, se subieron a él, Elena como piloto y Elizabeth de copiloto, y dejaron las cosas en los asientos traseros. Elena encendió el carro y salió del garage, Elizabeth extendió su mano a la radio y la puso en modo USB, conectó la suya y la música comenzó a sonar, haciendo que ambas movieran la cabeza de un lado a otro siguiendo el ritmo. — ¿Sara te ha escrito algo? — preguntó Elena.
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Editado: 09.08.2024