Mi querida Ariel

Cap. 8.

Un mes después, Phoenix pensaba en lo rápido que había pasado el tiempo mientras cocinaba el desayuno. Después de lo sucedido en el sepelio de su hermana Elena, lo cual generó noticias durante una semana, habló seriamente con Carina sobre la salud mental de su sobrina, llegaron a la conclusión de que no era completamente estable y que, si no se le llevaba a un psicólogo o psiquiatra, al menos, debían evitar irritarla y exponerla a situaciones que podrían darle algún tipo de crisis relacionada con su fobia.

Pero, eso no era lo único que había sucedido, la pelirroja mayor había leído el testamento de la ojiazul mayor, en el cual esta cede la custodia de Elizabeth a Phoenix, al mismo tiempo que la asignaba como responsable de todos sus negocios y propiedades hasta que la menor quisiera encargarse de estos, sin embargo, la ojimiel no sabía cómo darle la noticia a su sobrina, quien comenzaba a sospechar que su tía estaba ocultándole algo, entre esas cosas el por qué frecuentemente llamaban los directivos de las empresas, sucursales y almacenes relacionados directa e indirectamente con “Elena’s Designs”, además, la mayor era quien contestaba las llamadas del celular de Elena, el cual debió repararse tras el accidente.

Dejó el tema de lado y comenzó a centrarse en Elizabeth, quien estaba extraña, había adelgazado y su rendimiento escolar había bajado, pues se dormía en algunas clases debido al insomnio nocturno, y por esta razón tenía anotaciones en el acta de convivencia.

Pero esto no era lo más importante, la menor llegaba con su uniforme sucio, manchado, rayado y con raspones y moretones. Por eso la mayor diariamente le cuestionaba a la ojiazul, quien normalmente cambiaba de tema o no respondía. Phoenix sospechaba que la menor sufría de bullying, así que había tomado fotos como evidencia, pero no podía hacer nada sin otra prueba o sospechosos, mucho menos si Elizabeth no colaboraba con su testimonio.

Lo que no imaginaba la ojimiel es que ese día llegaría la solución a sus problemas.

La ojiazul se encontraba dormida abrazando la blusa tejida que estaba casi terminada, la menor no la había finalizado debido a los compromisos escolares. En ese momento, se había acabado la clase y estaban a la espera del siguiente profesor, el cual estaba retrasado, así que una de sus compañeras aprovechó la oportunidad y vacío una botella con agua fría sobre su cabeza y espalda.

— ¡Ah! — se sobresaltó por el frío repentino. — ¿Qué rayos? — se tocó y notó que estaba húmeda, su pecho se estaba mojando debido al cabello que tenía adelante cayendo desde sus hombros hacia la cintura.

Escuchó las risas detrás de ella y volteó, era el trío de chicas de siempre, encabezado por una morena simpática que se creía la dueña del salón por el simple hecho de alisar su cabello y maquillarse, y a pesar de eso, no recibir ningún llamado de atención debido a que sus padres hacían generosas contribuciones a la escuela. Esa morena, Maisa, siempre había envidiado a la ojiazul por su belleza y el hecho de ser el centro de atención.

Elizabeth rodó los ojos y se levantó, salió del salón de clases dispuesta a ir al baño a secarse. Estaban en el tercer piso, y los baños estaban en el primer piso, así que tenía que bajar las escaleras. Sin embargo, la pelirroja no se esperaba lo que sucedería después.

— ¡No puedo creer que no reaccionara! — expresó la pelinegra del grupo.

La morena tensó su mandíbula y, cuando observó el tejido sonrió. — ¿Han escuchado el dicho dove fa più male, lì ti darò (Donde más te duele, ahí te daré) — expresó y sus dos compañeras negaron.

— Pero ella no está herida, ah, sí, lo está, ¿dónde le pegamos ayer? — respondió la de cabello rizado y la morena se palmeó la frente.

— ¿Qué es lo que más valora la chiquilla? — cuestionó Maisa.

— Sus audífonos, pero se los llevó. — la morena dudó ante la respuesta de la pelinegra, negó y respondió.

— ¡La blusa que se la pasa haciendo todos los días! — respondieron un “ah” a coro. — ¿Qué esperan? Hay que dañarlo. — susurró y procedió a contarles el plan. — Yo me encargo de las tijeras, ustedes desenrollen y desordenen la lana. — sus secuaces asintieron y acataron la orden.

Mientras tanto, la ojiazul estaba en el baño mojando su rostro para quedarse despierta. — Definitivamente ni dormida puedo estar tranquila. — pensó en voz alta y suspiró, se secó un poco y regresó al aula de clases, encontrándose con el mismo trío alrededor de su pupitre.

Inmediatamente se acercó y las apartó, y, de esa manera, descubrió las consecuencias de su ausencia. La blusa que se había esforzado por continuar tejiendo estaba hecha un desastre, le habían hecho huecos por todos lados, grandes y pequeños, arruinando así su patrón de tejido, y ni hablar de la lana, la madeja había sido desenrollada en gran parte y esta parte estaba tan desordenada que tenía muchos nudos.

Elizabeth miró al trío, por primera vez, con furia, les había pasado por alto sus anteriores maltratos, pero no haría lo mismo con este.

— Uy, la niña se molestó, ¿a quién llamarás? Ya no tienes a mami para que la llames. — expresó orgullosa Maisa mientras que sus secuaces se alejaron del terror que les daba la mirada de la ojiazul.

— Pues yo haré que llames a la tuya. — contestó y se abalanzó contra la morena, tomó su cabello y comenzó a halarle las extensiones sin importarle las quejas de la contraria.




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