Al día siguiente Felipe estaba llamando a su puerta y, aunque Dana se mostró un poco renuente al principio, acabó acostumbrándose a ir y venir todos los días con él en su auto. Conversaban mucho y se hicieron buenos amigos, aunque en la oficina su trato era igual de formal que siempre.
— ¿Quién es ese Filomeno que tanto mencionan tú y tu hermana? — Preguntó una tarde mientras regresaban del trabajo.
— Nuestro hermanito. — Respondió él sonriendo. — Es un travieso de primera, pero simplemente lo adoramos.
— ¿Se llama Filomeno?
— No, en realidad se llama Javier, tiene sólo ocho años.
— ¿Y por qué le dicen Filomeno? — Preguntó Dana con curiosidad.
— Porque, cuando nació, mamá estaba “al filo de la meno”. — Explicó él, guiñándole un ojo con picardía.
Dana soltó una carcajada al entender el chiste.
— Fue una sorpresa, mamá no se lo esperaba, pero Javier es nuestra adoración. — Continuó explicando Felipe. — El niño tenía sólo cuatro años cuando murió el esposo de mamá, así que se convirtió en un gran consuelo para ella.
— Tu papá... — Asintió la joven.
— No, él era mi padrastro. Kayla y Javier son hermanos del mismo papá, yo no.
— ¡Oh! — Exclamó Dana sin saber qué más decir.
— ¿Qué hay de tu familia? — Preguntó Felipe mientras estacionaba el auto frente a la casa de ella.
Dana se quedó un momento en silencio mirando al vacío.
— No los he visto en 2 años. — Susurró con tristeza, luego de soltar un suspiro.
— ¿Puedo saber por qué? — Preguntó él, frunciendo el ceño.
Dana soltó otro suspiro
— ¿Quieres un café? — Preguntó bajando del auto.
— ¡Claro! — Exclamó él, al tiempo que también bajaba.
Entraron a la casa y ella preparó la cafetera.
— Mi familia es muy tradicional. — Comenzó a contar . — Mis padres son abogados. Querían que yo también estudiara lo mismo para trabajar con ellos en su bufet. Me negué... ¡Me apasionan los números! Por eso estudié contabilidad.
— Se nota. — Asintió él sonriendo. — Eres buena en finanzas, nunca estuvo mejor ese departamento como desde que te pusieron a cargo.
— Gracias. — Ella sonrió levemente. — El caso es que estaban muy decepcionados y no dejaban de echármelo en cara. Lo peor, fueron los pleitos por mi aspecto.
— ¡Oh! — Exclamó Felipe. — Creo saber para dónde va todo.
— Pues sí. — Asintió ella sirviendo dos tazas y llevándolas a la mesa.— El cabello azul, el piercing, las botas militares, la ropa negra... Para mi papá era una vergüenza que lo vieran conmigo. De hecho, se imaginaba que yo era una especie de drogadicta o algo así.
Ambos se sentaron ante la mesa, Dana continuó.
— Una cena de Navidad, mamá empezó a reprocharme de nuevo mi manera de vestir. Yo traté de no decir nada, pero ella se puso como que muy intensa. Y papá la secundó. Hubo un momento en que me quise defender y les dije que mi forma de vestir no tenía nada que ver con mi forma de ser, y explotaron. Me gritaron que en esa casa había reglas sobre la vestimenta y el comportamiento que, si no estaba de acuerdo con ellas y no me iba a vestir decentemente, me largara. Así que me levanté de la mesa, entré a mi recámara, llené una mochila con lo básico y me fui.
— ¿En plena cena de Navidad? — Preguntó él, bastante sorprendido.
— Sí... — Musitó ella soltando una lágrima. — “Noche de paz, noche de amor…” Bastante irónico ¿No crees?
— Entiendo el que odies estas fechas. — Musitó él, con empatía.
— Me traen muy malos recuerdos.
— ¿Nunca los has vuelto a ver?
— No... —Suspiró ella. — Dejé mi celular sobre la cama cuando salí de ahí y esa misma noche eliminé mis redes sociales. Así que no tenían manera de localizarme. ¡Jamás se habían interesado por saber en dónde carambas trabajaba! Los pocos amigos que tenía no se interesaron en conocerlos, así que supongo no tuvieron a quién preguntarle.
— ¿Y no has intentado buscarlos?
— ¿Para qué? — Dijo ella con amargura. — ¿Para que me vuelvan a decir que se avergüenzan con sólo mirarme?
— No creo... — Dijo Felipe tomando su mano por encima de la mesa. — ¿Y si están arrepentidos? ¿Si se les fue todo de las manos y de verdad no se esperaban que te fueras? ¿Si en realidad están preocupados y quieren saber de ti?
— Son preguntas que me he hecho muchas veces, pero no me atrevo a acercarme. No soportaría otro desprecio de su parte. — Negó ella bajando la mirada.
Un llamado a la puerta los interrumpió. Dana se levantó a abrir e inmediatamente entró Kayla.
— ¡Me imaginé que estabas aquí! — Exclamó acercándose con desesperación a Felipe. — ¡Mamá está enferma y no sé qué hacer! ¡Está vomitando mucho!
— Vamos. — Dijo él poniéndose inmediatamente de pie y dirigiéndose a la puerta.