Aterrizaron en Ámsterdam hacia las dos de la tarde, ambas chicas se dirigieron a recoger sus respectivas maletas, las cuales tardaron en salir un poco más de lo habitual. Desde allí cogerían un autobús hasta Volendam, que se encontraba a unos veintidós kilómetros.
Era un pueblo pequeño de pescadores, aunque tenía mucho turismo, sus casas tenían unos colores muy vivos, sus calles estaban pobladas de gente y desde el puerto se divisaban los barcos tanto los atracados en él, como los que aún no habían regresado.
Hacía bastante más frío que en España, estaban casi a finales de Noviembre y los termómetros marcaban una temperatura inhumana.
—Bienvenida a Volendam Alma, ¿Qué te parece?—preguntó Alina.
—Es un pueblo precioso, sinceramente no lo esperaba así de pintoresco—Alma había observado cada detalle desde que habían llegado allí, siempre pensó que los pueblos del norte de Europa eran tristes y aburridos, pero Volendam la estaba sorprendiendo para bien.
Muy cerca de la estación se situaba la casa de Alina. Era una casa bastante grande, con un jardín enorme, más allá de la vivienda, se encontraba una pequeña cabaña, vallada y todo. Tras cruzar el amplio jardín, subieron unas escaleras de piedra que daban a la puerta principal de la casa.
—Tengo una pregunta—dijo Alma—Si vives sola ¿Para qué quieres una casa tan grande?
—En ningún momento he dicho que viviera sola, ven quiero presentarte a todos.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?—ella jamás hubiera esperado algo así de su amiga.
—Porque si no, no hubieras venido, ya estás aquí ¿No? No tienes nada que perder—Alma prefirió guardar silencio, de nada le servía protestar.
Dejaron sus cosas junto a las escaleras y se dirigieron a lo que parecía una sala de estar, la distancia entre habitaciones era bastante, estaba todo estaba decorado con muy buen gusto, se notaba que esa familia no tenía tantas carencias como ella. Mientras iba pensando en todo eso, se topó con una bonita estampa familiar, un hombre de unos sesenta y pico años estaba leyendo el periódico, una mujer tecleaba algo en su ordenador portátil, más allá se encontraba una joven con mechas rojas, escuchando música en su móvil y junto a ella había alguien conocido para ella.
—Hola Alma—le saludó.
—Hola Bradley—contestó educadamente—El resto, dejaron lo que estaba haciendo para mirar a la recién llegada.
—Bueno pues os presento—Alina rompió en hielo—Familia, esta es mi buena amiga Alma, y ellos son el tío Milek, su esposa Marta, la que se está haciendo la loca es mi prima Melissa, no le hagas mucho caso, el mundo está en su contra, y creo que a Bradley ya le conoces.
—Encantada de conocerlos, muchas gracias por recibirme, les prometo que mi estancia será breve—no sabía porque estaba tan nerviosa.
—Igualmente muchacha—respondió Milek.
Nadie más dijo nada, de Melissa era de esperar ya que nunca estuvo de acuerdo con la llegada de Alma, pero Marta no le quitaba el ojo de encima, pero después de unos segundos eternos, decidió hablar.
—¿De dónde eres Alma?
—Soy de Málaga, señora—respondió sin dudar y se atrevió a preguntarle ella también—¿Y usted?
—Barcelona, pero llevo tanto tiempo en Volendam que casi soy más de aquí que de allí—le sonrió y eso calmó bastante a Alma.
—Siento interrumpir pero estamos cansadísimas y quiero enseñarle el resto de la casa a Alma e indicarle su habitación, nos vemos después.
Ambas salieron de allí e iniciaron el tour por la casa. En la planta baja se situaba la salita en la que acababan de estar, el comedor, dos baños, el despacho de Marta y la cocina más grande que Alma había visto en su vida, saludó a Gladis, la asistenta chilena de la familia. En la planta superior había seis habitaciones, cada uno con su propio baño y una pequeña terraza desde la que se podía ver parte del pueblo rodeada de agua.
—Esta será tu habitación ¿Te gusta?—indicó Alina.
—Como no me va a gustar si es casi tan grande como mi casa, es genial.
—Si necesitas algo, mi habitación está al lado, descansa y deshaz la maleta.
—Alina, me siento muy agradecida, en serio, pero no puedo quedarme. No sabía que vivías con tus tíos, de haberlo sabido no estaría aquí.
—¿Es que no te caen bien?
—No es eso, parecen buenas personas, pero me siento como una intrusa y…
—Tonterías, tú descansa y ya verás que cambias de idea ¡Nos vemos!
La chica cerró la puerta dejando a Alma pensando cómo iba a volver a casa sin saber comunicarse fuera de allí. La habitación parecía bastante impersonal, la presidía una cama enorme, un escritorio y un armario, no había ni un solo adorno ni cuadro, estaba bien iluminada gracias al ventanal desde la cual se veía el jardín, era un lugar que inspiraba tranquilidad, podría quedarse unos días, igual con un poco de suerte conseguía animarse después de todo.
Decidió guardar la ropa que había traído, así se entretendría ya que no quería salir de allí para no molestar, unos instantes después tocaron a la puerta, era Bradley.