La oficina de Thomas Bennett estaba impregnada de autoridad y prestigio, con paredes revestidas de madera oscura y estanterías llenas de libros legales.
Emerzon, vestido con su traje habitual, se encontraba de pie frente al escritorio de su padre, sintiendo una mezcla de respeto y resentimiento.
Thomas, con su cabello canoso y su expresión severa, levantó la vista de unos documentos y fijó su mirada en su hijo.
—Emerzon, me alegra que hayas venido —comenzó Thomas con tono formal—. Quería hablar contigo sobre algunas decisiones que estás tomando en la empresa. No estoy seguro de que estés priorizando lo correcto.
Emerzon respiró hondo, tratando de mantener la calma.
—Padre, siempre has sido crítico con mis decisiones, pero la empresa está prosperando bajo mi liderazgo. He llevado esta compañía a niveles que ni siquiera tú alcanzaste.
Thomas se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de una mezcla de orgullo y desaprobación.
—No estoy cuestionando tu éxito, Emerzon. Pero últimamente pareces distraído. Me preocupa que tus prioridades estén cambiando.
Emerzon sabía a qué se refería su padre. Desde que Ida había entrado en su vida, se había sentido más equilibrado y feliz, pero también más vulnerable.
—Mis prioridades están en orden, padre. He encontrado algo que me importa fuera del trabajo. Algo… alguien que me hace querer ser mejor, por lo que no debes preocuparte, la empresa funciona de maravilla.
Thomas frunció el ceño, su tono más suave pero aún firme.
—El amor es una distracción peligrosa, Emerzon. Lo sabes mejor que nadie. Nuestra familia ha sufrido por ello antes.
—Y esa es precisamente la razón por la que no quiero cometer los mismos errores —replicó Emerzon, sintiendo la frustración acumulada—. Ella me hace feliz. Me hace ver más allá de los negocios y del éxito superficial.
Thomas permaneció en silencio por un momento, evaluando las palabras de su hijo. Finalmente, su expresión se suavizó, revelando una vulnerabilidad rara vez mostrada.
—Solo quiero que seas feliz, Emerzon. No quiero verte lastimado como yo lo fui.
Emerzon dio un paso más cerca, sus ojos llenos de determinación.
—Entonces confía en mí. Deja que haga esto a mi manera. Necesito tu apoyo, no tu desaprobación.
Thomas asintió lentamente, levantándose de su silla y extendiendo su mano.
—Tienes mi apoyo, hijo. Solo… ten cuidado.
Emerzon estrechó la mano de su padre, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una conexión genuina.
—Gracias, padre. Prometo que seré cuidadoso.
La tensión en la habitación disminuyó, y ambos hombres se miraron con una comprensión renovada. Para Emerzon, esa conversación marcó el inicio de un nuevo capítulo en su relación con su padre y en su propia vida.
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Dos semanas después, en una tarde soleada y cálida en Milán, Ida había decidido tomar un descanso en un pequeño café al aire libre. Sentada en una mesa junto a la ventana, disfrutaba de un capuchino mientras revisaba algunos bocetos en su cuaderno.
La suave brisa y el bullicio de la ciudad la hacían sentir más tranquila, pero su paz fue interrumpida cuando una figura conocida se acercó.
—¡Ida! Qué sorpresa encontrarte aquí. —dijo Mauricio, su voz cargada de encanto.
Ida levantó la vista, y su corazón dio un vuelco al ver a Mauricio. Mantuvo su expresión neutral y asintió cortésmente.
—Hola, Mauricio.
Mauricio no perdió el tiempo y se sentó frente a ella, sin esperar una invitación.
—Espero que no te importe que me una a ti. Hace mucho que no hablamos. —dijo, su sonrisa deslumbrante.
Ida cerró su cuaderno y lo guardó en su cartera, manteniendo una distancia emocional.
—No, está bien. Solo estaba tomando un café.
Mauricio notó su frialdad, pero no se dejó desanimar. Decidió utilizar todos sus encantos para ganarse su simpatía.
—Ida, debo decir que cada vez que te veo, me sorprende tu elegancia y talento. Realmente admiro lo que haces. —dijo, sus ojos brillando con sinceridad aparente.
Ida forzó una sonrisa.
—Gracias, Mauricio. Es muy amable de tu parte.
Mauricio se inclinó ligeramente hacia ella, manteniendo su tono suave y agradable.
—No solo es amabilidad, es la verdad. He estado pensando mucho en nuestra última conversación y en cómo podríamos colaborar. Realmente creo que podríamos hacer grandes cosas, tienes mucho talento.
Ida asintió, pero su mente seguía recordando la advertencia de sus propias experiencias pasadas.
—Aprecio tus palabras, pero prefiero mantener las cosas profesionales, Mauricio. No quiero que luego haya confusiones.
Mauricio, sin perder su sonrisa, decidió ser un poco más persuasivo.
—Lo entiendo, y respeto eso. Pero me gustaría invitarte a una cena para discutir algunas ideas de colaboración. Prometo que será solo una conversación profesional.
Ida dudó por un momento, pero decidió darle una oportunidad.
—Está bien, Mauricio. Podemos cenar y hablar sobre las ideas. Pero solo eso.
Mauricio asintió, sintiéndose satisfecho por haber ganado una pequeña batalla.
—Perfecto. Te enviaré los detalles más tarde. Estoy seguro de que será una conversación muy productiva.
Mientras Mauricio se despedía y se alejaba, Ida no podía evitar sentir una mezcla de inquietud y curiosidad. Sabía que debía ser cautelosa, pero también estaba dispuesta a escuchar lo que Mauricio tenía que decir. Sin embargo, se prometió a sí misma no bajar la guardia y mantener sus prioridades claras.
Ella estaba sumida en sus pensamientos cuando, otra figura conocida entró al café. Su ex, Giancarlo, acompañado de una mujer elegante y radiante, caminaba hacia una mesa cercana. Giancarlo no la vio, pero la visión de él hizo que su corazón se contrajera con dolor.
Ver a Giancarlo tan feliz, con una nueva mujer a su lado, hizo que los recuerdos de su relación volvieran con fuerza. Las promesas rotas, las manipulaciones y el dolor emocional la golpearon como una ola. Sentía una mezcla de tristeza y alivio por no haber sido vista.