Lᴀ ᴊoven chica caminaba por el lugar. A su paso, las hojas secas crujían. El viento bufaba suavemente haciendo que unos cuantos mechones castaños quedasen al descubierto. La chica, hizo un pequeño movimiento de manos y, de inmediato, el viento dejó de soplar. Bajo la capucha, la joven sonrió y una ráfaga de viento se la llevó desapareciendo.
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Uɴ ᴊoven de unos veinte años corría por el bosque saltando entre los arbustos y esquivando los árboles con gran agilidad. En el cielo, la noche había caído y se veía claramente la luna. El joven, parecía ver perfectamente en la oscuridad. Detrás de él, los sonidos de gente pisando el suelo, cortando ramas y hojas, lo animaban a ir más rápido para despistar los. El chico, ya cansado de ser perseguido, cerró los ojos y, tras unos momentos, una sombra se lo tragó desapareciendo en aquel instante. Minutos después, una docena de hombres llegaban a ese lugar sin rastro alguno del joven que momentos antes se encontraba allí.
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Eʟ ʙullicio de la gente hacia que la joven dama tuviese que taparse los oídos. No soportaba los días de mercado. Es más, estaba segura de que los odiaba. Prefería quedarse en su casa, tocando el arpa tranquilamente. Pero su padre, la había obligado a salir para estirar las piernas. La chica, avanzó lentamente entre la gente intentando ignorar todo el ruido que hacían. De pronto, un sonido le atrajo la atención. Era el llanto de un niño y provenía de un pequeño callejón. Sin dudarlo, la joven corrió hacia allí ignorando los reclamos de las personas al empujarla, o los gritos que segundos antes tanto la molestaban. Al llegar, vio a un pequeño niño acurrucado en una esquina sufriendo un ataque de tos. Una tos que en aquellos tiempos podía resultar ser mortal. La chica, lejos de dar media vuelta e irse, como la gran mayoría harían, se acercó al pequeño y le puso la mano en su delgada muñeca. Fue entonces en cuanto se fijo en los sucios ropajes del niño y aquellos ojos verdes esmeraldas que la atraparon. Sacudiendo la cabeza, la joven impulsó su energía para curar al niño.
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Lᴀ ᴛempestad amenazaba con romper aquel pueblo. Los rayos tronaban sin cesar y el viento soplaba sin descanso. Una veintena de hombres intentaban que no se llevara al pueblo entero. Un joven, miró a su madre y después a la tempestad. Y negó con la cabeza. Él no era el indicado. Pero debía hacerlo. Conteniendo un gruñido, se levantó de la silla al lado de la cama de su madre y se acerco a la pequeña ventana. Reuniendo energías, levantó ambos brazos en dirección al cielo. Como si un milagro fuese, el cielo empezó a aclararse. El joven, suspiró otra vez y volvió a sentarse junto a su madre.
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Lᴀ ᴊoven de quince años miraba fijamente a un animal. El lince, aquel animal, también la miraba con ojos felinos. De súbito, inclinó la cabeza y se recostó en el suelo. A los pies de la muchacha. Con una pequeña sonrisa, la joven le tocó el pelo al animal. De pronto, levantó la cabeza y dejó de acariciarlo. Como un rayo, se levantó de allí como si la hubieran electrocutado. El felino, al verla así de nerviosa, bajo la cabeza y se fue retirando hacia la espesura del bosque. Cuando la joven no lo vio y estuvo segura de que se había ido, echó a correr.
Editado: 11.03.2022