Mi querida Ariel

Cap. 4.

Los ruidos desaparecieron, Elizabeth dejó de tirar cosas al suelo e intentó relajarse un poco, pero no pudo, lágrimas resbalaban sin parar. Trataba calmarse respirando un poco, sin embargo, eso no la ayudó, su respiración estaba agitada, sentía que el aire le faltaba y su vista comenzaba a nublarse. Se fue tambaleando a su cama y se acostó en ella, luego cerró sus ojos cayendo inconsciente.

Al mediodía, Phoenix tocó la puerta suavemente y no recibió respuesta, tocó una vez más y nada, comenzó a preocuparse y tocó más fuerte. — ¡Elizabeth! Ya está listo el almuerzo.

— Ya voy. — la mayor suspiró y la menor abrió la puerta. Phoenix la observó, su rostro tenía marcas de la sábana y su nariz estaba un poco roja debido al llanto; aún traía la ropa con la que había salido del hospital.

— Ve a bañarte, luego bajas.

— Está bien. — contestó sin darle mucha importancia al asunto. Entró al baño y su tía ingresó a la habitación, Phoenix intentó organizar el desorden causado por la menor, teniendo cuidado de no pisar los trozos de vidrio.

Colocó los libros en la pequeña biblioteca y sacó su celular del bolsillo. Llamó a Nathan, quien contestó después de dos timbres.

— ¿Mamá? ¿Cómo estás? ¿Cómo llegaste? ¿Cómo están tía Elena y Lizzy? — preguntó rápidamente.

— Estoy bien, llegué en avión y... Lizzy está... bien de salud. — respondió lo último intentando no preocuparlo.

— ¿Y mi tía? — pidió saber el pelirrojo.

— Ella... falleció.

— ¿Qué? — Nathan no lo podía creer, su tía estaba llena de vida, pero el fatal destino estuvo en su contra y no le permitió ver a su querida hija crecer. Con este último pensamiento, el pelirrojo se preocupó por su prima y habló. — Iré allá.

— No puedes, la casa quedará sola si vienes. Yo estoy con Elizabeth, no te preocupes. — el chico suspiró derrotado.

— Está bien, cuídense, chao.

— Tú también cuídate. — colgó y vio a Elizabeth salir del baño con su cuerpo envuelto en una toalla.

— ¿Nathan?

— Sí, era él, estaba preocupado y le conté lo que pasó. — la ojiazul miró hacia la cama.

— Entiendo. — Phoenix observó el cuerpo de su sobrina, el cual se estaba convirtiendo en el de una mujer. La ojimiel sonrió, Elizabeth sería mucho más bella que su madre.

— Lizzy... — la llamó.

— Dime, tía. — contestó sin mirarla, mientras buscaba entre su ropa algo que ponerse.

— ¿Ya te desarrollaste? — al escuchar aquello, los colores se le subieron al rostro de la menor.

— No, aún no. - contestó vergonzosamente, a lo que su tía carcajeó fuertemente.

— Tranquila, es algo normal, no es algo de lo que avergonzarse.

Elizabeth negó, para ella esos temas eran personales, incómodos y vergonzosos.

Se vistió rápidamente con una blusa corta de color celeste y unos shorts blancos.

Salió de la habitación y bajó las escaleras junto a su tía.

Al llegar a la sala escuchó la voz de Carina quien hablaba por teléfono. — Sí, por supuesto que habrá misa, eso es sumamente importante para el entierro.

Elizabeth sintió la ira apoderarse de su cuerpo, su madre no era religiosa, mucho menos católica, no permitiría que eso sucediara. Así que, furiosa, gritó. — ¡Claro que no habrá misa! A ti no te corresponde decidir eso.

— A ti no te corresponde decidir sobre este tema, déjalo a los adultos, eres una niña.

— ¡Yo soy la que más tiene derecho a decidir sobre esto, soy su hija! Y, contrario a ti, yo sé perfectamente qué decidiría mi madre, y también sé que lo que has decidido no tiene nada que ver con los gustos de ella. — estaba muy molesta, y se notaba en su rostro colorado.

— ¿Es eso cierto? - intervino Phoenix en la discusión, poniendo una mano en el hombro de la ojiazul. Carina no contestó, lo cual molestó a la ojimiel, quien habló otra vez. — ¡Responde! — su hermana tensó su mandíbula comprendiendo que no podía defenderse sin importar qué dijese. — Te dejé los arreglos porque pasaste más tiempo con Elena que yo, pero no hiciste nada que tomase en cuenta lo que a ella le agradaba... qué decepción. — la ojinegra bajó la mirada al escuchar aquello de parte de su hermana mayor, su sobrina se acercó y le arrebató el celular de las manos, pero ella no dijo nada al respecto, sólo fue a sentarse al comedor.

— ¿Aló? — contestó una mujer que no conocía. — Disculpe que haya tenido que escuchar nuestra discusión familiar. Soy Elizabeth Bornacelli, hija de Elena, quisiera cambiar los arreglos, ¿podría formular las preguntas una vez más, por favor?

— Está bien. Podríamos empezar con las flores, ¿cuáles le gustaría?

— Rosas blancas.

— ¿Tiene un ataúd o quiere que le hagamos uno?

— Me gustaría uno, pero sin cruces, por favor, en lugar de un diseño de cruces, quisiera uno de un diseño de arañas. — respondió sonriendo levemente, los animales favoritos de Elena eran las arañas, pues tejen, al igual que ella lo hacía.

— Será un poco más costoso, pues tendríamos que fabricar uno, ¿está segura?




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