Ida se quedó mirando fijamente el ramo de flores sobre su mesa de trabajo, los colores vibrantes parecían desvanecerse mientras los recuerdos amargos del pasado regresaban para atormentarla.
Las rosas rojas, los lirios blancos y los girasoles amarillos comenzaron a perder su belleza a medida que su mente la transportaba a otra época.
Recordó a Giancarlo, su ex prometido, que solía inundarla de detalles similares. Al principio, cada ramo de flores era una promesa de amor eterno, una muestra de devoción que la hacía sentir especial y amada. Pero pronto, Ida descubrió que todo aquello no era más que una pantalla, una fachada para ocultar la verdadera naturaleza manipuladora y controladora de ese hombre.
Flashbacks de momentos dolorosos inundaron su mente. Recordó cómo Giancarlo le entregaba flores con una sonrisa encantadora, solo para desmoronarse en gritos y humillaciones cuando no estaba a la altura de sus expectativas. Recordó las promesas vacías y las palabras dulces que se convertían en cuchillos cuando se usaban para mantenerla bajo control.
Las flores que una vez significaron amor y ternura ahora se habían convertido en un símbolo de engaño y dolor. La dulzura se mezclaba con la amargura mientras recordaba las veces en que Giancarlo la había hecho sentir insignificante, despreciando sus sueños y su talento.
Ida cerró los ojos, tratando de sacudirse esos recuerdos. Respiró hondo, pero la sensación de traición seguía presente. Sabía que tenía que ser fuerte, que no podía dejar que el pasado dictara su presente. Sin embargo, el miedo de volver a confiar y ser herida de nuevo la mantenía alerta.
Abrió los ojos y miró el ramo una vez más. Sabía que debía ser cautelosa con Mauricio, así como lo es con Emerzon, que no podía permitirse bajar la guardia. No quería volver a caer en el mismo patrón, no quería repetir los errores del pasado.
Esta vez estaba decidida, no permitiría que las flores, por hermosas que fueran, nublaran su juicio. Sabía que debía ser más inteligente y proteger su corazón, porque las cicatrices de las heridas pasadas eran un recordatorio constante de lo que debía evitar.
Mientras Ida miraba fijamente el ramo de flores, su celular comenzó a sonar. Al ver el nombre de Natalie en la pantalla, sintió un alivio inmediato y contestó rápidamente.
—¡Hola, Natalie! —dijo Ida, tratando de sonar animada.
—¡Ida! ¿Cómo estás, amiga? —respondió Natalie con su característico entusiasmo—. Estaba pensando en ti y se me ocurrió que podríamos salir esta noche. ¿Qué te parece?
Ida sonrió, agradecida por la oportunidad de distraerse.
—Eso suena genial, Natalie. Realmente necesito un descanso.
—Perfecto. Paso por tu casa en unos minutos y nos vamos. —dijo Natalie, antes de colgar.
Ida comenzó a recoger sus cosas, tratando de sacudirse los pensamientos negativos. Recordó que no estaba en su casa y olvidó mencionarlo a su amiga, por lo que le escribió un mensaje.
Un rato después, Natalie llegó a la empresa y la encontró en la recepción, lista para salir.
—¡Ahí estás! —exclamó Natalie, dándole un abrazo—. Oye, ¿estás bien? Te veo un poco rara.
Ida dudó por un momento, pero decidió contarle.
—Es que recibí un ramo de flores esta mañana, mira, Natalie.
Natalie frunció el ceño al ver la foto.
—Vaya, son hermosas. ¿Quién te las envió? ¿Tu ex volvió a molestarte? Si es así, sabes que estoy lista para darle una paliza por… —Natalie se detuvo.
Ida negó con la cabeza, suspirando a la vez que sonrió por las ocurrencias de su amiga.
—No, no es Giancarlo. Son de Mauricio, el hombre con el que cené hace unos meses.
Natalie frunció el ceño, mirando el ramo de flores en la foto.
—¿Mauricio? Por un momento pensé que era tu ex que había vuelto a molestarte, ya me estaba preparando —bromeó la rubia.
Ida negó con la cabeza, sintiéndose un poco abrumada.
—Ni que se le ocurra aparecer. Pero aun así, no sé qué pensar. No quiero volver a pasar por lo mismo.
Ida sacó la tarjeta del bolsillo y se la entregó a Natalie.
Natalie leyó la nota en silencio, luego miró a Ida con una mezcla de preocupación y determinación.
—Entiendo tu inquietud, Ida. Pero no todos los hombres son como Giancarlo.
Ida se quedó mirando a su amiga asombrada, esperaba otra respuesta menos esa.
—Natalie, ¿tienes fiebre?, ¿Por qué desconfías de Emerzon y no de este hombre? Recuerdo cuando dijiste que no debía confiar en él, cuándo lo mencioné aquella vez —preguntó, su voz llena de confusión.
Natalie se detuvo un momento, reflexionando antes de responder.
—Tienes razón, Ida. Desconfío de Emerzon porque he oído cosas sobre él en el mundo de los negocios. Su reputación de mujeriego y su enfoque implacable me hacen dudar. Pero eso no significa que Mauricio sea completamente confiable. Solo digo que no deberías juzgar a todos los hombres de la misma manera.
Natalie le dio un apretón en el brazo, mirándola con determinación.
—Pero esta vez seremos más listas. Vamos a disfrutar de esta noche y olvidarnos de los problemas por un rato. ¿Qué dices?
Ida sonrió.
—Tienes razón, Natalie. Necesito despejarme. Vamos.
—Los hombres que se vayan a Júpiter para que molesten a las extraterrestres —dijo Natalie, poniendo una sonrisa traviesa. —Nosotras nos quedamos en la Tierra, disfrutando de las cosas maravillosas sin ellos.
Ida soltó una carcajada, sintiendo cómo la tensión se disipaba un poco.
—Así es, amiga. Que se queden allá y no molesten.
Natalie se encogió de hombros con teatralidad.
—Bueno, que vuelvan solo si traen pizza y helado. A veces son útiles para algo. —dijo con una risa que contagió a Ida.
—¿Pizza y helado? —preguntó Ida, riendo junto a su amiga.
Natalie detuvo sus pasos y pensó un momento antes de responder con una pícara sonrisa.
—Mejor aún, que sea limpiar la casa y cocinar.