Mi querida Ariel

Cap. 14.

Phoenix caminaba por los pasillos del hospital en dirección a la habitación en la que se encontraba Nathan. Sin embargo, no se esperaba lo que sucedería tras abrir la puerta que estaba frente a ella. Tomó el pomo de la puerta y lo giró, mientras que en la otra mano tenía un vaso térmico de café; abrió la puerta y observó su hijo pensativo incorporado en la camilla.

— Mamá, estaba pensando en algo. — comentó mientras ella se acercaba.

— Dime, Nath.

— Me parece extraño que el atacante estuviera tan seguro de que soy el hijo de tu ex. — respondió y Phoenix se tensó. — ¿Qué tipo de persona era tu ex? ¿Hay algo que no me has dicho de él? — cuestionó mirándola a los ojos y la mayor no pudo evitar temblar ante su seria mirada.

Él estaba exigiendo una respuesta, algo que no podía decir; pues, en cuanto abriera la ojimiel boca y revelara la verdad, saldrían a la luz oscuros secretos que tenían que ver con su exnovio e incluso con su padre. Su concepto de familia ideal cambiaría completamente cuando el pasado de los Bornacelli fuese descubierto.

No sabía qué decir, se sentía acorralada por su propio hijo. De repente comenzó a hacer calor, sus manos sudaban debido a su nerviosismo, sus latidos se aceleraron y su respiración se volvió agitada; se sentía al borde del colapso, cuando, de repente, se abrió la puerta y Adrienne entró a la habitación; provocando que la expresión facial de Nathan cambiara a una de alegría.

— Los dejo solos. — susurró la adulta y salió sin esperar respuesta de los jóvenes.

— ¿Qué le sucede hoy a tu mamá? — preguntó confundida la rubia. Le había resultado extraño que Phoenix no bromeara antes de retirarse, por el contrario, parecía que no quería estar allí.

— Seguramente está cansada. — afirmó el ojiturquesa sintiéndose culpable.

Su madre vez tras vez le decía que no debía lastimar a una mujer, y justo ahora había hecho sufrir a la que lo trajo al mundo; le exigió que le contara sobre su pasado, ese doloroso pasado que la hacía llorar en silencio y soledad, ese que con el mero hecho de escuchar la palabra ex o cuando le preguntaban por el padre de Nathan, le recordaba las consecuencias de aquello que juraba que era amor; un amor que nunca había olvidado ni superado, el cual se había convertido en un amor no correspondido.

— Nath. — la ojiverde lo trajo de vuelta a la realidad. — ¿Estás bien? — cuestionó preocupada y posó sus manos en los hombros del contrario.

El pelirrojo asintió y le regaló una ligera sonrisa. — Estoy mejor ahora que estás aquí. — Adrienne sonrió sin saber qué decir.

Nunca había sido clara con Nathan. Era indecisa con sus sentimientos, nunca antes había recibido un cariño tan especial como el que provenía de él. Su padre era frío y su frialdad aumentó con la desaparición de su madre, dicha frialdad también la tenía su hermano Félix, aunque este en el fondo era protector con ella. Tenía un pequeño círculo de amigos, pero ninguno se comparaba con el pelirrojo.

Él la hacía sentir valorada, querida y su corazón se aceleraba ante la simple idea de verlo, compartir tiempo y lugar simultáneamente; además de charlas acompañadas de miradas dulces y sutiles, las cuales no sabía cómo interpretar.

Por esa razón, no le había hablado sobre sus sentimientos. Sin embargo, todo cambió el día anterior. Mientras el ojiturquesa la salvaba y recibía golpes duros, este reveló la sinceridad de sus sentimientos.

— ¿Por qué no te rindes? — preguntó furioso quien lo golpeaba. Nath se aferraba a él y no le permitía moverse.

— Las mujeres no son un juguete. — respondió entrecortado y la rubia lloró, él le había dicho que escapara, pero ella estaba resuelta a no abandonarlo. — La amo y mientras esté vivo no permitiré que nada ni nadie le haga daño.

— En ese caso, permíteme demostrar tu argumento. — sonrió el mayor y sacó una navaja de su bolsillo, para luego apuñalar el abdomen del joven en el suelo, provocándole un fuerte alarido.

A pesar de eso, el menor siguió sosteniendo el agarre; logrando un gruñido de exasperación de parte del mayor, además de más lágrimas de la ojiverde rogando que se detuviera.

Ahora, Adrienne estaba segura de lo importante que era Nathan para ella, tras esa dura experiencia notó que solo sufriría si lo llegase a perder.

Así que, se armó de valor, lo miró a los ojos y comenzó a acercarse al rostro del contrario lentamente, a lo que él no supo cómo reaccionar, se preguntaba el por qué del cambio y si aquello era solo un sueño o fantasías de su imaginación.

Pero no era así, percibió que era real lo que sucedía en el momento en que sus labios entraron en contacto. Ella había tomado la iniciativa de besarlo, con esos pequeños, suaves y rosáceos labios tan tiernos que deseaba tanto probar. Ahora los degustaba y era indescriptible la sensación que provocaba aquel choque de labios, que se profundizó hasta convertirse en un beso lento, sincero, dulce y lleno de sentimientos que solo podían transmitirse de esa manera.

Nathan cerró sus ojos y se dispuso a disfrutar del beso, se acercó más ella y la subió a su camilla sin finalizar el contacto. Ella se sentó en sus piernas y él acarició su espalda, mientras que la rubia jugueteaba con los mechones pelirrojos del contrario, los cuales eran semiondulados y le llegaban a los hombros.




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