Mi vida con Knox

capítulo 8

Emma:

 

—Me alegra ver a este pequeño muñeco de nuevo —murmuró  la señora Gómez sonriéndole a Knox, que se encontraba sentado sobre una manta del otro lado de la barra de la cocina.

Eran pocas las veces que traía a Knox al trabajo y todas se trataban de una emergencia. Justo como en este caso. No permitiría que mi hijo volviera a la escuela hasta que el trámite de traslado estuviera completo. Si Alex volvía a aparecer allí y se llevaba a Knox... No sabía que era capaz de hacer. No iba a esperar a que alejaran a mi hijo de mí, eso era seguro.

—Y a mí me alegra traerlo, señora Gómez —respondí sin despegar mis vista de la comida cociéndose en el fuego.

Mi compañera dobló por el pasillo en ese momento y se percató de la presencia de la anciana.

Tanya, era mayor que yo por al menos veinte años, y era mi encargada. Y si había algo que no toleraba era que los pacientes se acercarán a la cocina. Apresuró el paso y su cara se transformó. Tanya amaba trabajar con abuelos, pero era estricta. Pacientes y personal, ambos debían obedecer las reglas. Sin excepción.

—Doña Gladis, creo que ya sabe que los pacientes no pueden estar en la cocina —advirtió seria.

La señora Gómez miró hacia otro lado. Ningún abuelo disfrutaba recibir órdenes. No habían llegado a la edad que tenían para ser mangoneados por una mujer mucho menor que ellos como si fueran niños. Pero cuando se dio cuenta de que Tanya aún seguía esperando por una respuesta no le quedó más remedio que dársela. Claro, siempre con un poco de drama.

—Ay, mi niña. Solo pasaba para saludar a este príncipe, y a pedir algo para el dolor. Desde que me levanté que estoy con un dolor en los tobillos... Ya no lo aguanto.

—Muy bien, ya le llevo algo. Ahora vaya al comedor, que ya va estar el almuerzo.

La señora Gómez se dio vuelta sin decir más nada y se marchó, caminando a paso lento y acompañada por el bastoneo de su andador.

—Sabes que eso es una excusa, ¿no? A ella no le duele nada —comenté apagando las hornillas y tomando la pila de platos para comenzar a servir —¿Ya pusiste las mesas?

—Sí, lo hice. Y también sé que es mentira ¿Pero qué se va a hacer? Tú deja que ella piense que nos ha engañado.

Yo solo reí.

— ¿Entonces? —su pregunta repentina me llamó la atención.

Me giré hacia ella con el ceño fruncido. Tanya se encontraba recostada junto a una de las ventanas de la cocina, abierta lo suficiente para dejar sacar su mano izquierda la cual sostenía un cigarrillo encendido.

— ¿Entonces, qué? —pregunté confundida. Me acerqué a Knox mientras hablaba y verifique que no se estuviera enfriando. La ventana estaba abierta solo un par de centímetros, pero era suficiente para hacer que él se enfermara. Por su parte, mi hijo me ignoró y continuó jugando como si nada.

— ¿Me vas a decir por qué trajiste a tu hijo al trabajo? El niño no molesta y a los abuelos les encanta que este aquí, pero tú sabes las reglas. Solo en caso de emergencia.

—Necesito cambiar a Knox de escuela y no tengo con quien dejarlo hasta terminar el tramite ¿Eso cuenta cómo emergencia?

— ¿No puede ir a clases hasta que el traslado esté hecho? —preguntó ella confundida, apagando el cigarrillo del lado de afuera de la ventana y arrojándolo lejos.

Solo pude fruncir el ceño. Yo no era la persona más compenetrada con el medio ambiente del mundo, pero al menos tenía la decencia de arrojar mi mugre en el cesto de la basura, más cuando este estaba a diez pasos de nosotras.

—Definitivamente no va a volver ahí.

— ¿Puedes ser clara? ¿Qué es lo qué ocurre? —Su tono molesto me sorprendió —Pensé que te gustaba esa escuela, dijiste que quedaba cerca y que las maestras son un amor ¿Qué cambió?

Suspiré.

No tenía ganas de seguir con ese tema. En esa semana mi madre me había estado volviendo loca con el tema de Alexander. De ella había sido la idea de cambiar a Knox de escuela, aunque también quería que mi hermana y yo volviésemos a su casa pero me negué rotundamente. No iba a correr de Alexander, no yo. No dejaría que se acercara a mi hijo, pero no me ocultaría para lograrlo.

Mi hermano fue una historia diferente. Teo no entró en pánico como Doña Marian, él había hecho erupción, porque no hay otra manera de describirlo, como  un volcán. Lo último que supe de él fue que estaba jugando a los gánsters, buscando a André por traidor y queriendo sonsacarle la dirección de Alex para enfrentarlo. Gracias a dios Nani pudo convencer a Tomy de que mantuviera a Teo vigilado y que no le dejase hacer alguna estupidez, a pesar de que él estaba de acuerdo con nuestro hermano y sus planes.

—Lo que pasó es que la maestra de Knox conoce a su padre y hace una semana él se apareció en la entrada de la escuela.

— ¡¿Qué, qué?! —gritó Tanya provocando que Knox diera un respingo y se enfocara en nosotras, y que las conversaciones provenientes del comedor se detuvieran abruptamente para reanudarse segundos después en susurros.

—Eso que oyes —respondí suspirando de nuevo, cansada ya de no poder hacer mi vida en paz.

Comencé a servir los platos para colocarlos en diferentes bandejas, que serían distribuidas en sus respectivas mesas.

—No puedo creer que ese bastardo tenga la osadía de acercarse a ti y a Knox —se quejó ella tomando las primeras cuatro bandejas, dos en cada brazo, con la maestría de una mesera experimentada — ¿Estas bien?

El cambio en su tono de voz fue lo que me motivó a girarme y mirarla. Se veía seria. Estaba preocupada.

—Estoy bien —le aseguré volviendo a mi tarea. No quería que nadie viera lo estresada que me tenía todo esto en realidad—. No voy a dejar que él se acerque a mi hijo.

—Knox se puede quedar aquí todo el tiempo que necesites —declaró antes de salir de la cocina.

Sonreí sin poder evitarlo.

—Gracias —murmuré, a pesar de que ella ya no podía oírme.




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