La noche parece eterna. Cada vez que creo que los espíritus se han alejado, vuelven más numerosos, y cada uno trae consigo una oscuridad aún más profunda. Saltan las sombras de rincón en rincón, se acercan a la ofrenda, se inclinan sobre mis humanos, extendiendo sus brazos invisibles. Cada vez que puedo, me lanzo sobre ellos, gruñendo, maullando con toda mi fuerza. Mis garras pasan a través de sus cuerpos, pero es mi presencia lo que los ahuyenta, lo que los obliga a retroceder. Siento el agotamiento pesándome en las patas, y aún así sigo. Ellos no pueden verlos, pero yo sí. Y no dejaré que les hagan daño.
Una y otra vez, la abuela me mira en silencio. Aunque el resto de los humanos se rían o murmuren que me he vuelto "loco", ella parece entender cada movimiento que hago. Con sus ojos cansados sigue cada salto, cada maullido, y aunque no habla, la seriedad en su expresión me da fuerzas para continuar. En algún momento, ella se inclina y murmura con voz baja: "Gracias, Michi." Yo solo muevo la cola, manteniéndome alerta mientras un nuevo espíritu parece querer atravesar la pared de la cocina.
Con el primer rayo de sol, las sombras se desvanecen. Siento cómo el peso de la noche me abandona, y el aire que antes era espeso y helado se vuelve ligero. Los espíritus retroceden, uno por uno, disolviéndose en la luz del amanecer. Un último espectro se gira hacia mí antes de desaparecer, su boca torcida en una mueca siniestra, como si me estuviera dando una advertencia para el próximo año. Pero sé que me tienen respeto. Saben que, mientras yo esté aquí, mis humanos estarán protegidos.
Finalmente, cuando el último rastro de oscuridad se ha desvanecido, me dejo caer al suelo, agotado. El alivio me llena, y mi cuerpo se desploma en un rincón cálido, justo cuando los humanos comienzan a despertar. Me quedo dormido con el cansancio de una batalla ganada, sabiendo que ellos están a salvo.
Horas después, siento el aroma de leche tibia y un sobre de atún fresco frente a mí. Mis humanos me miran con sonrisas suaves, y aunque no entienden por completo lo que ha pasado, parece que saben que algo en esta noche ha sido especial. La abuela me mira con cariño y me hace un gesto para que me acerque a ella. Me levanto, aún aturdido, y salto a su regazo, donde me acomodo con un ronroneo suave y profundo.
Ella acaricia mi pelaje con dedos temblorosos pero llenos de calidez, y me susurra al oído: "Gracias, Michi, nuestro protector."
Mis ojos se cierran, y dejo que el ronroneo crezca en mi pecho. Sé que el próximo año vendrán de nuevo, esos espíritus hambrientos de la noche. Pero estaré listo, como siempre, para defender a mis humanos, esos humanos a quienes he adoptado como míos.