Diario de Lía – Entrada 1
13 de febrero
Hoy Mariana se rió cuando me senté y la silla hizo ese maldito ruido. No fue fuerte, ni dramático. Pero bastó para que girara la cara, hiciera esa sonrisita y mirara a las demás. “Ni la silla la aguanta”, murmuró. Yo lo escuché. Quizás no lo gritó, pero lo dijo lo suficientemente alto para que doliera
Y todos rieron. Algunos con ganas, otros por reflejo. Y yo también lo hice. Me reí, como si eso me hiciera parte. Como si no hacerlo me dejara más expuesta todavía. Es gracioso cómo uno aprende a adelantarse al golpe. A pegarse sola antes que lo hagan los demás.
No es la primera vez, claro. Ni será la última.
A veces pienso que nací mal. Como si algo en mí estuviera dañado desde el principio. Mamá dice que de chiquita siempre fui “de buen comer”, y lo dice como si fuera algo adorable… hasta que deja de serlo. Hasta que esa misma boca, la que me daba caramelos cuando lloraba, ahora me grita que deje de comer tanto. Que nadie me va a querer así.
Recuerdo que en segundo grado hicimos una carrera. Yo no quería participar. Ya sabía que iba a quedar última. Pero la profe dijo que “todos tenían que jugar”. Así que corrí. Bueno… corrí lo mejor que pude. Llegué al final cuando los demás ya estaban tomando agua. Y un niño, uno que ni siquiera recuerdo bien la cara, gritó: “¡Parecía un hipopótamo corriendo!”. Todos se rieron.
Esa fue la primera vez que sentí vergüenza de existir.
Desde entonces, aprendí a ocupar menos espacio. A encogerme. A esconderme detrás de la mochila, a usar ropa grande, a evitar los espejos. Y lo peor no es lo que dicen. Lo peor es cuando no dicen nada. Cuando te miran de arriba abajo y desvían la vista. Cuando te ignoran. Como si ser gorda fuera igual a no merecer atención.
A veces, cuando me encierro en mi cuarto, me pongo los auriculares y pongo a Stray Kids. No sé cómo explicarlo, pero me salvan. Sus voces, sus letras, el ritmo que me late en el pecho. Como si todo el ruido del mundo se apagara por tres minutos. A veces imagino que estoy en un concierto, y que están hablando directo a mí. Que me ven entre la multitud, y por un momento… no soy invisible.
“You make Stray Kids stay” dicen. Y yo me aferro a eso.
Mamá no lo entiende. Me dice que “esos coreanos todos se ven iguales” y que debería “poner algo más útil”. Lo dice mientras fuma y ve novelas donde todos se gritan. Me molesta. Me hiere. Pero no se lo digo, porque si lo hago empieza una discusión, y termino llorando sola. Ya me sé el libreto de memoria: “Estás muy sensible”, “te lo digo por tu bien”, “si no te cuido yo, ¿quién lo hará?”.
Y tal vez tiene razón en algo: no hay nadie más. No tengo padre, no tengo hermanos, no tengo amigos reales. Solo este cuaderno, Stray Kids, y los libros de Alex Mirez, que son mi escape más bonito.
Leí Damián cuatro veces. Me sé frases enteras. Y siempre lloro con las mismas escenas. No sé qué me pasa con ese libro, pero hay algo en esa historia que me toca el alma. Alex escribe como si te conociera. Como si supiera lo que callás. A veces fantaseo con conocerla. Con contarle que sus libros me salvan. Que cuando el mundo me aplasta, leer una página suya me ayuda a volver a respirar.
Y sí, me gusta el BL. Me encanta. No por moda. No porque esté de “moderno”. Me gusta porque ahí, muchas veces, el amor parece real. Porque los personajes no son perfectos, pero se ven, se eligen, se entienden. Y yo también quiero eso: que alguien me vea sin vergüenza. Que no me pida cambiar para quererme.
Hoy fue un día más. O uno menos. Ya ni sé.
Sé que no debería pensar así. Sé que hay gente que está peor, que hay quienes luchan por cosas más graves. Pero no puedo evitar sentir que mi lucha también importa, aunque nadie la vea. Aunque todos piensen que la obesidad es solo falta de voluntad.
No saben lo que es mirar un menú con miedo. Lo que es probarte ropa y que no te quede nada. Lo que es ir a la playa y sentir que todos te miran. Lo que es que te digan “haz ejercicio” como si no lo hubieras intentado. Como si tu cuerpo fuera su problema. Como si no te doliera ya vivir adentro de él.
Quiero dejar algo claro, por si algún día alguien llega a leer esto:
Yo no quiero morir. Solo quiero que el dolor se detenga. Quiero silencio. Quiero paz. Quiero que mi cuerpo no sea tema de conversación . Quiero poder mirar al espejo y no odiarme. Quiero que mamá me abrace sin condiciones. Quiero ser feliz sin tener que ganármelo bajando kilos.
Hoy escribí mucho. Quizás más de lo que debía. Pero si no lo dejo salir, me va a explotar adentro.
Voy a cerrar el cuaderno y poner música. Probablemente ponga "MIROH" o "Grow Up"… esa canción me hace llorar, pero también me hace sentir acompañada.
Y eso, para mí, ya es un milagro
– Lía
Hola y aquí está el primer capítulo de esta gran historia espero la apoyen y la compartan está la historia que más personal he sentido y desde que me llegó a la mente sentí que tenía que escribirla y dejarla ser si les gusta compártanla y esperen el siguiente se les quiere
¿ Creen que la obesidad es por elección o también es algo que no se puede controlar? Espero sus respuesta