Michelle fue una chica que conocí a mitad de la preparatoria. Resultó que mi padre canceló de último momento una visita que, al menos yo, estaba esperando desde hace mucho.
Aunque no hablo a todos, me llevo bien con la mayoría de mis primos, hijos de mi mamá. El plan era ir a CDMX a principios de febrero. Pero el jefe de mi padre se enfermó de covid y dejó al pobre a cargo.
La empresa iba a quebrar por situaciones mayores y tuvieron que recortar de los salarios de los trabajadores para mantener el negocio a flote. Nunca terminamos de juntar el dinero para el viaje y no fuimos a CDMX ese mes.
En compesación, mi padre me invitó a unirme a un taller de capacitación que iba a organizar el departamento de logística de la empresa a la que trabajaba. Cómo era en línea, acepté. Ahí la conocí. Aunque los cursos no fueron del todo buenos, a lo largo de 6 meses pude conocer a una niña de Tlaxcala que me trató bien. Fue como si estuviéramos hechos el uno para el otro.
Ella era todo lo contrario que yo. Aún no logro entender cómo encajamos tan bien.
Michelle tenía situaciones similares en su casa con su familia, formada por un matrimonio pobre y 5 hijos. Ella era la hija mayor así que tenía muchas responsabilidades y solo podíamos hablar por llamada por las noches.
Sus padres eran muy severos con ella, así que por primera vez en mi vida sentí la necesidad de proteger a alguien que fuera más débil que yo.