Დ .•*””*• Años atrás •*””*•.დ
La casa de Ida, cuando era solo una niña, estaba lejos de ser un hogar acogedor. Las paredes desconchadas y la falta de decoración reflejaban la dura realidad en la que vivía. Los muebles eran viejos y desgastados, y el aire siempre tenía un olor a humedad y desesperanza. Ida, con apenas nueve años, se sentaba en su pequeña habitación, tratando de encontrar consuelo en su cuaderno de dibujos, la única cosa que le ofrecía un escape.
Su madre, Ismenia, entró en la habitación tambaleándose, con una botella vacía de licor en la mano. Su cabello desordenado y su ropa arrugada mostraban el peso de las adicciones que la atormentaban. Ida levantó la vista, sus ojos grandes y llenos de miedo.
—¡Ida! —gritó Ismenia, con la voz arrastrada por el alcohol—. ¿Dónde está tu padre?
Ida sabía que esa pregunta no tenía una respuesta sencilla. Su padre, un hombre que aparecía y desaparecía de sus vidas como un fantasma, no estaba allí para protegerla.
—No lo sé, mamá. —respondió la pequeña, su voz apenas un susurro.
Ismenia soltó un bufido y se dejó caer en la cama, dejando caer la botella al suelo.
—¡Ese hombre! Nunca está cuando lo necesito. —dijo, más para sí misma que para Ida.
Ida sintió una lágrima deslizarse por su mejilla, pero rápidamente la limpió. Sabía que mostrar debilidad solo empeoraría las cosas. Se acercó a su madre y le quitó suavemente los zapatos, tratando de hacerla sentir más cómoda.
—Vamos a acostarte, mamá. —dijo con ternura, a pesar del nudo en su garganta.
Esa noche, mientras su madre dormía, Ida se acurrucó en su pequeña cama, abrazando su cuaderno de dibujos. Los sonidos de la calle, el ruido de las sirenas y las voces de las personas discutiendo, llenaban la noche. Era un recordatorio constante de la incertidumbre y el caos que rodeaban su vida.
A medida que creció, Ida aprendió a ocultar sus cicatrices emocionales tras una fachada de fortaleza y creatividad. Su amor por la moda se convirtió en su refugio, una manera de expresar lo que no podía decir en palabras. Cada puntada, cada diseño, era una pieza de su alma, una forma de sanar las heridas invisibles que llevaba dentro.
El eco de su infancia difícil aún resonaba en su mente, afectando cada decisión que tomaba. La desconfianza hacia los demás y el miedo al abandono eran constantes compañeros en su vida.
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Ida se quedó parada frente al espejo de su taller, mirando su reflejo con una mezcla de tristeza y determinación. Los recuerdos de su infancia la asaltaban, llenando su mente con imágenes que le dolía en el alma. Suspiró profundamente, tratando de sacudirse esos pensamientos y centrarse en el presente.
Llevaba un vestido azul marino de lino, sencillo pero elegante, que resaltaba su figura esbelta. Sus rizos castaños caían libremente sobre sus hombros, y unos pendientes de plata pequeños y delicados adornaban sus orejas. Completó su atuendo con unos zapatos de tacón medio y un fino collar de perlas, dándole un toque de sofisticación.
Mientras ajustaba un mechón de cabello rebelde, su amiga Marta entró al taller, con su acostumbrada energía y una sonrisa en los labios.
—¡Ida! —exclamó Marta, acercándose a ella—. ¿Qué te pasa? Pareces preocupada.
Ida la miró a través del espejo y sonrió levemente.
—Nada, solo recordaba algunas cosas. No te preocupes.
Marta se puso a su lado, observando el reflejo de su amiga con curiosidad.
—Dime, ¿saldrás con Emerzon esta noche?
Ida negó con la cabeza.
—No, iré con Mauricio. Parece que tiene algunos proyectos que quiere presentarme.
Marta levantó una ceja y puso una mano en su cadera.
—Vaya, vaya. Mira quién tiene dos galanes detrás de ella. Uno es millonario y el otro no, pero qué más da. ¡Aprovecha! —dijo con una risa, tratando de alegrar a Ida.
Ida no pudo evitar reírse ante el comentario de su amiga.
—Marta, a veces me pregunto si te pasaste de la línea del optimismo.
Marta le dio una palmada en la espalda.
—Amiga, la vida es demasiado corta para no disfrutar estos momentos. Además, ¡mira lo guapa que estás! Cualquiera de esos galanes debería sentirse afortunado de tener tu atención.
Ida sonrió más ampliamente, sintiendo que un poco de la tensión se disipaba gracias a las palabras de su amiga.
—Gracias, Marta. Eres la mejor, te adoro amiga.
Marta le guiñó un ojo.
—Lo sé. Ahora, ve y diviértete. Y recuerda, si uno de ellos te da dolores de cabeza, ¡tienes otro esperando!
Ida rio de nuevo, sintiéndose un poco más ligera. Después de despedirse de su amiga, llegó al lugar acordado para la cena con Mauricio y se sorprendió al ver lo lujoso que era.
El restaurante estaba decorado con candelabros de cristal, mesas cubiertas con manteles de lino blanco y un ambiente elegante que exudaba opulencia. Un camarero uniformado la guio hasta una mesa en una zona reservada del restaurante, donde Mauricio ya la esperaba.
Al ver su expresión de asombro, Mauricio sonrió y se levantó para saludarla.
—Ida, me alegra que hayas llegado. ¿Todo bien?
Ida se sentó, todavía observando el lujo a su alrededor.
—Sí, todo bien. Es solo que… este lugar es bastante elegante. No esperaba algo así.
Mauricio, captando su reacción, sonrió con tranquilidad.
—Entiendo. Tal vez no lo sepas, pero gano un buen sueldo en la empresa. Además, de vez en cuando, me gusta darme un gusto y disfrutar de lugares como este. —dijo con una sonrisa confiada.
Ida asintió, tratando de relajarse en el ambiente lujoso.
—Es un espacio muy bonito. Gracias por invitarme.
Mauricio levantó una copa de vino y se la ofreció.
—Por supuesto, es un placer tener tu compañía. Brindemos por una noche productiva y agradable.
Ida levantó su copa.
—Por una noche productiva y agradable.
Mientras la cena avanzaba, Mauricio desplegó todo su encanto y elocuencia. A medida que la noche avanzaba, Ida se encontraba disfrutando de la conversación más de lo que había anticipado.