La noche era tranquila y cálida, perfecta para una cena al aire libre, por lo que no dudó en invitarla a cenar. Emerzon había elegido un restaurante con terraza, iluminado por luces suaves que creaban una atmósfera íntima y acogedora.
Mientras esperaban la comida, el murmullo de las conversaciones y el sonido de una música suave llenaban el aire.
Emerzon observaba a Ida desde el otro lado de la mesa, y aunque trataba de mantener una sonrisa, un torbellino de emociones lo consumía por dentro.
Cada vez que ella reía o hablaba apasionadamente sobre el proyecto, sentía cómo una cálida ola de satisfacción lo envolvía, disipando la soledad que lo había acompañado por tanto tiempo.
Recordaba como en el pasado había construido su vida alrededor de su éxito profesional, llenando sus días con reuniones una, detrás de otra. Pero por las noches, cuando el silencio lo rodeaba, esa soledad implacable se hacía aún más evidente.
Pero conocer a Ida ha sido ese rayo de luz en esa oscuridad, un recordatorio de que había algo más allá de los logros materiales.
—¿Cómo has estado, Emerzon? —preguntó Ida, con una sonrisa que irradiaba ternura.
Emerzon, ocultando sus sentimientos más profundos, respondió con naturalidad.
—He estado bien, gracias. —dijo, pero dentro de sí, sentía una punzada de añoranza—. Aunque debo admitir que estos últimos tiempos han sido… diferentes. —añadió, sin revelar por completo lo que significaba.
—¿A qué te refieres? —preguntó Ida, su curiosidad despertada.
Emerzon respiró hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Desde que empecé a pasar más tiempo contigo, siento que las cosas han cambiado. Hay algo en ti que me hace sentir… más conectado, menos solo. —dijo, con un tono más serio.
En su interior, Emerzon quería decirle cuánto la necesitaba, cómo cada momento con ella aligeraba el peso de su soledad. Pero temía asustarla, temía que revelar demasiado pronto lo alejaría de esa conexión especial que estaban construyendo.
Ida lo miró con comprensión, sintiendo una conexión más profunda.
—Lo entiendo, Emerzon. A veces, las cosas más importantes no son las que se pueden medir con logros o éxitos. Hay cosas que el dinero no puede comprar.
Emerzon asintió, su corazón palpitando con una mezcla de esperanza y temor.
—Sí, y por eso… —dijo, tomando una pausa para elegir bien sus palabras—. Me gustaría que saliéramos más. No solo por el proyecto, sino también porque disfruto mucho de tu compañía. Me haces sentir… completo.
Ida se sonrojó ligeramente, sintiendo una mezcla de emoción y temor, pero decidió no revelar todo lo que sentía ni las cicatrices del pasado que aún la atormentaban. Aunque su confianza en él no estaba al cien por cien, no podía ignorar lo que le hacía sentir.
—Emerzon, me encantaría. Pero…
Él, sintiendo la necesidad de consolarla sin presionarla, tomó su mano suavemente, mirándola con una determinación cálida.
—Lo entiendo, Ida. Somos amigos, ¿no? —interrumpió él, temiendo escuchar lo que no quería—. Cada momento contigo me hace sentir más vivo. Gracias, Ida, por tu amistad.
El comentario de Emerzon la sorprendió. La calidez en su voz, la sinceridad en sus palabras, todo la hizo sentir más segura y menos presionada. Mientras el silencio se alargaba, un remolino de pensamientos y emociones revoloteaba en su mente. A pesar de sus miedos, había algo en ese hombre que la hacía querer arriesgarse, aunque fuera solo un poco.
El brillo en los ojos de Emerzon le decía que, para él, esto era más que una simple amistad. Y aunque no estaba lista para admitirlo, una parte de ella también lo sabía.
Emerzon, por su parte, sentía el peso de su soledad aligerarse con cada palabra de Ida. La intensidad de su conexión era innegable, y aunque no podía forzar nada, sabía que tenía que ser paciente. Decidido a protegerla y demostrarle que estaba dispuesto a esperar, respiró hondo y soltó la mano de Ida con suavidad, dejándole su espacio.
Días después, Emerzon sugirió un paseo por los canales de Navigli, una de las áreas más pintorescas de Milán. Mientras caminaban, el ambiente relajado les permitió bajar la guardia.
—Es curioso cómo hemos llegado a trabajar juntos —dijo Ida, rompiendo el silencio—. Nunca imaginé que aceptaría una colaboración así, pero estoy disfrutando cada momento, sobre todo al ver esas sonrisas en esos pequeños cada vez que reciben su regalo.
Emerzon se detuvo y la miró con intensidad.
—Yo tampoco lo imaginé, pero hay algo en ti que me atrae más allá de lo profesional. Quiero conocerte mejor, Ida.
Ida se sonrojó, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
—Yo también siento lo mismo, pero… no quiero complicar más las cosas.
Emerzon dio un paso más cerca, mirándola a los ojos con una mezcla de determinación y ternura.
—Estoy dispuesto a enfrentar cualquier complicación por ti. No quiero perder esta oportunidad de algo real.
Ida sintió una mezcla de emociones que la abrumaban. Su mente volvía a esos momentos dolorosos del pasado, donde la confianza se rompía en mil pedazos. La imagen de Giancarlo, con sus promesas vacías y su manipulación, seguía persiguiéndola.
—Pero, Emerzon… tengo miedo. No quiero volver a sentirme herida. —confesó, su voz temblando ligeramente.
Emerzon alzó una mano y la colocó suavemente en su mejilla, sus ojos llenos de comprensión y promesa.
—Lo entiendo, Ida. No puedo prometer que no habrá desafíos, pero sí puedo prometer que nunca te haré daño a propósito. Te voy a proteger y apoyarte, siempre.
Ida sintió una lágrima rodar por su mejilla, pero no era de tristeza, sino de alivio.
—Quiero creer en eso, Emerzon. Quiero creer que esto puede ser diferente.
Emerzon, sintiendo una mezcla de posesividad y cariño, la atrajo más cerca.
—Será diferente, Ida. Estaré a tu lado en cada paso del camino, enfrentando cualquier obstáculo juntos. No tienes que hacerlo sola, porque nunca te dejaré.