El viento soplaba con fuerza sobre el campo de batalla, arrastrando polvo y dejando una sensación de tensión en el aire. A lo lejos, dos figuras se enfrentaban, sus siluetas recortadas contra el cielo encapotado. El terreno estaba marcado por cicatrices de antiguas batallas, y el eco de los enfrentamientos pasados parecía resonar en cada rincón.
A un lado, estaba Kael, el guerrero de acero, su armadura cubierta de sangre y sudor. Su espada, forjada en el corazón de un volcán, brillaba con una luz roja y ardiente. Su mirada estaba fija en su enemigo, un hombre de capa negra y ojos como carbones encendidos. Su nombre era Vesper, el último descendiente de los antiguos hechiceros, cuyas sombras podían devorar hasta las estrellas.
"Esto termina hoy", dijo Kael, su voz resonando con la determinación de años de lucha.
Vesper sonrió, una mueca de desprecio que no hacía justicia al horror que portaba en su alma. "No, guerrero, hoy todo comienza. No puedes derrotarme, pues soy el fin de todo lo que conoces."
Con un grito, Kael dio el primer paso, su espada deslumbrando en la oscuridad. Con un solo movimiento, cortó el aire, enviando una onda de energía que atravesó el terreno con la fuerza de un terremoto. Pero Vesper simplemente levantó su mano, y la onda fue absorbida por la negrura que lo rodeaba, como si nunca hubiera existido.
"¿Crees que puedes vencerme con esos trucos? Soy inmortal, Kael. Mis hechizos nacen del vacío, y mi alma es eterna."
Kael frunció el ceño, su cuerpo vibrando con energía contenida. Sabía que debía actuar con rapidez, que cada segundo de duda podía ser su último. Cargó hacia Vesper, su espada levantada como un rayo, pero el hechicero desapareció en un destello de sombras.
Un grito resonó a su lado. Kael giró rápidamente, apenas esquivando una esfera de oscuridad que surgió de la nada. El hechizo pasó tan cerca de su rostro que sintió la quemadura de su poder.
"¡No escaparás, Kael!" vociferó Vesper, reapareciendo detrás de él. "Esta guerra la ganarán las sombras, y tú serás solo una chispa apagada."
Sin pensarlo, Kael giró con rapidez, usando la fuerza de su cuerpo para desatar un torbellino de acero.
Cada golpe de su espada rompía la oscuridad, creando grietas en la realidad misma. Pero Vesper seguía siendo más rápido, cada vez más cerca, alimentándose de su desesperación.
El guerrero sintió su corazón latir con fuerza, la fatiga comenzando a dominar su cuerpo, pero su voluntad no cedía. Sabía que la clave estaba en su última técnica, una técnica que había costado años de perfección, pero que podría salvarlos a todos. Sin embargo, era un riesgo mortal. Si fallaba, moriría.
"Si esto es lo que debo hacer para salvar al mundo, lo haré", murmuró Kael.
Con un grito de furia, Kael canalizó toda su energía en un solo golpe. La espada, bañada en llamas y luz, brilló más allá de los límites de la comprensión humana. Con un solo movimiento, cortó el aire con una furia que nunca antes había sentido.
Vesper, confiado, extendió sus manos para invocar las sombras más oscuras, pero fue demasiado tarde.
El golpe de Kael atravesó la oscuridad, rasgando el vacío mismo y alcanzando el corazón de Vesper.
El hechicero gritó, un grito de agonía que resonó a través del mundo, pero su cuerpo comenzó a desintegrarse, convirtiéndose en polvo frente a los ojos de Kael. La batalla, la guerra, y todo lo que representaba la oscuridad fueron barridos por la luz.
Kael cayó de rodillas, su espada temblando en sus manos, su cuerpo agotado al límite. Pero su mirada permaneció firme, viendo cómo las sombras se disolvían en el aire.
La victoria no fue dulce, pero el mundo volvía a ser libre. Y aunque la batalla había terminado, Kael sabía que el sacrificio de aquel día quedaría marcado en su alma para siempre.