Mi querida Ariel

Cap. 3.

— Elena murió. — contestó la pelirroja mayor formando tensión en el aire.

Al escuchar ese par de palabras, Elizabeth sintió algo romperse en su corazón, su respiración se volvió agitada y sintió sus ojos humedecerse. Su madre había fallecido, y quería aferrarse a creer que aquello era sólo una cruel broma de su tía.

— ¡Phoenix! — gritaron al unísono con molestia Carina y Pietro.

— ¿Qué? — respondió con la misma molestia Phoenix. — ¿Acaso no pensaban decirle? — los miró fríamente. — Tarde o temprano iba a enterarse, yo nunca oculté la muerte de nuestra madre, tampoco lo haré con Elena.

— No... — susurraba Elizabeth consecutivamente mientras negaba con la cabeza y cubría sus orejas con sus manos. — dime que es mentira, mamá no puede estar muerta. — Phoenix se acercó a Elizabeth y le tomó ambas manos con las suyas.

— Lizzy... — la llamó, pero ella no le dirigió la mirada. — mírame. — la menor levantó la mirada. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y algunas de ellas resbalaban por sus mejillas, humedeciéndolas en el proceso. — Con eso no se bromea, es la cruel realidad. — la ojimiel estaba a punto de llorar pero se mantuvo serena.

— ¿Qué pasa aquí? — entró una enfermera a la habitación. — Son muchos aquí adentro y están perturbando a la paciente, salgan. — Sara y sus padres salieron, pero Phoenix se negó a salir.

Elizabeth recordó el accidente y la última vez que vio a su madre, aquello le provocó que sintiera el estómago revolverse, se llevó las manos a la boca intentando evitar el vómito, pero no podía, Phoenix se dio cuenta y le habló a la enfermera.

— Va a vomitar. — la mujer se apresuró a quitarle la intravenosa con cuidado, permitiendo que la menor pudiese levantarse a toda prisa en dirección al baño, siendo seguida por Phoenix.

La ojiazul apoyó sus manos a lado y lado de la taza, y comenzó a vaciar aún más su estómago, sin saber qué había botado, pues no había comido nada desde el almuerzo del día anterior.

Phoenix se agachó y le acarició la espalda hasta que las arcadas desaparecieron, dejando a la pelirroja menor pálida. Al ver esa escena, la ojimiel no pudo evitar recordar cómo estaba su hermana antes de fallecer, y se regañó mentalmente al compararlas de esa manera.

— ¿Mejor? — preguntó Phoenix y de inmediato quiso golpearse. ¿Cómo podría preguntarle si estaba mejor cuando había perdido a su madre? Su sobrina seguramente estaba destrozada, lo mejor era que callara y evitara decir cualquier tontería.

Elizabeth respondió con silencio, su tía la atrajo hacia ella, abrazándola por la cintura, a lo que la ojiazul recargó su cabeza en el pecho de la ojimiel.

— Es mejor que vuelva a la camilla. — susurró la enfermera, tras observar que ambas estaban sentadas en el suelo, ganándose una mirada fría de la pelirroja mayor.

Phoenix prefería que su sobrina no estuviese atada a la camilla sin poder moverse, pues, de esa manera podía sentirse más tranquila Elizabeth.

— Iré por un doctor. — dijo la enfermera recibiendo poca atención de parte de las pelirrojas. Salió de la habitación incómoda, dejando al par de pelirrojas solas.

— Ven, levántate, vamos al sofá. — dijo apacible, Elizabeth no respondió y se limitó a acatar la orden.

Se sentaron en el sofá sin mediar palabras y Phoenix palmeó sus piernas, a lo que la menor recostó su cabeza allí.

La pelirroja menor volvió a llorar mientras pensaba en su madre. Era tan joven, apenas tenía 27 años y había logrado mucho con su pequeño negocio, y aún así se dedicaba por completo a su hija.

Su sedoso cabello, su radiante sonrisa, sus ojos siempre brillantes, no los volvería a ver, porque ella ya no estaba viva. Ya no estaba allí para peinarle el cabello suavemente, hacerle un montón de peinados, ni para llevarla al colegio. Las charlas que duraban horas y horas mientras tejían, ya no volverían, porque Elena no estaría.

Sintió frío, se sintió abandonada. ¿Por qué su madre tenía que morir? ¿Por qué tenía que dejarla? Se preguntaba una y otra vez mientras más lágrimas recorrían sus mejillas hasta llegar al jean de su tía.

¿Por qué las personas mueren? ¿Por qué vivir si no es para siempre? ¿Por qué extrañas cuando alguien se va? ¿Por qué sientes un vacío irremediable en tu pecho? La pequeña comenzaba a cuestionarse aquello, era muy pequeña como para pensar en esas cosas profundas, pero, tras la reciente pérdida no pudo evitar formularlas en su mente.

Elena ya no volvería y su mente se encargaba de repetírselo una y otra vez, como si quisiera dejarle una marca profunda que no se borrara nunca; dicha marca se formaba en su pecho, el cual le ardía, le dolía profundamente, sin embargo, ningún medicamento podría sanarle el dolor que sentía en ese instante.

Ingresó el médico y habló al ver a Phoenix. — Ya se extrajeron los órganos y otras cosas que se pueden transplantar, pronto prepararán el cadáver. — la ojimiel asintió y el doctor se retiró.

Ya prepararían el cadáver. Era un hecho que su madre estaba muerta, pronto sería el velorio y más tarde el entierro. Elena estaría bajo tierra, ya no la vería, ni la escucharía y tampoco pasarían tiempo juntas.

Phoenix comenzó a acariciarle su suave cabello. — Sé que a Elena le hubiese gustado donar sus órganos, por eso concedí el permiso.




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