Bridget Moss
—Bridget, lamento informarte que si tus calificaciones no mejoran... —mi madre hizo una pausa dramática, como si se preparara para dar una noticia catastrófica.
—No recibirás más dinero de nuestra parte, y eso también significa... no más fiestas —añadió mi padre, enfatizando cada palabra como si fuera un castigo supremo.
Los miré con la boca abierta, sorprendida y, sobre todo, indignada.
—¡Pero mis calificaciones no son tan malas! —protesté, aunque sabía perfectamente que eran un desastre.
—¿No son tan malas? Estás a punto de reprobar el año escolar —replicó mi padre, visiblemente molesto.
—¿Y qué? Puedo sobornar a los profesores para que me pasen de año —solté con indiferencia, como si fuera lo más normal del mundo.
Mi comentario no hizo más que empeorar la situación. Mi padre me miró con desaprobación y dijo con voz firme:
—Eres una malcriada, Bridget.
—¡James, no le digas eso a la niña! —intervino mi madre.
—Es la verdad, Sarah —insistió mi padre, sin titubear. Pero, francamente, su opinión me tenía sin cuidado.
Los miré con seriedad. —Ustedes me criaron así. No es mi culpa.
—Tal vez, pero aún no es demasiado tarde para corregirte.
—¿Y qué piensan hacer? —pregunté, fingiendo desinterés.
—Hemos hablado con el director de tu escuela, y te han asignado un tutor —respondió mi madre.
Puse los ojos en blanco. —¿Un tutor? ¿En serio?
—Muy en serio, jovencita —aseguró mi padre con tono severo.
—No es solo un tutor. Es el chico con mejor promedio de toda la escuela, el más calificado para ayudarte —insistió mi madre.
—¡Qué aburrido! No quiero un tutor —me quejé, frustrada.
—No estás obligada a aceptar —dijo mi padre—, pero si rechazas esa opción, significa no más fiestas y no más dinero para ti.
Le lancé una mirada fulminante, odiando que me pusiera entre la espada y la pared.
Suspiré, molesta. La idea de un tutor no me entusiasmaba, pero era mejor que perder mis privilegios. Después de un largo silencio, finalmente cedí.
—Como sea. Hagan lo que quieran.
Y sin darles oportunidad de responder, me levanté del sillón y salí de la sala con cara de fastidio. No entendía por qué mis padres se habían vuelto tan pesados.