Mi vida con Knox

Capítulo 2

Alex:

 

— ¿Dónde estabas? —fue lo primero que oí al cruzar la puerta de la habitación.

Demonios.

—Me quedé dormido en la habitación de Jab. Estaba muy borracho —dije usando la excusa que los chicos me habían dicho.

Jessica pareció molestarse aún más.

—Alex, no puedes tomar así. ¿Qué hago si llegas a tener un accidente? —me reprendió aumentando mi culpa. Le estaba mintiendo descaradamente en la cara, y ella no hacía más que preocuparse por mí.

—Lo sé, lo siento. No me medí, fue mi culpa.

Ella sonrió entonces y comenzó a acercarse, seguramente con la intención de besarme. Con todo el dolor que podía albergar mi cuerpo tuve que alejarme hacia el baño.

—Voy a tomar una ducha —me excusé al ver su rostro desconcertado—, el olor que traigo podría embriagarme de nuevo.

No era cierto. No sabía cuánto había tomado, pero para haber quedado inconsciente y despertar sin recordar nada el olor a alcohol que traía era muy suave. Había otro olor más fuerte impregnado en mi piel, y era la razón por la que quería mantener a Jess lejos hasta que tomara esa ducha. Emma. Toda mi piel tenía el olor de la suya. De su perfume. Podía sentirlo en mis fosas nasales y los chicos confirmaron mis dudas en el hall del hotel cuando me sugirieron ducharme antes de que Jess lo notara.

—De acuerdo —aceptó mi chica sin parecer afectada por el rechazo—. Yo debo ir con Savina. Supongo que nos vemos en la boda.

—Sí, nos vemos ahí.

Ella asintió antes de dirigirse hacia la puerta. Yo hice lo mismo, dirigiéndome hacia el baño cuando oí la voz de Jess llamándome.

—Alex... Te amo.

Sus palabras hundieron mi corazón. Ella sabía que algo estaba ocurriendo y sin embargo había preferido no preguntar.

—También te amo, Jess. Mucho. Y eso no va a cambiar nunca, nena.

Mi respuesta pareció complacerla, ya que su sonrisa volvió a adornar su rostro mientras ella salía de la habitación.

Alex, eres un completo hijo de puta.

 

 

 

Emma:

 

En cuanto me vi capaz de salir de aquel maldito lugar comencé a buscar una parada de bus que sirviera para llevarme a casa. Estaba demasiado irritada, por no decir furiosa. No podía creer que ese extranjero, proyecto de modelo, malnacido, me hubiese tratado como una zorra en toda regla. Y encima de todo, la víctima era nada más y nada menos que él. No daba crédito a mi suerte. Una noche, una sola noche donde me había permitido ser amable con un chico y terminaba así ¿Qué iba a hacer ahora? Era más que obvio que debía hablar con Alain, y era más que obvio que a mi novio no le iba a gustar nada lo que había pasado. Dios, era una estúpida ¿Cómo había podido pasar eso? Si solo tomé tres tragos en toda la noche. Era imposible que se hayan mezclado, ¿no? Sí, no era posible. Los había tomado con una brecha de tiempo el uno del otro. Lo que si me quedaba claro era que nunca, en lo que me quedaba de vida, iba a volver a tomar más de dos tragos con un hombre a dos kilómetros a la redonda.

El característico sonido de un patito de hule de mi teléfono me dio aviso de un nuevo mensaje de texto. Dos calles más abajo, cuando al fin encontré la parada que buscaba, lo saqué del bolsillo de mis jeans.

«1 mensaje nuevo: Nani».

«hermnta dnd estas? Cami y yo estams vlviendo a ksa. Todavía estas cn ese Alex? Querés q t vaya a buskr?».

Resoplé al leer su nombre.

«No, ya no estoy con él. Ya se fue. No es necesario que vengas, ya estoy en la parada. PERO NO LLEGUES A CASA SIN MI O MAMÁ NOS VA A MATAR».

A los pocos segundos me llegó su respuesta.

«Ok. Te espero».

***

—Entonces ¿Cómo pasaron? —preguntó mamá mientras se sentaba a la mesa con un gran plato de tostadas que puso en el centro. Solo con el olor ya había empezado a salivar.

—Igual que siempre, má. Bien —respondí encogiéndome de hombros y tomando la primera tostada para mí.

— ¿Entonces tu hermana y tu prima te volvieron a dejar tirada por irse con unos chicos?

— ¡Mamá! —se quejó Nani haciendo mala cara.

Mi hermano, y gemelo de Nani, Teo comenzó a reírse de ella a boca abierta y sin haber tragado su tostada del todo. Ugh.

— ¿Acaso mentí, Naddia? —se quejó mi madre alzando el extremo derecho de su labio. Doña Marian adoraba molestar a la mayor de sus hijas, quien era una copia veinte años más joven de ella misma —Parece que tú y Camille compitieran por ver cuantos chicos consiguen cada una. Quien tenga más gana.

Nani solo respondió con otro puchero, mientras tomaba otra tostada y revolvía su taza de café con leche.

Teo largó otra carcajada, señalando con el dedo índice a nuestra hermana, con la clara intención de molestarla. Mamá le pegó un manotazo en el brazo.

—Tú no te hagas el santo, que si no eres igual que tu hermana eres peor. Prostituto.

—Yo no soy un prostituto —se quejó él, imitando el puchero de su gemela—. Me gustan las chicas ¿Eso es un pecado?

—El pecado es que te voltees cada ser con culo y un par de tetas que te encuentres por la calle —respondí antes de beberme de un trago el líquido de mi taza.

Amaba estos desayunos de domingo, donde ninguno estaba trabajando u ocupado haciendo algo. Solo nosotros tres, en familia.

—La única hija decente que tengo es a mi Emma —dijo mamá lanzándome un beso desde el otro lado de la mesa, donde estaba sentada, a sabiendas de que a los otros dos les molestaría.

Si había algo que nos caracterizaba a los tres era que éramos muy, exageradamente demasiado, celosos en lo que se refería a Doña Mariam, tanto de los extraños como entre nosotros mismos.

Nani, a un lado de mama, fue la prueba de esto al fruncir su rostro hacía mí.




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