Mi Relación con las Flechas de Cupido

Donde Todo es Posible

            —Sí, había desaparecido. No podían encontrarla en ninguna parte, y me había llamado porque pensó que sabría dónde estaba.

            Dijo continuando el señor tomando luego una pausa para observar al público y, alargando los brazos hacia arriba, se estiró un poco en su silla. Bajó los brazos de nuevo, se inclinó hacia delante, colocó sus codos en sus piernas y puso sus manos cruzadas frente a su boca para dar un aire tenso al suceso. Algo que funcionó a la perfección con los jóvenes que se encontraban en un estado de inquietud.

            —Me preocupé lo suficiente como para faltar nuevamente a mis responsabilidades diarias y salir a buscarla todo el día.

            Acomodó su postura para eliminar la falsa tensión que había creado y prosiguió.

            —Kenji y yo fuimos a muchas partes después de reunirnos cerca de su casa… La primera parada fue la casa de Mana, ya que ahí habíamos decidido comenzar la búsqueda para orientarnos mejor y para preguntar dónde podría estar, pues aunque era su mejor amigo, no conocía todo sobre ella.

            En cuanto llegamos su madre nos atendió de inmediato ya que estaba sentada frente a la puerta de entrada, en una especie de escalón de madera todo destruido por el paso del tiempo que conectaba la entrada con parte de la casa. Tenía rojos los ojos de tanto llorar, negros por sus ojeras de pasar días sin dormir y temblaba de frío por el clima matutino, o quizás por otra cosa que en ese momento desconocíamos. Al acercarnos a ella, detrás de la puerta de la casa, se escuchaba como alguien, un hombre, gritaba, maldecía y rompía cosas de vidrio. Ahí supimos por qué temblaba; de miedo. Cuando quisimos entrar a ver qué sucedía y si podíamos tranquilizar las cosas, la señora nos detuvo. Nos dijo que estaba bien, que no nos preocupáramos y que buscáramos a Mana… que desde hacía tres días que no volvía a casa.

            Ella también vivía con su madre… Pero válgame, tres días. No pensé que se fuera por tanto tiempo. De inmediato nos disculpamos por la situación y la despedimos, para salir a buscarla en algún otro lugar.

            Como ya teníamos un plan de antemano, fuimos a su trabajo, que era la siguiente parada por si no había vuelto a su casa para ese entonces. Pero al llegar, todo estaba cerrado. Tocamos la puerta principal del Orfanato-Asilo, que era donde Mana trabajaba, y una mujer de cabellera castaña que vestía ropa casual, pantalón azul y camisa blanca, nos atendió. No sabía nada y también estaba preocupada por su amiga. Luego, a los pocos instantes, una mujer que vestía de monja nos replicó que ya no la encontraríamos allí.

            Después de preguntarle por qué Mana ya no se le podría buscar ahí, nos explicó que muchos del personal habían sido trasladados o retirados… y que ella había sido del peor lado.

            La despidieron. Eso fue un punto directo a su cordura... para cualquier lo sería, ya que no era fácil conseguir un trabajo con la poca esperanza laboral de aquellos tiempos pues había mucha gente y pocos trabajos, cosa que llevaba a una gran cantidad de todo tipo de casos; desde encerramientos en casa de padres, robos menores y hasta suicidios. No era sencillo aceptar el hecho, pero ahí estaba, una causa que nos hizo replantear todo y asustarnos aún más.

            No me rendí. Decidí intentar con su novio, pues quizás estaría con él. Usualmente vas con tu pareja por un tiempo para pensar mejor las cosas porque dos cabezas son mejor que una.

            Como no sabía su número ni nada, le pregunté a la chica que nos atendió de primero. Ella sí lo sabía, pero era porque la estuvo apoyando todo el tiempo para que terminara con él. No era apto para ella, según sus palabras. La ayuda inversa nos sorprendió, pero decidimos continuar. Anotamos el número y llamamos. Y después de varios intentos, nos logramos comunicar.

            Una voz femenina nos respondió. Estaba jadeando y el eco del chirrido de una cama sonaba en el altavoz. Esta respondió con un «¿Sí?». Al escuchar esa palabra, supimos que no era Mana, así que preguntamos por ella. Al preguntar, todo el sonido se calmó y justo después, al oír su nombre, la mujer gritó: «¡¿Ahora me estás engañando?!», y se escucharon tres golpes junto a un grito de dolor de otra persona, de un hombre, que inmediatamente gritó: «¡No ¿Cómo crees?! ¡Esa perra y yo terminamos hace ya dos días! Tú y yo tenemos algo más especial… ».

            Directamente comprendimos que se había separado de él. Otro golpe…




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