El silencio de la mañana se hizo añicos con el sonido agudo y insistente del timbre. Aún con el sueño pegado a los ojos, bajé a abrir. Al girar el pomo, me encontré con Sky. Su rostro estaba marcado por una tristeza tan profunda que sentí cómo se me formaba un nudo apretado en la garganta. El aire a su alrededor parecía pesado, cargado con la palabra "adiós".
-Hola -dijo, su voz apenas un susurro-. Ya me voy.
Me quedé paralizada, como si mis pies se hubieran clavado en el suelo. Las palabras no me salían.
-¿Tan... tan pronto? -logré articular, mi propia voz temblorosa.
Sky asintió lentamente, y en sus ojos vi una mezcla dolorosa de amor y resignación.
-Lo sé. El camión de la mudanza ya está listo. Tengo que irme.
Una oleada de pánico y tristeza me invadió.
-Espera. Dame un momento, me cambio y bajo -le dije, casi como una súplica.
Subí corriendo al baño y me apoyé en el lavabo, mirándome en el espejo. Mi reflejo me devolvía una cara de angustia. Me eché agua fría, intentando reunir el valor necesario para no derrumbarme frente a él.
Cuando finalmente salí, me asomé por la puerta principal. La imagen me golpeó con fuerza: un enorme camión de mudanzas estaba aparcado en la calle, y unos operarios cargaban los últimos muebles y cajas, borrando los rastros de su vida en esa casa.
Me acerqué a Sky, que me esperaba pacientemente en el porche.
-¿Cuándo nos volveremos a ver? -le pregunté, mi voz cargada con el peso de la pregunta.
Él dio un paso hacia mí, acortando la distancia, y tomó mis manos entre las suyas. Sus manos estaban cálidas y firmes.
-Mañana -respondió, su voz tan baja que casi tuve que leerle los labios-. Mañana por la mañana.
Una chispa de alegría y alivio me recorrió el cuerpo, disipando parte de la oscuridad.
-Está bien -le dije, una sonrisa temblorosa dibujándose en mi cara.
Se inclinó y me dio un beso suave y lento en los labios, un beso que sabía a promesa y a despedida. Luego, sin decir más, se dio la vuelta y se marchó.
***
El resto del día fue un borrón gris. Me encerré en mi habitación, un santuario contra el mundo exterior, pero no contra mis propios pensamientos. Las inseguridades me asaltaron como un ejército: ¿Hablará con alguien nuevo? ¿Y si conoce a otra chica? ¿Y si...? Decidí que no podía seguir torturándome así y cogí el primer libro que encontré, buscando un refugio en sus páginas. Estaba tan absorta en la historia que unos suaves toques en la puerta me hicieron dar un brinco.
-Mi querida Bella, la cena ya está lista -dijo mi madre con esa dulzura que siempre parecía saber cuándo la necesitaba.
Me di cuenta de que el sol ya se había puesto. La lectura me había ofrecido un escape, un respiro de la realidad que tanto me pesaba.
-Gracias, mamá -contesté, notando en su mirada una preocupación sutil que intentaba disimular.
Mientras caminaba hacia el comedor, las luces de la calle se filtraban por las ventanas del pasillo, creando sombras que danzaban en las paredes. Al entrar, vi que la mesa estaba puesta solo para dos. Un plato humeante desprendía el delicioso aroma de mi comida favorita, esa que mamá preparaba cuando necesitaba un abrazo para el alma. Una pequeña sonrisa se dibujó en mi cara.
-Mamá, ¿dónde está Blanka? -pregunté, aunque ya me imaginaba la respuesta.
Ella suspiró, cruzando los brazos con un gesto de cansancio.
-En casa de los Sandoval. Últimamente parece que vive allí -exhaló, como si la situación le pesara-. Ya sabes cómo es tu hermana. No le gusta la diferencia de edad entre ustedes. Dice que tendrá que ver con el tiempo si se equivoca, que todo depende de lo que Sky sea capaz de demostrar.
-Ah, sí, se me olvidaba que ella es una exagerada -murmuré, sirviéndome una porción generosa.
Justo en ese momento, Blanka entró en el comedor, masticando algo de una bolsa de snacks, con una expresión totalmente despreocupada.
-¿Quién es una exagerada? -preguntó, su curiosidad despertada al instante por el ambiente tenso.
Mi madre y yo nos miramos, creando un pacto de silencio.
-¡Hola, Blanka! ¿Qué tal tu día? -dijo mi madre, cambiando de tema con una habilidad impresionante.
-Fue un día normal, pero... -se detuvo, sentándose en la mesa y mirándonos fijamente-. ¿Por qué se siente tan raro aquí?
Forcé una sonrisa que se sintió falsa.
-¡Oh, nada! Solo estábamos hablando de lo que vamos a hacer este fin de semana.
Blanka nos observó, alternando su mirada entre mi madre y yo. Levantó una ceja, un gesto que decía más que mil palabras: no se creía ni una sílaba. Sin embargo, para mi sorpresa, decidió dejarlo pasar.
-Eso suena genial, siempre hay buenas películas en la cartelera -comentó, mostrándose ilusionada-. ¿Tú qué opinas, Bella?
-Claro, suena bien, pero... -dudé, buscando la aprobación de mi madre con la mirada-. Tal vez deberíamos hablar de lo que realmente está pasando. Mamá, ¿no crees que deberíamos contarle a Blanka lo de tu yerno?
El silencio cayó sobre la mesa. Blanka nos miró, arrugando el entrecejo con genuina confusión.
-¿Qué pasó ahora con Miguel?
-No es Miguel -aclaré, sintiendo el peso de la situación-. Es tu cuñado.
La sorpresa se reflejó en su rostro.
-¿Así que tienes novio ahora? -mencionó, con un tono de incredulidad que me hizo sentir pequeña.
-Sí, vino a la casa a presentarse -confirmó mi madre, intentando mantener la calma.
-¿Y quién es? -preguntó Blanka, su curiosidad finalmente ganando la batalla.
Con una mezcla de orgullo y nervios, lo solté:
-Sky Milligan.
El rostro de mi hermana se oscureció al instante. Se inclinó sobre la mesa, y su voz se volvió una advertencia helada.
-¿Cómo que Sky Milligan? ¿No te dije que te mantuvieras alejada de ese chico? Es mayor que tú y sin duda solo busca aprovecharse de tu inocencia.
Su mirada intensa y su tono firme hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda.
Editado: 26.08.2025