Mini Historias

La carta

Eduardo estaba frente a la casa de su amigo Santiago. El día anterior había recibido una carta de él, lo cual le pareció extraño, ya que podían comunicarse por celular. Sin embargo, la excentricidad de Santiago era algo que Eduardo conocía bien, pues eran amigos desde la primaria y sabía que su amigo era capaz de hacer cosas impensables. La carta era misteriosa y breve, solo le pedía verlo después de tantos años, así que Eduardo decidió dejar de lado las obligaciones de su oficina de abogacía y acudir al encuentro.

Pero al ver la casa de Santiago, Eduardo sintió un escalofrío por lo tenebrosa que era. Estaba situada en medio de la nada, junto a un gran bosque. Eduardo sabía que Santiago tenía gustos extraños, pero esto era algo que no se hubiera imaginado. La casa era grande y vieja, desgastada por los años, lo cual se reflejaba en la pintura descascarada y en el jardín descuidado, con hierbas altas y árboles que parecían estar muriendo.

Eduardo se estremeció por un momento al imaginar a Santiago viviendo en un lugar así. ¿Por qué había elegido habitar en una casa tan tétrica? ¿Qué había sucedido con su amigo?

Eduardo se acercó a la puerta principal y llamó. La puerta se abrió lentamente, rechinando de manera tenebrosa, algo que solo había visto en películas de terror antiguas. Pensó que era imposible replicar algo así en la vida real, pero ahora se encontraba con un escalofrío causado por aquel sonido. Frente a él, Santiago estaba de pie con una extraña sonrisa en el rostro.

“¡Eduardo!”, exclamó Santiago, extendiendo una mano, “¡Es bueno verte de nuevo!” Eduardo se sintió incómodo al estrechar la mano de su amigo, percibiendo una tensión en Santiago. Además, su mano estaba fría y húmeda.

Al cruzar el umbral de la casa, Eduardo sintió una sensación gélida recorrer su cuerpo. El ambiente era extremadamente frío, mucho más de lo que alguien normal podría soportar. Eduardo, visiblemente incómodo, preguntó a Santiago si no tenía alguna calefacción que se pudiera usar. Sin embargo, Santiago, con una mirada paranoica en sus ojos, respondió en voz baja y tensa: “La temperatura es perfecta, no necesito calefacción. Esta es... la temperatura adecuada.”

Eduardo se sintió extrañado e incómodo ante la reacción de Santiago. La mirada de su amigo sugería que estaba ocultando algo, y la forma en la que habló sobre la temperatura era casi obsesiva. Eduardo comenzó a formular preguntas en su mente sobre su amigo y sobre lo que realmente estaba sucediendo en la casa.

Finalmente, llegó la hora de la cena y Eduardo se sentó a la mesa con un poco de alivio y cautela. El ambiente era tenso y silencioso, por lo que intentó romper el silencio iniciando una conversación.

“Pero, Santiago, ¿cómo has estado?”, preguntó Eduardo, intentando sonar lo más natural posible.

Santiago respondió con una frase corta y seca, sin mirar a los ojos a Eduardo, “bien”.

Eduardo no se rindió e intentó continuar la conversación, pero esta se fue apagando rápidamente. La tensión en la sala era palpable y Eduardo se sentía cada vez más incómodo.

Mientras comían, Eduardo no pudo evitar notar que la carne que Santiago comía estaba semi cruda. La visión de la carne roja y sangrienta le causó una sensación nauseabunda, pero intentó mantener la compostura y no decir nada.

Sin embargo, la incomodidad de Eduardo iba en aumento. La forma en que Santiago comía, con una especie de voracidad animal, le parecía inquietante. Además, la mirada de Santiago, que parecía observar a Eduardo con una especie de curiosidad morbosa, le hacía sentir como si estuviera siendo estudiado bajo un microscopio.

Una vez en su cuarto y habiendo acomodado su cama, Eduardo no pudo evitar sentir una sensación de inquietud. Ni en sus peores casos como abogado había sentido tal nerviosismo. La oscuridad de la noche parecía intensificar el ambiente de miedo y ansiedad que había estado experimentando desde su llegada a la casa.

Decidido a distraerse, Eduardo se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Miró hacia afuera, intentando captar algún rastro de normalidad en el entorno. La luna llena iluminaba el jardín descuidado y el bosque se extendía más allá.

Mientras observaba y se perdía en sus pensamientos, Eduardo notó una figura que salía de la casa. Era Santiago, quien llevaba consigo un par de bolsas de basura. Intrigado, Eduardo se preguntaba por qué Santiago estaba fuera a altas horas de la noche con bolsas tan grandes.

Aunque la escena era muy extraña, Eduardo prefirió no pensar mucho en ello y quiso creer que Santiago solo había salido a botar la basura. Sin embargo, la imagen de Santiago desapareciendo en la oscuridad del bosque se quedó grabada en su mente. Eduardo no pudo evitar sentir una creciente inquietud, lo que le impidió dormir hasta altas horas de la noche. Y, aun así, Santiago no había regresado.

A la mañana siguiente, Santiago anunció que saldría a hacer las compras. Eduardo, ansioso por escapar de la atmósfera opresiva de la casa, se ofreció a acompañarlo. Sin embargo, Santiago se negó rotundamente, argumentando que era preferible ir solo.

Eduardo se quedó solo en la casa y decidió pasar la tarde en la biblioteca de Santiago. La habitación estaba llena de estanterías que se extendían desde el suelo hasta el techo, abarrotadas de libros. Eduardo, un ávido lector, se maravilló con la cantidad de obras literarias. Reconoció varios títulos y también notó numerosos libros de economía, reflejo de la profesión de Santiago.




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