Selene
- Puedes salir - indica el hombre una vez me encuentro tratando de recoger desesperadamente los trozos de vidrios de un jarrón que me lleve por delante cuando reveló una verdad que suponía no era conocida.
Según las palabras de Abu, el libro de los orígenes, al menos la media parte de lo que había quedado no era de conocimiento amplio, por no suponer era nulo tal conocimiento. Era de anteponer que nadie debía conocer el hecho de que Celeste vivía, ni siquiera el rey. Pero de saber cierta información y que mis padres tanto Abu se equivocaran, solo significaba una cosa. Y tal descubrimiento de sus palabras hicieron que mis nervios se afianzarán y sin medirlo me tropezara contra la mesita, y el florero fuera el causante de llevarse la peor parte.
- Es de suponer nadie debe saberlo - fingir demencia a tales alturas tenía poco caso.
- Vas a lastimarte si sigues con eso - señala los vidrios - y en efecto. Solo Caelian y yo sabemos cierto secreto.
Frunzo el ceño.
-¿Qué?
-Él que lo sepas me deja con intriga, al menos me dejó. Fue un descubrimiento, es un hecho que para la mayoría de los clanes el veneno de un alumbrado cesa la vida inmortal. El como Caelian y yo descubrimos esa vil mentira no es algo que pueda agradarle a tus oídos. Pero espero y siga manteniendose así. Entre dos vástagos y una humana.
- Y otra lista nada beneficiosa para agregarle a las razones de mi rapto y encierro.
Hace una mueca afirmativa.
-Entre esas y muchas más.
Tampoco era una ínfima sorpresa que haya tomado la disposición de hurtar entre mis recuerdos. Si yo fuera una humana que lleva el rostro de la esposa del rey, habría más que una leve sospecha habitando.
Hasta yo habite esas sospechas una vez conocí la verdad. Se dice que entre generaciones, estas dispuesta a heredar cierto parentesco con algún bisabuelo o tatara. Pero no ser una copia parcial y casi escalofriantemente exacta... Una parte de mí, en lo profundo me decía que mi rostro no era algo genético, era algo más, mucho más.
Pero para caer en la realidad de mi desgraciada, averiguarlo era un impedimento a mayores cuando me encontraba al otro lado del mundo de mi verdadero hogar. Y asumirlo con mis recuerdos era una batalla perdida.
Si alguna vez me borraron los recuerdos, solo me los puede devolver quien me los borró. Y pedirle un poco de ayuda a cierto vástago era perder la cordura. Aunque para ser sincera, hasta los momentos ni siquiera se había atrevido a ponerme un dedo encima con la intención de sacarme la verdad.
¿Entonces por qué me retenía?
¿Quién realmente era Vladimir Beltrame?
Lo veo dar un paso para con sus dedos bajar el interruptor de luz. Apagando las bombillas de la sala principal y las de afuera.
¿En serio amaba aquel hombre la oscuridad? El que fuera un hijo de la noche no implicaba que iba a tropezarme con otro jarrón por su culpa.
-¿Qué crees que haces? - lo enfrento en la escasa luz que proporciona las otras bombillas provenir de la cocina.
-Silencio- da un paso. Cauteloso, nada sereno, nada burlon. Su actitud, era una actitud de como si se estuviera preparando para algo.
Aquello activó todo reflejo de peligro en mí. Estoy a punto de reclamarle su banal paranoia cuando siento como una fuerza descomunal me arrasa que sin pensarlo caigo de bruces llevándome los trozos del jarrón a medio recogido, enterrándome quizás algunos de ellos en la palma de la mano. Grito debido al dolor, busco nivelar mis ojos para concentralas en la causa, en aquella que Vladimir ha tirado hacía otro lado enterrándole algo en el pecho. Mi corazón se dispará, pero los gritos no me salen por el shock y la oscuridad apenas muestra en visibilidad el suceso.
¿Pero qué...?
- Nos vamos - indica Vladimir tomándome entre sus brazos. Sale de la cabaña directo hacia el auto olvidado. No sé cómo maniobra tal rapidez para meterme dentro del vehículo y arrancarlo en una fracción de segundos.
La noche caía densa en Jackson Hole, las apenas visibles estrellas iluminaban la carretera y los picos de ciertos árboles. Algunos pinos a los lejos se movían incesantes y el silencio creado era una duda en la escarcha del invierno.
- ¡¿Qué ha sido eso?! - digo mirando mis manos lastimadas. La sangre brotaba en pequeñas gotas y ciertos trozos enterrados aumentaban el dolor.
- Nos ocuparemos de eso después - mira de reojo la herida de mi palma.
¿Cómo no puede afectarle mi sangre? Habrá mucho esfuerzo en ello o una fuerza de voluntad acompañada de duros entrenamientos. Pero pensar en eso era una de mis últimas preocupaciones. Habían interrumpido en la cabaña con tanta maestría y Vladimir le había apuñalado el pecho.
¡Oh, maldita sea! ¡Lo había apuñalado!
-¿Que fue eso? - el suceso del momento apenas me dejaba procesar ciertas cosas.
Vladimir pisa el acelerador a toda su potencia. Yo tengo que sostenerme con fuerza del asiento cuando estuve a punto de irme de bruces.
Lo miro con incredulidad y horror.