Mi querida Ariel

Cap. 6.

Al día siguiente, tras los primeros rayos del sol colándose por la ventana y su ruidosa alarma sonando sin parar, Elizabeth se levantó de la cama y escuchó la puerta abrirse, era su tía Phoenix.

— Al fin te levantas, venía para apagar el alarma y despertarte yo.

— Ya estaba despierta. — dijo indiferente y Phoenix notó sus ojeras.

— Comienza a alistarte, en una hora entras a clases y tu tío Pietro vendrá a recogerte.

— ¿Cómo sabes a qué hora entro? — la mayor sonrió.

— Nosotras estudiamos en el mismo colegio.

— Es cierto. — hizo un intento por sonreír, pero, en su lugar, sus comisuras bajaron. Phoenix le dio un beso en la frente y se dirigió a la puerta.

— Empezaré a hacer el desayuno, ¿qué te gustaría?

— Suelo desayunar cereal. — respuesta la menor con simpleza y entró al baño; por su parte, la mayor salió de la habitación preguntándose si algún día su sobrina podría aceptar la muerte de su madre, sabía que esas ojeras eran por no dormir para no atormentarse con el accidente.

Por otro lado, la pelirroja menor se apresuró en alistarse para ir al colegio; se duchó, se puso su uniforme, alistó su mochila y comió rápidamente.

— Parece que tienes prisa por irte. — dijo la mayor mientras bebía su té y observaba a su sobrina comer velozmente.

— Eh... yo... no... — respondió con nerviosismo y su tía enarcó una ceja.

— Creí que mi hermana te había dicho... — comenzó a hablar e inmediatamente se arrepintió de tocar la herida que ni siquiera tenía indicio alguno de cicatrizar.

Tras escucharla, Elizabeth suspiró y recordó las palabras que le dijo su madre antes de enviarla a su primer viaje a Francia: "No intentes por algún motivo mentirle a tu tía, no tendrá efecto en ella.".

— Sí, lo dijo. — antes que Phoenix pudiese abrir la boca y emitir algún sonido, el claxon de un auto sonó fuertemente. — Debe ser mi tío Pietro. — la pelirroja mayor asintió.

— Seguramente, voy a abrirle. — Phoenix se levantó y se dirigió a la entrada, abrió la puerta y, efectivamente, era su cuñado. — Buenos días, Pietro.

— Buenos días, Phoenix, ¿cómo está Lizzy? — terminó con un tono un poco preocupado, la ojimiel bajó una de sus comisuras.

— No está del todo bien, parece que se la pasó llorando toda la noche. No quiere estar en casa, ya está lista para ir al colegio. — Pietro negó mientras sostenía su entrecejo con sus dedos índice y pulgar. — ¿Cómo está Carina?

— Algo molesta con Lizzy por lo de ayer... tú sabes cómo es ella. — Phoenix asintió.

— Nadie ha cambiado...

— Hola, tío Pietro. — saludó la pequeña pelirroja con su mochila tejida en su espalda, lista para el colegio.

— Hola, Lizzy. — la ojiazul miró de un lado a otro.

— ¿Dónde está Sara? — preguntó tras notar que su tío venía solo.

—Ella ya está en el colegio, Carina la llevó.

— Mmmm. — asintió y concluyó que era uno de esos días en los que su tía la alejaba de su prima por pensar que podía ser mala influencia para su hija. La ojiazul procedió a ponerse sus audífonos, caminó hacia el auto y, algo nerviosa, se reclinó a él.

— Llévala, no quiere llegar tarde. — le dijo Phoenix a Pietro y él asintió.

— Está bien. Si sucede algo, no dudes en llamarme, addio.

Addio, Pietro. — el susodicho se dio media vuelta y sacó la llave de su auto, subió a este con su sobrina y la llevó al colegio. El transcurso a este fue en silencio mientras la menor continuaba el último trabajo incompleto de su madre; al llegar al colegio, Elizabeth bajó del carro y Pietro habló.

— Volveré por ti al terminar las clases. — la pelirroja asintió y, tras cerrar la puerta del auto, entró al colegio.

Como ella esperaba, la ojiazul se convirtió aún más en el centro de atención en el colegio, siempre destacaba su cabellera y su cuerpo que empezaba a desarrollarse, su inteligencia y la fama de su madre la hicieron la chica más popular del colegio, ganándose así la atención de los chicos y la envidia de las chicas, sí, la pequeña era víctima de bullying, aunque siempre le restaba importancia; sin embargo esta vez, era el centro de atención por algo completamente diferente que no era de su agrado para nada, la muerte de su madre, la tejedora más famosa y creativa de Italia.

— Mírala, tan creída y es huérfana, ahora está completamente sola, sin padre ni madre. — susurraba una chica a otra.

— No ha pasado ni siquiera una semana desde la muerte de su madre y ya está escuchando música... sin duda no tiene sentimientos.

— Shh, te va a escuchar.

— Tiene audífonos, no te preocupes, seguro tiene el volumen a tope.

Lo último era cierto, pero, a pesar de eso, la pelirroja escuchaba claramente todos y cada uno de los comentarios de sus compañeros; sin embargo, los ignoró y siguió caminando hacia el salón de clases. Al llegar, se sentó en primera fila y suspiró.

— Al menos se siente mejor que estar en casa... — pensó. Luego, se dio unas palmadas en sus mejillas para concentrarse y continuó el último trabajo de su madre; le costaba un poco ese tejido, pues no estaba acostumbrada a tejer con dos agujas, aun así, estaba decidida a terminarlo, aunque no estaba segura de que lograría entregarlo a su dueño.




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