Mi querida Ariel

Cap. 2.

Elizabeth escuchó ruidos fuertes de los impactos que recibía el auto de su madre, trataba de calmarse pero no podía, no sabía qué pasaba y eso la preocupaba, parecía que todo iba mal. Entonces sintió que era abrazada y cómo su ropa se manchaba por un líquido que no quería ver.

Pronto los ruidos desaparecieron, llegando un silencio espeluznante, el auto había dejado de volcarse, pero sentía su cuerpo dar vueltas, estaba mareada debido a lo sucedido.

— Lizzy, ¿estás bien, cariño? — escuchó a su madre hablar con dificultad. Abrió sus ojos, deseando de inmediato no ver lo que presenciaba en ese instante.

El parabrisas estaba destrozado, al igual que las ventanillas y podía jurar que el carro tenía abolladuras por todos lados. Pero, los daños del auto no era lo que la preocupaba, sino a quien tenía enfrente. Su madre, su mejor amiga, tenía múltiples rasguños y vidrios perforando su piel blanca, que ahora era manchada por la sangre, al igual que la ropa.

Sangre, hay mucha sangre, mamá está sangrando, pensaba la menor entrando en pánico y su ritmo cardíaco empezaba a acelerarse. Su hematofobia —miedo a la sangre.— no ayudaba en estos momentos, el miedo la paralizó, no podía hablar, sentía que vomitaría con tan sólo abrir su boca.

Se limitó a mover su cabeza de arriba hacia abajo ligeramente, respondiendo así la pregunta de su madre, la cual sonrió forzosamente debido al dolor. Pero el dolor no le importaba, con tal que su hija estuviese a salvo, sería capaz de soportar cualquier dolor con el fin de transmitirle paz a su pequeña.

— Estoy bien, no te preocupes por mí, mi niña. — dijo con dificultad y luego tosió botando un poco de sangre.

No mientas, mamá, sabemos que no es así, respondía Elizabeth en su mente.

A unos metros de distancia, sus familiares observaron el accidente espantados. Pietro condujo hacia allá, Sara llamó al teléfono de ambulancias y pidió dos, mientras que Carina, su madre, rezaba para que todo estuviese bien con las dos pelirrojas ojiazules.

Pietro estacionó detrás del auto rojo y todos bajaron. Él se acercó y vio la terrible escena, su cuñada tenía múltiples trozos de vidrio incrustados en su cuerpo, estaba sentada en las piernas de hija quien tenía algunos rasguños, la había protegido... Pietro se conmovió y con una seña le dijo a su esposa e hija que no se acercaran.

— Cuñado, abre, por favor, creo que Elizabeth pronto vomitará. — dijo con la voz entrecortada la mayor de las ojiazules.

Él asintió sin poder decir nada, estaba asombrado, aún con tanto dolor, ella estaba preocupada por su hija en lugar de preocuparse por sí misma. Forzó la puerta del copiloto y tomó con cuidado a Elena, la sacó del auto y la sentó en el pasto, provocando que algunos trozos de vidrio perforaran más su cuerpo.

— ¡Agh! — no pudo evitar gemir de dolor.

— Lo siento, lo siento mucho. — empezó a disculparse el castaño.

— No te preocupes. — respondió con dificultad Elena.

Por otro lado, Elizabeth bajó del auto y se arrodilló en el pasto, abrió la boca intentando buscar el aire que le hacía falta, pero sólo le provocó arcadas, seguidas del desalojo de su estómago. Sara lo notó y se acercó apresuradamente, procediendo a acariciarle el cabello y la espalda a Elizabeth intentando relajarla, pero no lo lograba, la ojiazul menor estaba preocupada por su madre, hasta el punto que no podía decir nada.

Minutos pasaron y las arcadas fueron disminuyendo, y Elizabeth buscó regular su respiración, se levantó tambaleante, Sara se hizo a un lado y la tomó del brazo intentando equilibrarla.

Se escucharon las sirenas de un par de ambulancias que se apresuraban a llegar al lugar del accidente. Elizabeth miró las ambulancias cuando estas estacionaron delante del auto rojo que se hallaba destruido.

— Por favor, ayuden a mamá... — susurró antes de desmayarse, desequilibrando a su prima quien se esforzó por impedir que ambas cayeran al pasto.

Al observar esto, los paramédicos se apresuraron a bajar de las ambulancias, sacaron un par de camillas, en las cuales, pusieron a Elizabeth y Elena, una en cada una. Subieron las camillas en sus respectivas ambulancias, Carina se subió en la que estaba Elena, mientras que Sara se subió en la que estaba Elizabeth, en cambio Pietro, decidió seguir las ambulancias en el carro, pues sólo permitían un acompañante en cada ambulancia.

Las ambulancias se dirigieron al hospital más cercano, al llegar, se apresuraron a atenderlas al ver que la menor estaba inconsciente y la mayor se encontraba gravemente herida.

— Llamen a Phoenix, por favor. — pidió Elena con las pocas fuerzas que tenía, antes que la llevaran a la sala de operaciones.

Sus tres familiares se sorprendieron ante la petición y se preguntaban por qué lo había pedido. ¿Por qué pidió que llamaran a Phoenix, quien se encontraba en Francia desde hace años?

Sara no lo pensó mucho tiempo y llamó a su tía Phoenix, quien después de dos timbres contestó.

— Hola, Sara, ¿y ese milagro que llamas? — dijo alegremente desde el otro lado, sin imaginarse lo que sucedía en Italia, su país natal.

Sara inhaló profundamente intentando relajarse y respondió. — Hoy fuimos a la playa...




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