Microhistorias

Final feliz

Érase una vez una princesa que vivía encerrada en una torre. No estaba allí por órdenes de su cruel madrastra o su negligente padre sino de su propio corazón. No tenía a ningún ser mágico o criatura del bosque a quien contarle sus desgracias. No estaba destinada a dormir cien años, ni a perder a medianoche un zapato de cristal. Jamás encontró amor sincero en las palabras de aquellos que venían a cortejarla y ni todo el oro del mundo, ni las joyas, ni el vestido más precioso podían arrancarle de su alma afligida una auténtica sonrisa. Pasaba los días reflexionando en su pequeña habitación, con la puerta siempre cerrada para que nadie pudiera entrar a hacerle daño. Pero aquí no hay brujas malvadas ni bestias asesinas, ni los enemigos del reino llegarán antes de cien años. El único peligro vivía dentro de ella y ninguna barrera podía detenerlo.

Llegó el día en que la princesa finalmente dejó abierta la puerta de su habitación como si ésta simbolizara el último rayo de esperanza que le quedaba, esperanza de que alguien, cualquiera, llegara para detenerla antes de que fuera demasiado tarde. Salió al balcón de piedra, no a cantar, no a admirar el paisaje. Con dificultad trepó encima de él y dejó salir una lágrima de cristal.

Respiró, respiró de nuevo, todo sucedió tan rápido. Luego dejó de respirar.

¡Qué desgracia! El príncipe tan sólo tenía que encontrar la puerta cinco segundos antes y este cuento habría tenido un final feliz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.