Mi vecino infernaal

1.

Capítulo 1 – Café Latte

El campanilleo de la puerta anunció mi entrada, pero nadie se giró. Normal: en Londres todos fingen que no existen los demás. Salvo mis “amigas”, que ya ocupaban la mesa del fondo como si fuera un set de reality.

—¡Por fin, Sienna! —exclamó Kat, agitando su móvil como una bengala—. Llevamos diez minutos stalkeando a tu vecino. Está buenísimo.

—Encantador —murmuré, dejando el abrigo en la silla—. Les recuerdo que el “buenísimo” es la razón por la que mi examen final terminó en tragedia, mi TikTok explotó y mi verano en Ibiza se convirtió en un curso de recuperación.

—Sí, sí, pero mira esos pómulos —interrumpió Mila, ampliando una foto en su pantalla—. ¡Ni los filtros le hacen falta!

Respiré hondo.

—¿En serio? ¿No les preocupa que reprobé? Que mientras ustedes estén en bikini yo estaré en una biblioteca intentando salvar mi promedio.

Silencio. Solo el sonido de dedos deslizando en pantallas.

—Bueno… —dijo Isla dudando—. O sea, sí es una faena lo del curso de verano.

—Oye —saltó Mila con una media sonrisa venenosa—, si no fueras tan… rellenita, podrías intentar algo con él.

—Mila… —Isla le lanzó una mirada de reproche—. No tienes por qué decir eso.

—Exacto —añadió Kat, aunque sonó más divertido que solidario—. Tema vetado. Hablemos mejor de quién va a conquistar al vecino.

—Gracias —dije con ironía, hundiéndome en la silla.

Isla se encogió de hombros, incómoda, y jugaba con la manga de su suéter. Sé que quería apoyarme, pero la presión de las otras la frenaba.

El pastel de chocolate llegó y me aferré a él como a un salvavidas. Primer bocado: dulce, seguro, silencioso.

—¡Pijamada en tu casa! —propuso Kat de repente—. Noche de chicas.

—No, gracias. No estoy de humor.

—Anda, te vendrá bien —insistió Isla, con sonrisa conciliadora—.

—Porque será —arqueé una ceja— que lo que quieren es espiar al insufrible y usar la “noche de chicas” de excusa.

—Porque será que eres tan gris —replicó Mila, rodando los ojos—. Anímate, atraes lo que piensas. Calma esa actitud.

La cucharilla chocó contra el plato.

—Claro —suspiré—. Vamos, pues.

Burbuja, desde su bolso a mis pies, soltó un ladrido que sonó a resignación. Igualito que yo.

---

El ascensor apenas se cerró y ya tenían las tres metidas en mi apartamento como si fuera un after.

Kat fue directa a la ventana del salón.

—Dime que hoy sí está el adonis del balcón. —Separó las cortinas como si fuera detective en misión especial.

—Ni rastro —informó Mila, pegando la frente al cristal—. Pero su jardín sigue… perfecto.

—Obvio —dije, dejando caer las llaves en el cuenco—. Los dioses griegos no riegan malas hierbas.

Las tres ignoraron mi sarcasmo. Isla, al menos, lanzó una mirada de “lo siento” mientras se acomodaba en el sofá.

—Sienna, de verdad, ¿tú entiendes lo que lograste con ese vídeo? —Kat sacó el móvil y lo puso a todo volumen. Mi propia voz chillona resonó en la sala: «¡Vecino infernal, toma tu bolsa de burbujas con sorpresa!»

—Por favor, no otra vez… —me tapé la cara con un cojín.

—Cincuenta mil likes en menos de veinticuatro horas —anunció Mila, fascinada—. Y mira, comentario verificado.

No hizo falta que dijera el nombre. Lo vi de reojo en la pantalla: Mick Lennon ✅.

> “Anotado: ‘vecina creativa’. Te dejo esto en mi lista de cosas por responder. —M.”

—Insufrible… —murmuré, mezcla de indignación y diversión.

Segundos después llegó un nuevo mensaje:

> “O deberías venir a mi casa y limpiar todo el desastre que causaste. —M”

Mis amigas estallaron en opiniones:

—Sí, dile que sí vas a limpiar —propuso Mila con sonrisa traviesa.

—¿Pero qué voy a limpiar si él ya lo limpió todo? —contesté, cruzándome de brazos—. Es un pendejo. Solo se hace la víctima.

—Está coqueteándote —dijo Isla, intentando sonar seria.

—Qué va, míralo honestamente —añadió Kat—. Sienna, no eres su prototipo de mujer.

—Él tampoco es mi prototipo de hombre —repliqué, levantando las cejas.

—Sienna, nunca has tenido novio, tampoco tienes prototipo de hombre —intervino Mila, burlona.

—Todos tenemos prototipos —agregó Isla.

—Sí, pero los de Sienna son prototipos de pasteles o de libros de filosofía política —remató Kat.

Molesta por los comentarios de mis amigas, mis dedos volaron sobre el teclado:

> “No voy a limpiar nada. Es poco para lo que te mereces, insufrible.”

Llegó la respuesta casi de inmediato:

> “Perfecto. Atente a las consecuencias. —M”

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Quince minutos después, el timbre retumbó en el piso y mis amigas y yo nos miramos. Kat fue la primera en fruncir el ceño:

—Uh-oh… esto no pinta bien —susurró.

Abrí la puerta y dos policías de uniforme se plantaron frente a nosotras con la paciencia profesional que suena a casete gastado.

—¿Sabe por qué estamos aquí? —preguntó uno, con voz medida.

—¿Por mi video tirándole bolsas de mierda a mi vecino? —dije, incrédula, sintiendo cómo se me aprieta la garganta.

—Exactamente —asintió el otro—. Su vecino, Mick Lennon, presentó una denuncia por daños a la propiedad.

La frase cayó en la sala como una piedra en un vaso de agua. Burbuja giró sobre sí misma y me miró con ojos que decían: otra vez.

Kat murmuró: —Bueno… sí que te metiste en un lío, Sienna.

—¿Que ese insufrible hizo qué? —balbuceé, intentando que mi voz no se quiebre.

—Por favor, explíquele usted —dijo el compañero, señalándome como si yo fuera la acusada en un tribunal de barrio.

—Verán —dije más cuerda de lo que me sentía—, la autoridad garantiza el orden, pero el contrato social protege a los individuos de la perturbación del entorno…

Mila me interrumpió con un susurro desde el sofá: —Sienna, respira… no te pongas filosófica ahora…

—¡Yo no puedo creer esto! —Kat se apoyó en la pared, cruzando los brazos—. Cinco mil libras… ¿por unas bolsas?




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