Mini Relatos.

El último invierno.

La nieve caía en grandes copos sobre el pueblo, cubriendo todo a su paso como un manto blanco que borraba las huellas del pasado. Rorona caminaba por el sendero que llevaba al templo, como hacía cada invierno, pero esa vez algo era diferente. El viento parecía más frío, la quietud más profunda. Ella sabía que no llegaría al templo, que ese invierno sería el último que pasaba en aquel lugar.

Cuando era pequeña, su madre le contaba historias sobre el bosque y el templo en la montaña. "Es un lugar sagrado, lleno de magia y recuerdos", le decía con una sonrisa triste en el rostro, como si guardara un secreto. Ahora, Rorona lo entendía todo.

En la quietud del bosque, se encontraba con Kasolyus, el espíritu de un niño que nunca dejó de esperar a la madre de Rorona. El había sido su amigo en su infancia, un ser transparente que jugaba con ella entre los árboles, pero que, con el paso de los años, se fue desvaneciendo lentamente. Rorona recordaba cómo su madre le hablaba de él, pero nunca mencionó por qué lo había dejado atrás.

"¿Por qué no te vas, Kasolyus?", preguntó ella, su voz quebrándose al enfrentar la realidad.

El espíritu la miró, su rostro tan etéreo como la niebla, pero en sus ojos brillaba la tristeza de siglos de espera. "No puedo irme... hasta que ella regrese", respondió con una sonrisa triste, esa misma sonrisa que recordaba en su madre.

Rorona intentó sonreír, pero su corazón pesaba más que el hielo que cubría el sendero. Su madre ya no volvería. Sabía que las historias que había escuchado de niña no eran cuentos, sino despedidas disfrazadas. Kasolyus había esperado en vano, igual que ella.

"¿Por qué no puedo hacer algo?", susurró ella, las lágrimas comenzando a caer sin poder detenerlas.

"Lo intentaste", dijo él, acariciando su rostro con una mano fría como el viento. "Lo hiciste al venir aquí, al buscarme. Eso es suficiente. El amor nunca se olvida."

Rorona miró al espíritu una última vez. "Lo siento", murmuró, mientras sus lágrimas caían como nieve sobre la tierra. "Lo siento por no haberte entendido

antes."

El viento sopló más fuerte, y Kasolyus desapareció, como si nunca hubiera existido. Y con él, se fue también la última parte de su madre que quedaba en este mundo.

Rorona volvió al pueblo, sola, mientras la nieve seguía cayendo, cubriendo las huellas de todos los que habían amado y perdido. Y aunque la nieve borraba todo lo demás, el recuerdo de aquel invierno nunca desaparecería.



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En el texto hay: relatos, cortos, xorenax

Editado: 02.03.2025

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