En torno a las once de la mañana, Alma despertó como si le hubieran dado la peor paliza de su vida, le dolía todo, abrió los ojos y se sorprendió al ver el sofá donde supuestamente debía de estar ella, vacío. Miró a su alrededor y vio que estaba en una cama ¡En la cama de Nowak! ¿Qué hacía ella ahí? ¿Y dónde estaba él? ¿Habría salido solo? ¿Y si le pasaba algo? Se puso en pie de un salto, pero la fuerza a abandonó y volvió a caer en la cama.
—Buenos días amiguita—era Alina con una bandeja de desayuno—¿Cómo te encuentras?
—Como si una manada de elefantes africanos me hubieran pasado por encima ¿Me podrías decir que hago yo en la cama de tu hermano?
—Aunque no lo creas mi querido hermano es un caballero, no podía permitir que pasaras la noche enferma en ese horrible sofá, sus palabras textuales fueron: «Lo único que me faltaba es que cayera enferma por sacarla de su hábitat» Así que después de eso me ordenó que te metiera aquí ¿Es cómoda?
—Quieres decir que hemos pasado la noche ¿Juntos?—la idea la horrorizaba bastante.
—Sí y no pasa nada, no creo que Yahir abusara de ti en tu estado ni en el suyo, puedes compararlo con haber dormido con un peluche a escala natural.
—¡Alina!—le tiró un cojín a la cara—No te rías de mí por favor—se tocó la cara nuevamente—Ya no tengo fiebre ¡Menos mal! ¿Dónde está el peluche?
—En casa con el tío, me dijo que te quedaras aquí tranquila, hoy te da el día libre, yo que tú, aprovechaba—dijo guiñándole un ojo—También dijo que ni se ocurriera salir de la cama, así que será mejor hacer caso—le dio un beso en la frente y salió de la cabaña dejándola sola.
En cuanto desayunó y se tomó las pastillas que Alina le había dejado, se duchó y se vistió con ropa de abrigo, se fue a la casa familiar, cuando la vieron aparecer todos le echaron la bronca.
—Te dije que te quedaras allí ¿Con el frío que hace te atreves a salir?—la riñó.
—Son sólo cien metros, no me voy a congelar por eso—estornudó en varias ocasiones.
—Definitivamente te cuidas muy poco, como sigas así no vas a llegar a vieja—soltó Nowak.
—No creo que sea de tu incumbencia si me muero o no—se dirigía a la cocina para ver lo que Gladis estaba cocinando, pero la puerta del despacho de Marta estaba abierta, se asomó y la vio leyendo un libro.
—¿Se puede?—preguntó antes de pasar.
—Claro hija, pasa—Alma cerró la puerta a su espalda y se sentó frente a Marta—¿Cómo estás? Yahir y Alina me contaron lo que pasó anoche, debiste haberme llamado.
—No quería molestar, era una tontería, estoy muy bien, gracias por preocuparte Marta—ambas se quedaron mirándose durante unos segundos, Marta siempre conseguía tranquilizarla, no sabía si era por su voz o por como la miraba pero creía que así deben ser las buenas madres—¿Cómo es que decidiste estudiar psicología? Todo el día escuchando problemas de mucha gente, yo no tendría tu paciencia en serio.
—Empecé a estudiar psicología poco antes de casarme con Milek, era un mundo que me apasionaba pero al que nunca le había dado una oportunidad, quería sentirme útil y a la vez ayudar a los demás, me resultó bastante sencillo después de todo. Es bueno tener a alguien que te escuche y te comprenda cuando estás pasando por un momento duro—suspiró al recordar su propia historia.
—¿Y tú has pasado momentos duros?—preguntó por curiosidad mientras se enredaba un mechón de pelo en el dedo.
—Sí Alma, yo dejé un pasado muy triste en España, por eso cuando me casé con Milek y me propuso venir aquí acepté, me alejé de mis recuerdos o eso creía yo porque me siguen persiguiendo allá donde vaya.
—Te entiendo perfectamente, yo también tuve un pasado complicado, fui una niña muy feliz y muy amada por mi padre, es…era lo único que tenía. Sólo he recibido dos golpes duros en mi vida, a los quince años cuando mi sueño se truncó y quedé destrozada, el otro hace meses cuando mi padre murió, lo echo mucho de menos, sueño con él todas las noches, sé que no me deja sola—unas tímidas lágrimas asomaron en sus oscuros ojos—En fin no quiero aburrirte, bastante cosas te contarán tus pacientes.
—Sólo hablas de tu padre ¿Es que no tienes madre Alma?
—No—contestó fríamente.
—Imagino que murió ¿No?—preguntó por curiosidad.
—Algo así—respondió rápidamente—Marta te dejo haciendo tus cosas, te estoy haciendo perder el tiempo supongo.
—No cariño, no te preocupes, si quieres hablar de lo que sea, búscame, no como psiquiatra sino como una buena amiga.
Una semana después, Alma ya estaba más que recuperada, pero se aburría enormemente allí encerrada. A Yahir ya le habían retirado las vendas del hombro, casi podía valerse por sí mismo, lo único que seguía con él era la oscuridad de sus ojos.
—Vamos a dar una vuelta, tienes que empezar a volver a ponerte en forma sino cuando te recuperes la moto no podrá contigo.
—La culpa es tuya, me tienes cebado con la comida, no me apetece nada salir, no creo que vaya a ver nada nuevo.
—Creo que la humanidad agradecería que alguna vez te preocuparas por alguien que no seas tú mismo—se levantó del sofá y se acercó al ventanal desde donde se veía a Marta con sus flores.