El silencio se apodera de la casa, roto solo por mis maullidos desesperados y el crujido de las velas que parecen menguar ante la presencia de los no vivos. Mi humana más joven, Ana, se ríe y me observa con ojos curiosos.
"¿Qué te pasa, Michi? ¿Te asustó el copal?" dice mientras sacude una vara humeante frente a mí. El olor es fuerte, sí, pero no es eso lo que me preocupa. Intento esquivar el humo y mantener mis ojos en las sombras que se cuelan por las rendijas, filtrándose como si fueran el propio aire. Cada rincón parece llenarse de figuras delgadas y alargadas, cuerpos de rostros borrosos que se acercan sin hacer ruido, como si no necesitaran caminar, solo... deslizarse.
Maúllo, salto hacia las sombras, intentando que mis humanos vean lo que yo veo. Pero ellos solo ríen, murmurando que me he puesto "nervioso". La abuela, sin embargo, se queda quieta, con sus ojos arrugados fijos en mí. Me sigue con la mirada mientras intento protegerlos, esquivando los fríos toques de esas sombras que parecieran ansiar el calor de un ser vivo.
La abuela toma su bastón y se acerca, su paso lento pero firme. A diferencia de los demás, no sonríe, no ríe de mi "comportamiento extraño". En lugar de eso, asiente, y una expresión grave se asoma en sus ojos. Con voz ronca y ceremoniosa, declara:
"Los gatos ven lo que nosotros no. En el Día de los Muertos, ellos son nuestros guardianes. Saben lo que acecha más allá."
Mi humano más joven, Ricardo, suelta una carcajada. "Ay, abuela, ya vas a empezar con esas leyendas. ¿Qué sigue? ¿Que Ónix va a espantar a los espíritus malos?"
La abuela no responde, solo me observa con esa mirada sabia, como si supiera exactamente lo que está sucediendo. Me siento frente a ella, con mi cola enroscada y el cuerpo tenso, esperando que, por fin, alguien entienda la seriedad de la situación. Ella me hace un gesto con la mano, como si diera su bendición o me estuviera reconociendo en mi papel de protector. Es un alivio saber que alguien entiende… aunque los demás sigan sin tomárselo en serio.
"Michi está actuando raro porque está trabajando, ¿verdad, mijito?" dice ella, mirándome. Me acerco a ella, frotando mi cabeza en su mano. Si pudiera hablar, le diría que sí, que esa noche estoy luchando por ellos. Pero claro, los otros humanos solo se ríen, pensando que todo es una fantasía.
De repente, una sombra se mueve cerca de la ofrenda, tan cerca que casi tira una de las fotos. Un escalofrío recorre mi columna cuando veo a la figura fantasmagórica inclinarse, como si intentara tocar la imagen. No puedo contenerme y salto hacia ella, lanzando zarpazos al aire. El frío que siento al atravesar esa presencia es tan intenso que parece congelar mis huesos. Sin embargo, logro que retroceda. Solo que, al ver mi reacción, los humanos sueltan una risa más fuerte.
"Míralo, está peleando con su reflejo," se burla Ricardo.
"¡Michi, no te vayas a comer el pan de muerto!" bromea Ana.
Pero la abuela no se ríe. Ella los observa, y luego me mira con algo de tristeza y preocupación. Es entonces cuando habla con voz pausada y grave: "Rían si quieren, pero déjenme decirles algo: los gatos son los guardianes entre los vivos y los muertos. Esta noche, ellos nos protegen."
Yo sigo maullando, mientras una sombra de ojos huecos aparece detrás de Ana, extendiendo una mano translúcida hacia ella. El horror me paraliza por un segundo, pero salto hacia mi humana, empujándola para que dé un paso al lado. Ella se tambalea y me da un leve empujón. "¡Michi! ¡Qué te pasa! Estás actuando raro, ¿verdad abuela?" pregunta, con una risa nerviosa.
"Déjalo," responde la abuela, su voz firme. "Déjalo hacer su trabajo."
El ambiente en la habitación se vuelve aún más tenso, y aunque no pueden verlo, siento que una presencia maligna se ha dado cuenta de mi intervención, de mis esfuerzos para proteger a los míos. Maúllo una vez más, desesperado, pero ellos solo me miran como si fuera un loco.