Selene
Así sucedieron los días, si yo intentaba escapar me detenía de alguna forma u otra, el conocer el pueblo se volvió casi inexistente, para no decir completamente nulo. La cabaña se encontraba lo suficiente aislada, pero eso no impidió el que algunos vecinos de la zona se acercarán para darnos la bienvenida, una que recibí con nervios de que el sempiterno buscara asesinarlos cuando se atrevían a interrumpir aclarando que no desea visitas impertinentes. Su deseo era casi borrarme del mapa, solo que sin tomar la potestad de realizarlo a verdad.
Hablar con él se volvía tedioso, sus palabras eran cortantes y cuando buscaba encontrar una razón de que no podía manteneme allí toda la vida, se enfurecía. Era casi visible que me odiaba y no le agradaba... aunque para fingir aquella perorata, actuabamos como si no existieramos el uno ni el otro.
Me dirijo hacía el balcón para contemplar dicho lugar, acto que comete que de repente el susodicho tormentoso de mis días se aparezca como si yo fuera tan lunática para saltar de la baranda.
- ¿En serio crees que seria tan estúpida como para hacer algo loco solo por escapar?
- En definitivamente - indica como si nada observando a su alrededor.
Aquello se había vuelto una rutina, me asomaba en alguna ventana, su ojo ya estaba sobre el mío. Me asomaba al balcón, se aparecía, siquiera salía a la puerta y se encontraba en las afuera de la cabaña merodeándome. Decir tedioso e impertinente resultaba poco para todo lo que era.
- Mis padres no van a comerse el cuento de por vida, de alguna forma sabrán lo que ocurre. Sin mencionar que estoy casi segura ya deben estar buscándome - me esfuerzo por tomarle mejor vista a los arboles que a su persona.
- Cuando lo descubrán ya habré hecho algo contigo - agrega posando las manos en el barandal.
- No tengo nada ¿Qué más quieres? - lo encaro perdiendo los estribos.
- ¿Segura? - se gira y me encara -. Porque de alguna forma es extraño que de la noche a la mañana tuvieras que salir de tu querido pueblo.
Ruedo los ojos.
- Créeme, yo también quisiera saberlo.
- Entonces - se acerca hasta donde me encuentro - averígualo con tu cabecita - susurra sobre mi oído para luego desaparecer.
Bufo cansada.
Desde aquel día en que el sempiterno comentó algo que me dejó con muchas dudas existenciales, también llegué a tener mis propias preguntas.
Primeramente el apellido Coletti; mi familia hasta los momentos jamás mencionaron algún apellido o al menos uno que yo pudiera escucharlo provenir de sus labios, y aún así tenían una enorme desesperación porque me fuera del país asegurando que debía huir del rey. Pero desde hace diecisiete años mis padres jamás se interesaron en hacerlo hasta ahora.
¿Por qué?
Realmente había algo que resultaba inconcluso en lo referente a ese rompecabeza y por menos que quisiera admitirlo, ese hombre tenía razón... mis padres mentían en algo.
Pero no quería que ese vástago lo escuchara todo, si mis padres tenían algo que decir de seguro él seria la última persona que deseaba se enterará. Reconocía que nadie era de fiar, y estaba segura que su persona entraba en esa categoría. Tenía la única e irrevocable certeza de que mis padres vendrían por mí, o Jodiel me encontrara antes de lo planeado... al menos eso esperaba en mi vaga esperanza.
Aunque para ser exactos me sentía demasiado sola en aquel lugar, muy pocas veces me topaba con el vampiro salvo cuando deseaba cruzar más de dos pasos fuera de la cabaña. Lamentable estaba segura y aunque sola, era vigilada, completa e irrevocablemente vigilada. Pero no sabía mucho de él, solo que su nombre era Valdimir Beltrame y era quizás la mano derecha del rey, lo que me hacía suponer que no lo conocía, por completo ¿Cómo podía estar segura después de saber eso? Si sabía con certeza que su lealtad se dirgía a él y no a mí.
¿Por qué tuvo que ser exactamente el pueblo al que decidí para mi estadía temporal mientras la tormenta apaciguaba? Aquello no era una coincidencia, ese hombre ocultaba algo, algo más peligroso que mi sola presencia.
Como cada noche, dejo los cubiertos en el fregadero verdaderamente ofuscada por la situación una vez cené, y con una cólera inquebrantable abro la puerta y salgo decidida a conseguir respuestas y un poco de aire fresco necesario. Y hecho aquello, como era de acostumbrarse, su presencia ocurrió como un torbellino fugaz.
- ¿Estas segura de querer internarte en el bosque? - indica con su voz serena y apacible.
- Necesito aire fresco.
- ¿Estas segura? Hay lobos y osos.
- ¡Si! - grito girándome - ¡Claro que lo necesito! ¡Estoy cansada de estar allí!
- Pues deberías poner a trabajar esa linda cabecita para conseguir información, porque ya veo que se te da fenomenal diseñar insultos nada apropiados para tu boca - sus ojos grises me perforan.
- ¡No conseguiré nada para tí! No haré o diré nada hasta saber que ocurre y que quieres de mí - le digo con valor.
- Bien, quieres seguir manteniendo tu sospecha...