Mil Cosas

16

Enfermera a domicilio

 

«No eras lo que me esperaba, me decepcionaste.
Noches sintiéndome culpable por serte infiel con tan solo pensar en otro y vos eras peor. Me decepcionaste, te creí alguien especial, y solamente jugabas conmigo. No estaba enamorada, pero esperaba estarlo algún día»

Cerré el diario y lo dejé en la mesita de luz, no puedo creer que Dani sea esa mierda de persona que me mostró en el patio de la escuela. Nunca había sentido tanto miedo, ni siquiera cuando Mar se hace la loca y deja de agarrar el volante del auto.

Y mientras pensaba en ella, como si la hubiera invocado con los pensamientos, aparece.

—¿Cómo te sentís?—pregunta sentándose frente a mí en la cama.

—Decepcionada. —dije en un suspiro.

Ella asiente comprensiva —. No puedo creer que sea un forro, intentó... Vos me entendés, ¿no?—asentí y le pedí que por favor no le diga nada a Thiago. No quería que se enterara.  Logré hacer que no dijera nada cuando intentaron abusar de mi prima, pero ya una segunda vez no sé si iba a poder hacer que se callara.

Cambiamos de tema para que pueda olvidarme aunque sea unos minutos de esa pesadilla, del horror que viví. Y lo logré, aunque fueron unos minutos.

Después de hablar una hora con ella, decidimos bajar y hacer la cena las dos juntas. Thiago estuvo trabajando toda la tarde en el parque y mi tío en la clínica, en cualquier momento aparecían los dos hambrientos por la puerta exigiendo comida como la gente.

Nos pusimos a hacer empanadas caseras, tranquilamente podíamos ir a comprar las tapas al almacén pero siempre me gustó demostrar mi amor a través de la cocina, y al hacer cosas caseras, demuestro que de verdad quiero a esa persona, porque lo hago con amor.

Mi papá siempre dijo: «Las cosas hechas con amor, salen bien. Las cosas hechas sin amor, no sirven»

Y tiene razón. Muchas veces he hecho comida sin ganas de cocinar, y me ha quedado horrible.

Mientras yo hacía la masa, Mar el picadillo de carne. Empezamos a cocinar a las nueve de la n0che y cuando empezamos a armar las empanadas entra Thiago. Fue como una fuerza divina que me hizo girarme a verlo porque sabía que se trataba de él. Estaba pálido, y al instante me di cuenta que estaba mal. Dejé que mi prima siga cocinando y me acerqué a él.

—Siento que se me parte la cabeza. —dice tocándose la zona. Hice que se siente y apoyé mis labios sobre su frente.

—Le está por agarrar fiebre. —le comenté a mi prima mientras estaba parada delante de él, con una de mis manos en su hombro.

—Debe de estar insolado. —comenta ella mientras le hace el repulgue a otra empanada—. Apuesto a que estuviste todo el día al rayo del sol sin gorra y sin agua. —comenta con una sonrisa como si supiera que así fue.

—Puede ser. —responde él y yo agarré agua de la heladera y le serví un poco.

—Te pasa por boludo. Y perdón que te lo diga así, pero tenés que cuidarte más, Thiago. —le dice mi prima prestándole atención a lo que estaba cocinando y no a él.

Les avisé que iba a buscar el termómetro y subí las escaleras para ir al botiquín del baño y sacar el aparato para tomarle la fiebre. Cuando lo tuve entre mis manos volví a bajar e hice que se ponga el termómetro debajo del brazo y así esperar a que suene.

—¿Te acordás del típico método de la abuela para sacar la insolación?—me quedé pensando unos minutos y asentí.

Mientras él esperaba a que suene el aparato que tenía debajo de su brazo, agarré una toalla y un vaso de agua. El termómetro sonó y me lo tendió.

—37°.5—dije observando lo que tenía en mano—. Tenés una febrícula.

Lo miré y me puse detrás de él, estaba sentado, sin remera y mi pulso se aceleró al poner mis manos en sus hombros desnudos. Fue muy estúpida mi reacción, pero así fue.

Agarré la toalla blanca y se la puse en la cabeza.—. ¿Qué hacés?—casi pude ver su ceño fruncido. Agarré el agua y de una manera rápida para que no se me volcara, di vuelta el vaso y en instantes en que puse aquel vaso sobre su cabeza, el agua empezó a burbujear.

—Estuviste mucho tiempo al rayo del sol, esto es algo que se puede hacer para pasar la insolación, tranquilo que no es nada de otro mundo.

—Digamos que tenés un vaso de agua dado vuelta sobre mi cabeza, mientras no me tires el liquido encima, todo bien. —sonreí aunque no me podía ver porque estaba detrás de su espalda—. ¿Cómo vas a sacarlo de mi cabeza sin volcar por todos lados?

—Inclinás un  poco la cabeza para adelantes y listo.—respondí con una sonrisa mientras pensaba en hacerle una maldad, pero sabía que si pretendía mojarlo, después tendría que limpiar todo el chiquero que llegue a armar.

Una vez el agua dejó de burbujear, él inclinó la cabeza para adelante y le saqué el vaso y la toalla sin ningún problema. Me planté frente a él y puse mis puños en mi cadera en posición de taza.

—No te quiero volver a ver al rayo del sol sin gorra y protector solar, ¿me escuchaste?—le advertí en tono demandante.

—Sí, mamá. —dice irónicamente—. Gracias por preocuparte.

Suavicé mi ceño fruncido y una leve sonrisa quería escaparse de mi boca.

—Intentemos que no te levante la fiebre, ¿sí? Por ahora tenés una febrícula pero puede levantarte, mañana no salgas al patio a trabajar.

—Imposible, mañana tengo que cortar el pasto. —dice negando.

Lo miré poniend0 mi cabeza de costado y cruzándome de brazos—. Mañana, vos no vas a cortar nada, ¿te quedó claro? Y yo misma voy a hablar con Mau para que te ate a la cama. —dije firme.

La miré a mi prima que me miraba como diciendo «¿Qué clase de cuento de la novia tóxica te comiste?» y es que sí, sonaba a una novia tóxica. Pero no estaba celosa, sino que velaba por su salud. Esa era la diferencia.



#6827 en Novela romántica

En el texto hay: amorodio, desamor

Editado: 24.03.2024

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