—¿Acabas de ver lo mismo que yo?—preguntó Andy perplejo.
—Creo que sí. ¡Por fin!—se abrazó a su novio con tanta fuerza que casi se ahogan los dos—¡Yo lo sabía! ¿No es genial?
—No sé, es raro. Nunca pensé que tu hermano fuera tan… ¿Pasional?
—Es que tú no lo conoces, debajo de toda ese disfraz de duro, late un corazón enamorado—suspiró la joven—¿Eso ha sido una bofetada?—su optimismo se esfumó.
—Sí, y creo que Yahir debe ser masoquista porque la ha vuelto a besar—respondió sorprendido—¡Se la está llevando mar adentro! ¿Está loco o qué?—estaba dispuesto a ir tras ellos.
—Será mejor que los dejemos en paz, tienen que solucionar sus cosas. ¿Podemos salir ya? Estoy congelada.
Siguió arrastrándola mar adentro hasta encontrar un banco de arena. Al principio Alma protestaba, pero a medida que se iba adentrando en el mar dejó de hacer pie y si hablaba tragaría agua.
—Si tienes algo que decir hazlo, es el momento. Por cierto tienes una costumbre poco saludable. Tienes que dejar de pegarle a la gente.
—Me defiendo de los abusones solamente ¿Qué hacemos aquí Yahir?
—Hablar, pero esta vez sin que huyas de mí, estoy harto de que te escapes cuando las cosas se ponen interesantes—se sentó a su lado en la arena—Yo ya te dije lo que siento, pero lo que yo quiero saber es lo que sientes tú, sea lo que sea.
—Lo creas o no, no tengo ni idea, te lo juro, lo último que quiero es hacerme falsas ilusiones. Entre tú y yo no puede haber nada, prácticamente somos familia.
—Es la peor excusa que he escuchado en mi vida. Que mi tío y tu madre están casados no tiene nada que ver con nosotros—se desesperó.
—Somos muy diferentes, siempre estamos discutiendo, así no se puede vivir Yahir, sería demasiado desgastante, independientemente de lo que sintamos, tenemos que pensar con la cabeza.
—¿A quién quieres convencer a ti misma o a mí? Tú me has enseñado que hay que hacerle frente a las cosas ¿Por qué tú no lo haces? ¿De qué tienes miedo?
—No quiero depender de nadie, no me gustaría que me volvieran a romper el corazón, no quiero volver a ser una estúpida confiada—confesó mirando al mar con lágrimas en los ojos.
—Te prometo que eso no te va a pasar de nuevo, confía en mí—le apartó en pelo de la cara—Yo confié en ti cuando me dijiste que jamás me rindiera porque iba a volver a ver, y lo logré.
—Eso fue diferente, fue mérito tuyo no mío, yo sólo quería ayudarte porque estaba convencida que lo harías.
—¿Sientes algo por mí? Da igual que sea bueno o no, necesito saberlo—le rogó.
—Sí, hace un rato me moría de celos cuando hablabas con ese par de serpientes ¿Contento?
—Es un comienzo, sé que no te soy indiferente, y te digo aquí en mitad del agua, que no soy de los que se rinden, ya te lo dije una vez yo siempre quiero ganar.
—¡Eres un prepotente!—le respondió entre risas. Esta vez fue Alma quién lo besó a él y lo sorprendió—¿Qué vamos hacer ahora?
—De momento dejar que pasen las horas, no tengas prisa, no pienses en que pasará mañana—le encantaba su pelo siempre se preguntó cómo sería tocarlo, sentirlo sobre su piel, era mejor que cualquier cosa que hubiera imaginado.
—Si haces eso, no tardaré en dormirme—lo miró con dulzura.
—Puedes hacerlo, no sería la primera vez que durmieras en mis brazos y espero que no sea la última—siguió acariciándole el cabello hasta que Alma se relajó tanto que se durmió y Yahir se sentía en la nube más pomposa del cielo.
El amanecer los sorprendió dormidos en aquel lugar apartado, el graznido de una gaviota despertó a la chica. Al principio estaba un poco desorientada, abrió los ojos poco a poco, se sobresaltó al ver que su cabeza estaba descansando sobre el cuerpo de Yahir. No sabría explicar muy bien por qué, al estar así se sentía a salvo del mundo, alzó la cabeza sonriendo y lo observó dormido varios minutos, le parecía un ser indefenso a sabiendas que por su carácter de que no lo era en absoluto. ¿Debería darle una oportunidad?
—Hola—murmuró al mismo tiempo que observaba sus ojos felinos recién abiertos.
—Hola—respondió de la misma manera—¿Has pasado buena noche?
—Sí, desde luego—le sonrió—¿Qué hora será?— se incorporó para desperezarse.
—Son casi las siete de la mañana. ¿Tienes prisa?—la abrazó por detrás y le besó la cabeza.
—Un poco, tengo que trabajar—dijo resoplado—Si no quiero que me echen, claro.
—No te echarán—afirmó—Perderían a una gran trabajadora.
—¿Tú que sabes? Igual mi jefe fantasma no opina igual, ni siquiera sé quién es. ¿No te parece raro?
—Le gustará mantener el anonimato, tal vez—se encogió de hombros.
—¿Sabes que por tu gracia de traerme aquí debemos nadar hacia la orilla?—le echó agua—¡Está helada!
—¿No hay otro camino?—Alma sacudió la cabeza negando—Siempre es bueno hacer deporte por la mañana, hace que nos sintamos realizados.
—Después de ti, campeón—le invitó con sus manos a entrar en el agua en primer lugar.