Mi regalo

Capítulo 3

Era pasada la media noche cuando Felipe regresó de la clínica de urgencias con su mamá. Kayla había ido con ellos porque Dana se ofreció a quedarse a cuidar al pequeño Javier.

Se acercó con cuidado a la recámara de su hermano y, al abrir la puerta, una sonrisa se dibujó en sus labios.

Javier estaba dormido en su cama, con su pijama puesta y, junto a él, Dana yacía acurrucada, con un libro de cuentos abierto sobre su pecho.

Se quedó apoyado en el marco de la puerta mirándolos. Su madre se acercó y, al verlos, murmuró

— Algo llamativa su apariencia, pero se nota que es una buena chica.

— Lo es. — Respondió él en el mismo tono.

— ¿Te gusta? — Le preguntó la señora con una sonrisa de complicidad.

— Mucho. — Afirmó Felipe con seriedad.

 

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Dana despertó sintiéndose desconcertada por un momento. Estaba en una habitación extraña, en una cama desconocida, cubierta por una frazada con dibujos infantiles. Cuando recordó la noche anterior, se levantó, arregló la cama y salió de la habitación. Encontró a la familia en el comedor.

— Buenos días. — Dijo un poco apenada. — ¿Por qué no me despertaron anoche cuando regresaron?

— ¡Buenos días Dana! — Exclamaron Kayla y Javier al mismo tiempo.

— Estabas agotada. — Dijo Felipe levantándose de su silla y acercándose a ella, se inclinó dándole un beso en la mejilla sorprendiendo a la joven y haciéndola ruborizarse. — Ven a desayunar.

La señora se acercó a ella sonriendo y también la besó en la mejilla

— No tuve oportunidad de agradecerte anoche que te quedaras a cuidar a mi niño. ¡Muchas gracias Dana!

— No tiene nada qué agradecer señora. — Respondió la joven con una tímida sonrisa. — ¿Cómo sigue? ¿Se siente mejor?

— Estoy mucho mejor, gracias. — Asintió la señora volviéndose a sentar ante la mesa. — Fue una infección estomacal. No sé qué comí que me hizo daño. Pero gracias a Dios ya pasó.

— ¿A qué horas te levantaste que no me di cuenta? — Le preguntó Dana al niño, sentándose entre él y Felipe.

— Es que no dormimos juntos. — Respondió el pequeño metiéndose un gran bocado a la boca. —Dormí con Pipe en su cama.

— No hables con la boca llena. — Lo regañó su hermano, para luego dirigirse a la joven. — Anoche, cuando regresamos, lo pasé a mi cama para que tú pudieras descansar.

— Gracias. — Contestó Dana ruborizándose un poco.

— Sírvete hija. — Le dijo la señora mostrando la comida en la mesa. — ¿Quieres café o jugo?

— Café está bien. Gracias.

Cuando terminaron de comer, Dana y Kayla se ofrecieron a lavar los platos sucios para que la señora descansara.

— Yo tengo que salir. — Indicó Felipe. — Regreso más tarde.

Cuando él se fue, Javier le preguntó a la joven.

— Hey Dana. ¿Qué vas a hacer para navidad?

— Nada. — Dijo ella encogiéndose de hombros con indiferencia. — Meterme a la cama, leer un libro, escuchar música… Lo mismo de cada noche.

— ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros? — Preguntó la señora con una sonrisa amable.

— No celebro, señora, pero gracias.

— No celebres entonces, pero ven a cenar y a pasar la nochebuena con nosotros.

— ¡Sí Dana! — Exclamó Kayla con entusiasmo. — ¡Mamá cocina riquísimo!

— Y, luego de cenar, jugamos juegos de mesa y nos divertimos mucho. — Explicó el pequeño Javier.

— Pues sí, pero tú siempre haces trampa y nos ganas todos. — Le reclamó su hermana.

— ¡Yo no hago trampa!

— ¡Siempre haces trampa!

— Tranquilos, dejen de discutir, por favor. — Intervino la mamá de los chicos. — Van a asustar a Dana y menos va a querer venir.

— ¡No Dana! — Exclamó Javier, abrazándola. — ¡Ven por favor!

— ¡Dana di que sí! — Kayla también la abrazó. — ¡Anda, di que sí!

— ¡Los ojos del gato de Shrek no por favor! — Dijo Dana riéndose.

— ¿Funcionan este vez? — Preguntó Kayla batiendo las pestañas con picardía.

Dana soltó una pequeña carcajada.

— ¡Está bien! — Capituló. — ¿Qué traigo?

— ¡Oh, nada cariño! — Dijo la señora con una sonrisa de satisfacción. — Con tu sola presencia basta.




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