Mi Rey

56

Aiden había tomado una decisión nada más ver a Irina.

No sería castigada al menos no de la forma convencional.

Tenía totalmente claro que sé la llevaría a su cama o más bien a su zona de juegos.

Su lobo había dejado de hablarle pero a él poco o nada le importaba ahora. Lo único que quería era follar con esa perra.

Hacía tan solo unas horas que había descubierto que su alma gemela se encontraba en ese pueblucho de mala muerte.

Bien sabia la diosa que el solo había acudido a ese pueblo para regodearse en la desgracia de su querido primo. Y por qué no quitarle su manada si llegaba el caso.

Era cierto que Alam nunca le había hecho nada, pero aún así no podía sentir otra cosa que no fuese envidia y rencor hacia él.

Ahora que sabía que su compañera se encontraba allí tenía que alejarse lo antes posible. Por nada del mundo una simple pueblerina iba a arruinar todos sus planes.

Cuando su lobo la olió él le dijo que ni lo pensara. Pero cuando acusaron a Irina y esta se dirigió hasta ellos una pizca de ilusión iluminó su negro corazón.

Poco duró esa chispita ya que inmediatamente se dio cuenta de que ella no era la portadora del aroma que estaba volviendo loco a su lobo.

Está noche se quedaría en esa Manada, la antigua casa de su primo no estaba mal, tenía casi todas las comodidades del palacio y había tenido algo de tiempo para añadir unos extras. Así que tampoco importaba mucho dónde pasar la noche ya que lo que menos iba a hacer era dormir.

Pobre Irina no sabía que se había metido en la boca del lobo y que no se convertiría en la reina, y mucho menos conseguiría el poder que tanto anhelaba.

...........

Irina lo esperaba en la habitación con una sonrisa en los labios. Pronto esa sonrisa sería borrada de su rostro. La llevo hasta la pared, coloco los grilletes que colgaban y encadeno a Irina en ese lugar. Luego con un cuchillo de caza rasgó su vestido hasta dejarla completamente desnuda.

Irina gemía y pedía clemencia pero a él le eran indiferentes sus gemidos. Lo que sí atraía su atención era su cuerpo, porque podía admirar sus hombros bien formados y su espalda perfecta, que terminaba en un culo redondo y delicioso, y sus hermosos muslos y tobillos. Le parecía ahora más adorable que nunca y, si bien se sentía furioso por haber encontrado a su alma gemela, al mismo tiempo se sentía encantado por el placer que le esperaba. No había ningún remordimiento porque ella se había ofrecido gustosa a recibir el castigo. Necesitaba descargar la frustración con alguien y ella estaba allí contoneandose y llamando su atención.

- ¡Por favor, los grilletes me estan lastimado!-

Aiden fue a un arcón de madera que había en el dormitorio. Nunca salía de viaje sin sus juguetes y extrajo una vara de fresno, dura y flexible, que servía muy bien para comenzar sus juegos.

- ¡Os lo ruego! ¡Tened piedad...! Ahhh

Un golpe firme en las nalgas sirvió para que, por fin, callase. Siguieron más golpes en las nalgas e Irina ya no hablaba sino que gemía a cada nuevo varazo. No se había apagado un lamento y él volvía a golpearla porque oírlos le excitaba sobremanera.

Estaba admirado por la firmeza de sus nalgas y disfrutaba enrojeciendo la tierna blancura de su culo. Tampoco dejó de comprobar la firmeza de sus caderas y sus muslos. La excitación de azotar a una mujer era el mejor preludio para follar con una mujer y aunque el rey sintió ya la molestia de su miembro apretando y pidiendo salir bajo sus boxers, quería tomarse aquello con paciencia.

Aiden no la azotaba ya, cansado de ese juego. Había amoratado a placer sus nalgas y su espalda. Era el momento de cambiar por un entretenimiento más contundente y fue al arcón para sacar un látigo, un instrumento mucho más eficaz para prolongar los lamentos de la víctima que ha probado previamente con la vara.

Golpeó primero al suelo para que ella oyese el silbido del látigo al rasgar el aire y también a modo de calentamiento: no quería fallar uno solo de los latigazos. Luego miró esa espalda tan blanca y delicada, morada ahora en las zonas castigadas con la vara, con el ojo experto del sádico, y reteniéndola en su mente porque él la iba a cambiar...

Un contundente latigazo la marcó de arriba abajo y ella se estremeció toda de dolor, ya no gimiendo sino aullando. Siguieron más latigazos igualmente perfectos y ella sufría cada uno más que el anterior mientras él se sentía feliz y reía como un energúmeno. Cuando vio su espalda ensangrentada se detuvo y con el mango del látigo fue acariciándola en las heridas, notando con placer el rojo furioso de la sangre sobre la blanca piel.

Irina apenas se tenía en pié y sus piernas temblaban. Otro latigazo cargó contra sus espaldas y no pudo sostenerse y se dejó caer. Pero las cadenas no eran tan largas como para que pudiera ponerse de rodillas sobre el suelo, sino que sentía un terrible dolor en las muñecas mientras colgaba su cuerpo. Ese dolor la obligó a levantarse y entonces Aiden la derribó con otro latigazo. Después de cada latigazo ella caía y colgaba de aquellos grilletes hasta que se incorporaba de nuevo y el juego se repetía.

El rey estaba disfrutando enormemente con aquello, hasta que, al cabo de algunos minutos, vio que no se incorporaba. Entonces la golpeó con el mango del látigo en el culo y volvió a levantarse pero cuando de nuevo cayó estremecida por el doloroso látigo, ni siquiera esos golpes en las nalgas la animaron a levantarse. Su espalda era ahora un mosaico de líneas rojas y el rojo chillón contrastaba con la blancura de la piel.

Aiden descubrió al fin su pene y agarró el culo de su víctima para desahogar su excitación. Desde luego no tuvo compasión a la hora de penetrarla de forma tan indigna como violenta, pero ella apenas sí sintió dolor físico después de lo sufrido. Lo que sí sintió fue una terrible humillación, en cierta forma aún más insufrible. Era tanta la excitación de Aiden que no tardo en correrse entre las piernas de la pobre Irina. Luego se incorporó tranquilamente.




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