Mi regalo

Capítulo 4

La velada transcurría entre bromas y risas, primero habían hecho una oración y puesto la figura de Jesús en el pesebre del nacimiento y la familia se había intercambiado regalos. Dana se disculpó por no haberles llevado nada. Cosa que ellos minimizaron diciéndole que no se preocupara. Que disfrutaban mucho tenerla ahí con ellos.

Más tarde, cuando habían terminado de cenar, se encontraban jugando Monopoly.

— Te advertí que Filomeno siempre hacía trampas. — Dijo Kayla señalando con el dedo a Dana.

— ¡Pero no me imaginé qué tanto! — Exclamó ella. — Ya me tiene en bancarrota... ¡Y eso que soy contador y llevo las finanzas de la empresa!

Todos rieron.

Una llamada a la puerta los interrumpió.

— Yo abro. — Dijo Felipe poniéndose de pie

— ¿Quién será a esta hora? — Preguntó Kayla intrigada, su madre sólo sonrió con complicidad, mientras Dana y Javier miraban con extrañeza.

Cuando Felipe abrió, Dana se puso de pie de un salto tirando la silla con su movimiento. Se quedó mirando hacia los visitantes, con los ojos muy abiertos, sin saber cómo reaccionar.

Eran sus padres.

Felipe los hizo pasar y ellos se acercaron dudosos hacia donde estaba la joven.

— Dana, hija... — Dijo el señor luego de un momento. — Venimos a pedirte, a suplicarte que nos perdones.

— Fuimos muy injustos contigo. — Dijo su mamá dejando escapar unas lágrimas. — ¡No tienes idea de lo mucho que nos arrepentimos de todo lo que te dijimos y lo angustiados que estábamos por no saber nada de ti!

Dana seguía mirándolos en silencio, sin saber cómo reaccionar.

— Hija… — Insistió el hombre mirándola con profunda tristeza. — Entiendo que no quieras saber nada de nosotros pero, por favor, si pudieras darnos otra oportunidad para demostrarte lo mucho que te queremos y la falta que nos haces...

Dana inclinó la cabeza y empezó a sollozar, sin moverse de su lugar. Su madre se acercó rápidamente y la abrazó.

— ¡Perdóname hija! ¡Por favor perdóname! — Lloró la mujer, mientras su esposo también se acercaba a abrazarlas a ambas.

Felipe le hizo una seña con la cabeza a su familia, indicando el pasillo hacia las recámaras. Todos se levantaron discretamente y se retiraron dejando a Dana sola con sus padres.

Se reunieron en una habitación, esperando.

— ¿Te costó mucho encontrarlos? — Preguntó su mamá limpiándose una lágrima.

— No, realmente no fue complicado. — El joven soltó un suspiro. — Fue mucho más fácil de lo que pensé.

— ¿Qué está pasando? — Preguntó Javier, totalmente desconcertado.

— Dana hace unos años se separó de sus papás. — Le explicó Felipe a su hermanito. — Tuvieron una discusión muy fuerte durante la cena de navidad y ella se fue de su casa. Así que busqué a los señores para ver si podían arreglarse las cosas.

— ¿Y qué te dijeron cuando hablaste con ellos? — Preguntó Kayla con curiosidad.

— Lloraron. – Suspiró él. — Estaban muy angustiados por no saber de su hija. En verdad están muy arrepentidos por no haberla sabido aceptar tal y como es y por haberle dicho tantas tonterías. Ellos tampoco celebraban navidad desde entonces. Se sienten muy culpables.

— Me alegro que los hayas buscado. — Dijo su mamá tomándole la mano. — La navidad no son regalos, cena, ropa nueva ni decoración. La navidad es celebrar a aquél que, cuando nació en un pesebre hace más de dos mil años, nos vino a enseñar lo que es amar, tolerar y perdonar, a estar juntos y a cuidarnos unos a otros.

Los cuatro se abrazaron en silencio mientras esperaban que la familia que estaba afuera arreglara sus diferencias entre ellos.

Media hora después, llamaron a la puerta de la habitación. Javier se levantó de un salto para abrir encontrándose a Dana de pie ante él.

— Ya se fueron. — Musitó la joven.

Todos se levantaron de la cama y salieron hacia la sala. Felipe abrazó a Dana mientras caminaban.

— ¿Estás bien? — Le preguntó con preocupación.

— Si, gracias. — Respondió la joven limpiándose una lágrima. — ¿Cómo me encontraron?

— Yo los fui a buscar. — Le empezó a explicar. — Me imaginé que ellos también te extrañaban. No te dije nada porque primero quería saber cuál era su postura. Cuando vi que de verdad querían encontrarte, decidí que ese sería mi regalo de Navidad para ti.

Dana se detuvo y le se quedó mirando sorprendida.

— Yo no te traje regalo. — Dijo luego de un momento.

Felipe sonrió

— Te equivocas Dana, mi regalo, eres tú. — Dijo justo antes de inclinarse a besarla.




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