Después de que mi padre se fuera —y casi se echara a llorar por dejarme sola por primera vez—, me instalé en la habitación.
El señor Walker mencionó que esa tarde tenía que salir a trabajar y que su esposa e hijo estaban fuera de la ciudad. No regresarían hasta la mañana siguiente, así que, por ahora, tenía todo ese enorme apartamento solo para mí.
¿Qué hacer? Me moría por probar la televisión del salón. Era tan grande que prácticamente cubría toda la pared. Busqué en los armarios de la cocina y me preparé unas palomitas. Si iba a estrenar esa pantalla, lo haría bien.
Cuando encendí el televisor, estaban pasando Hasta el anochecer. La dejé puesta. Ya la había visto antes, pero a los dos minutos estaba completamente enganchada otra vez. Hasta que, en una de las escenas, apareció él.
Archie Garland.
¡No lo recordaba! Fue una de sus primeras películas y tenía un papel secundario.
Y entonces, también recordé a Maddie.
Dios.
Tenía que contarle que lo había conocido. Que era mi vecino. ¡Se volvería loca!
La llamé de inmediato. Contestó al segundo tono.
—¡Sofi! Estaba esperando que me llamaras. ¿Qué tal el trabajo?
En dos minutos la puse al día sobre todo lo relacionado con el trabajo, sin demasiados rodeos. Y entonces solté la bomba:
—Conocí a mi vecino.
—Ajá. ¿Y qué? ¿Está bueno? ¿Ya te lo ligaste?
Rodé los ojos, riendo.
—Sabes que no. Pero lo conoces.
—¿Cómo que lo conozco?
—O bueno, sabes quién es.
—Sofi, te juro que si me haces jugar a las adivinanzas, cuelgo.
Apreté los labios, conteniendo la risa.
—Archie Garland.
Silencio.
—¿Maddie?
Nada.
—¿Hola? ¿Se cortó la llam—?
Un chillido me reventó los tímpanos.
—¡DIME QUE NO ESTÁS JODIENDO! ¡POR TU MADRE, SOFI, QUE SI ES UNA BROMA TE VOY A MATAR! ¡ARCHIE GARLAND! ¡¿CÓMO QUE ARCHIE GARLAND ES TU VECINO?!
Aparté el teléfono del oído antes de quedarme sorda.
—Lo que oyes.
—Dios mío. Me va a dar un infarto. Sofi, por favor, escúchame bien: mándame tu ubicación. No es broma. Te lo ruego. Necesito ver con mis propios ojos en qué esquina respira ese hombre.
—Estás loca.
—No me hagas esto. No me lo niegues. Lo necesito. Mándame la maldita ubicación.
Me reí tanto que casi se me caía el teléfono. Hasta que un olor extraño me hizo fruncir el ceño.
Humo.
La cocina.
¡Mierda, las palomitas!
Saqué la sartén del fuego y, al levantar la tapa, una nueva oleada de humo se desbordó en el aire. Entonces, un pitido ensordecedor perforó mis oídos.
Pip. Pip. Pip.
Una luz roja parpadeó en el techo.
La alarma de incendios.
—¡No, no, no, no! —solté, agitando las manos como si eso fuera a disipar el humo por arte de magia.
Corrí a abrir todas las ventanas y la puerta del apartamento, intentando ventilar el desastre. Pero la alarma seguía chillando como si estuviera a punto de explotar el edificio.
Y entonces, una voz masculina me sobresaltó.
—¿Hola? ¿Todo bien por aquí?
Di un respingo y me giré rápidamente.
—Archie.
Se acercó a la cocina, encendió el extractor de humos y yo quise darme un golpe en la cabeza. ¿Cómo no se me ocurrió hacer eso antes? Estaba tan nerviosa que me olvidé de lo más obvio. El humo empezó a disiparse y, por fin, la alarma dejó de sonar.
Me miró, arqueando una ceja, y soltó, divertido:
—¿Pero qué has hecho aquí? ¿Planeabas incendiar el edificio?
—No. —Bajé la cabeza, sintiéndome tonta—. Es que me distraje.
—¿Con qué?
En ese momento, la voz de Maddie sonó a través de mi teléfono, aún en llamada.
—Sofi. ¿Sofi? ¿Hola?
—Maddie. —Tomé el teléfono rápidamente—. Perdona, mejor te llamo luego. Casi quemo la casa.
—¡Pero aún tienes que pasarme la dirección!
—Te llamo en un rato, prometido.
Colgué rápidamente y levanté la vista hacia Archie, que aún me observaba.
—Estaba hablando con mi amiga.
—Ya veo.
—Perdona por haberte molestado, supongo que el ruido ha llegado hasta tu casa... No te habré despertado, ¿verdad? —Lo cierto es que ya era muy tarde, casi las dos de la madrugada.
—¿Estabais hablando de mí?
—¿Qué?
—Tu amiga y tú. —Sonrió, de repente su expresión se tornó chulesca con una sonrisa ladeada—. ¿Hablabais de mí?
Lo miré, sin terminar de entender.
Él señaló la televisión, que en ese momento volvía a mostrar su rostro en la pantalla.
Lo miré de nuevo, esta vez un poco más sorprendida.
—Es la peli que estaban pasando, ¿sabes? —No quería admitir que sí hablábamos de él, así que me puse a la defensiva—. Egocéntrico.
Él levantó las manos en un gesto inocente.
—Oye, no es tan malo. Muchas chicas piensan que soy irresistible.
Alcé una ceja.
—Ajá, ¿y alguna de esas chicas está aquí ahora mismo, entre nosotros?
Archie frunció el ceño.
—Encima que vine a ayudarte, grosera.
—Tranquilo, solo te he bajado un poquito del pedestal en el que estás subido. No es como si hubiera insultado a tu madre —me reí, restándole importancia—. No te lo tomes a mal.
Archie entrecerró los ojos, claramente molesto.
—Lo que sea. Me largo. La próxima vez dejo que explotes la casa de tus jefes —soltó con sequedad antes de girarse y marcharse.
¿En serio? ¿Lo había ofendido? Vaya, qué piel más fina tenían esos famosillos.
Salí tras él al pasillo y lo vi justo cuando estaba por meterse en su apartamento.
—Oye, ¿y el autógrafo para mi madre?
—Olvídalo —espetó sin siquiera mirarme, cerrando la puerta con un portazo.
Volví adentro. ¿Debería sentirme mal? No había dicho nada tan malo, ¿verdad?
Empecé a recoger, y para cuando el señor Walker volvió del trabajo, no quedaba ni rastro del desastre que hice en la cocina. Mamá me había llamado un par de veces, pero preferí no contestar. Seguro que papá ya le había contado lo de Archie y ahora llamaba para pedir el autógrafo. ¿Y cómo le decía yo que ya no lo iba a tener? Capaz que me desheredaba por eso.