Parte IV: Alexander
- Tienes que regresar ahora – le exijo a Sebastián una vez cruza aquella antesala.
El susodicho se detiene alzando una ceja intrigado como sorprendido por la bienvenida exigente que le he otorgado.
Hace varios días desde que mi gemelo se ha tomado la intención de desaparecer fugazmente, aunque no sean mis asuntos donde sea que vaya, reconozco quizás que ha estado merodeando el pueblo, o pasado la noche en la habitación con alguna mujer, dejando a un lado las situaciones correspondientes que había dejado en la mansión.
- ¿Y ese cambio repentino? – agrega pacífico.
- La razón es que nuestro hermano se está tomando las cosas un poco en exageración – indica Mir saliendo detrás de unos estantes.
Sebastián se gira brevemente para contemplar a nuestro hermano menor con total parsimonia, no parece sorprenderle su presencia, pero tampoco parece divertirle el hecho de mi pronto mal humor.
- Ya veo – dice sereno caminando para servirse un poco de licor -. Pero había indicado dejarles claro hace aproximadamente cincuenta años atrás que los asuntos de hermanos ya no tenían nada que ver conmigo. Deseaba desligarme de todo, salvo por otros de los que ya supones.
- Hubo un accidente – me giro embravecido para buscar calmar mi cólera antes de que me atreva a tener que cortarle una mano a Mir por su inoportuna equivocación.
- ¿Qué clase de accidente? – Sebastián toma asiento.
- He perfeccionado el veneno – alza ambas cejas.
- ¿Eso es un accidente? ¿No debería ser un logro? Ya tenemos un veneno, si funciona contra un alumbrado, podría funcionar para...
- ¡Ese no es el hecho! – me giro para encararlo cortando su conversa -. Ángelo quiso probarlo en un vástago para ser específicos.
- ¿Y eso no es lo que hacemos? – parece confuso – experimentamos con sempiternos.
- Así es – continúa Mir -. Pero el hecho es que Ángelo tuvo un pleito a plena luz con alguien de poca importancia, lo asesinó. Y el problema radica en que fue descubierto por alguien de la realeza.
Sebastián se ahoga en risa con el licor cuando informamos aquellos. Detallo a mi hermano sin la gracia mínima cuando todos sabemos que el pellejo de su hijo se encuentra en juego.
- No recordaba haber traído un idiota a este mundo – se ríe.
- No estamos en juego Sebastián – indica entre dientes Mir de no tener el control de sus acciones.
- Vamos – se encoge de hombros - ¿Piensas que alguien de la realeza pueda contra nosotros? Ni el rey… somos antiguos ¿lo han olvidado?
- El que seamos antiguos o no, eso no significa que debemos mantenernos en calma. Tu hijo, huyó como un cobarde y vino hasta acá para querer refugiarse sin darse cuenta que era seguido. Ahora – le espeto – tendremos quizás a diez Lemeries viniendo a esta comunidad para rebuscar al estúpido de tu hijo y por no decir importante, La realeza barre cada ciudad y cada pueblo del maldito Reino Unido.
El rostro de Sebastián parece cambiar drásticamente de la noche a la mañana porque simplemente se coloca de pies.
- ¡No! – susurra mirando hacia el suelo como si pensara sobre algo de importancia.
Lo detallo con intriga, aunque reconozca el hecho de que Ángelo ha cometido un error… no creía que verdaderamente a Sebastián le importaba su seguridad, pues era bien sabido que lo añoraba cuando era un hibrido, pero al cambiar y refinar sus propias decisiones, se volvió más como Mir y la decepción de Sebastián fue como ver a un hijo morir.
Después de todo Ángelo se ha vuelto un monstruo capaz de no ver ni siquiera la mano de quien fue capaz de traerlo a este mundo.
- No te preocupes, lo envié de nuevo a Escocia los días que fornicabas con humanas todas estas noches en las que te ausentaste.
- No es eso – indica Sebastián desapareciendo por su propia cuenta.
- ¿En serio se preocupa por su hijo? – frunzo el ceño cuando Mir me pregunta eso.
- Lo dudo – murmuro intrigado por la extraña forma en que lo ha tomado y más por el hecho de que tuvo que bloquear sus pensamientos cuando le informamos que los Lemeries se dirigían hacia acá.
- Solo quise indicarle la insensatez del mocoso, no hay razón por la que alarmarse, son simples Lemeries Alexander, dudo que puedan siquiera conseguir este lugar.
- No me preocupa eso – agrego -. Hay que tener cuidado, si descubren a Fabricio las cosas empeoran.
Me observa con malicia.
- Como quieras, seguiré vagando estos días. Debo vigilar a dónde fisgonean.
- Bien.
- Me iré, tu hijo me detesta.
- Querrás decir mis hijos – lo contemplo con desdén.
- ¿Se te ha olvidado que uno de ellos es de mi sangre?
- ¿Se te ha olvidado que todos somos las misma sangre? – no dice nada, simplemente se va sin la intención de discutir conmigo porque no debe convenirle.
Chasqueo la lengua furioso por este infortunio del que se tuvo que atrever a cometer Ángelo, el deseo ferviente de castigarlo con mi manos sobran, pero muy en lo profundo sé que al llegar a la mansión, él será mi primer pendiente por aclarar.