Una noche, Dana hacía fila para pagar, en la caja registradora de un pequeño supermercado cercano a su casa, cuando escuchó una voz detrás de ella.
— Parece que usamos la misma marca de detergente.
— ¡Qué susto me diste! — Exclamó ella, poniéndose una mano sobre el pecho, mientras se giraba a ver a Felipe. — ¿Qué haces por aquí?
— Comprar la despensa. ¿Y tú?
— Lo mismo. — Respondió ella encogiéndose de hombros.
Una chica muy sonriente se acercó a él y lo abrazó. Era bastante joven y bonita. Dana disimuladamente se giró de nuevo dándole la espalda a Felipe, algo sorprendida de verlo acompañado.
— ¿Compramos helado? — Dijo la chica al hombre.
— No. — Negó él tajantemente devolviéndole el abrazo. — Hace mucho frío y no quiero que te enfermes.
— ¡Un poquito! — Insistió ella haciendo pucheros. — ¡Uno pequeñito! ¡De chocolate! ¡Por favooor!
— No. — Él la miró con seriedad. — Esos berrinches ya no funcionan conmigo.
— Pipe eres malo. — Se quejó ella, fingiendo enojo.
— Malísimo... — Le respondió y luego se volvió a dirigir a la otra joven. — ¿Vives por aquí, Dana? Nunca te había visto antes por este rumbo.
— Me acabo de mudar apenas el fin de semana. — Contestó ella sin girarse a mirarlo.
— ¿Se conocen? — Preguntó la otra chica.
— Si, Dana y yo somos compañeros de trabajo. Dana, te presento a Kayla, mi molesta hermanita.
— ¡Dirás tu hermana favorita!
Las jóvenes se saludaron estrechándose las manos y Kayla exclamó:
— ¡Adoro el azul de tu cabello! Se ve espectacular.
— Gracias. — Sonrió Dana.
— ¡Es que en serio se ve genial! — Insistió la joven. — He visto a otras personas usar azul, pero se les ve como apagado, no sé, como deslavado.
— Es que hay que darle mantenimiento para que no pierda el color ni el brillo. — Explicó la joven.
— ¡Con razón! — Exclamó Kayla, luego explicó. — Una amiga se lo pintó de verde y, al principio, se le veía muy bien. Pero a los quince días parecía moco o algo así.
— ¡Ugh! — Se quejó Felipe. — ¿No pudiste elegir otra cosa para comparar?
— Bueno… Es que parecía eso. — Repuso la joven encogiéndose de hombros, haciendo reír a los otros.
Le tocó el turno de pagar a Dana y, una vez que terminó se despidió escuetamente.
— Nos vemos luego. — Dijo a los otros.
— ¡Espera, Dana! — Le llamó Felipe. — Te llevamos a tu casa.
— No es necesario, gracias. — Respondió la joven. — Vivo bastante cerca.
— Detenla. — Le murmuró a su hermana, en lo que él pagaba su mercancía.
— ¡Oye, Dana! — Exclamó Kayla acercándose a la otra joven. — ¡Vas muy cargada! ¿Por qué no dejas que te llevemos?
— De verdad no quiero molestar. — Respondió esta, con algo de incertidumbre.
— Mira... — Le susurró Kayla mientras le quitaba algunas bolsas de las manos. — Tengo órdenes de detenerte y, si te vas, Pipe la va a agarrar contra mí. Mejor quédate. ¿Sí? ¡Por favor!
— ¡Oh Diablos! — Se quejó Dana bufando. — ¡No puedo contra esos ojitos de gato de Shrek!
Kayla se rio.
— Lo sé, funcionan de maravilla. ¿Verdad? Pipe tampoco puede contra ellos. — Dijo guiñándole un ojo con picardía.
— Pues no vi que funcionaran mucho con el helado. ¿Eh? — Repuso la otra con ago de ironía.
— Bueno, alguna vez me falla, pero casi siempre funciona. — Contestó Kayla encogiéndose de hombros con una sonrisa traviesa.
— ¿Listas? — Intervino Felipe acercándose a ellas cargando sus bolsas de compra.
— En verdad puedo ir caminando. — Insistió Dana.
— Y en verdad podemos llevarte. — Le respondió Felipe llevándola del brazo hacia su auto.
Una vez que subieron Dana, algo renuente, les dio su dirección.
— ¡Vaya! – Dijo Felipe asombrado. — ¡Vivimos en la misma calle!
— ¿Hablas en serio? — Preguntó la chica, bastante sorprendida. — ¡Mira qué coincidencia!
Una vez que llegaron frente al domicilio de la joven, Felipe y su hermana la ayudaron a bajar las compras. Dana abrió la puerta y Kayla entró sin esperar invitación. Dejó las bolsas sobre una mesa y miró a su alrededor, descubriendo, sobre una mesita, un pequeñísimo Árbol de navidad color ocre y un nacimiento en miniatura.
— ¡Oh que lindo! – Exclamó la joven acercándose a ver las figuras y tomando un borreguito en su mano. — ¡Qué cosa tan tierna!
Dana puso más bolsas sobre la mesa y miró a Felipe levantando una ceja, quien también había entrado cargando bolsas
— ¿No vas a reírte de mí? — Le preguntó en voz baja.
— ¿Por qué? — Preguntó él, bastante extrañado.