Mini Relatos.

El fuego de Azrael y la luz de Selene

En los confines de un mundo dividido entre sombras y resplandores, donde el cielo ardía con tormentas eternas y la tierra temblaba bajo el peso de secretos antiguos, vivían Azrael, un demonio de las profundidades, y Selene, una diosa de los cielos altos. Sus caminos jamás debieron cruzarse, pero el destino, con su ironía cruel, los unió en un amor que desafió las leyes del universo.

Azrael era una criatura de fuego y cenizas, con alas negras como la noche más densa y ojos que brillaban como brasas vivas. Había nacido en los abismos, entre ríos de lava y lamentos de almas perdidas, y su vida había sido una danza de caos y poder. No conocía la ternura, solo la fuerza, hasta que un día, mientras ascendía a la superficie para desatar una tormenta sobre los mortales, sus ojos se encontraron con Selene.

Ella era luz pura, un resplandor que cegaba incluso a las estrellas. Su cabello fluía como hilos de plata líquida, y su voz era un canto que calmaba hasta las bestias más feroces. Selene reinaba en los cielos, una diosa de armonía y creación, adorada por los humanos que alzaban sus manos hacia ella en súplica. Pero en su interior, oculto tras su belleza etérea, ardía una ambición insaciable: devorar el poder de otros seres para volverse eterna, invencible.

El primer encuentro fue un choque de mundos. Azrael, con sus garras aún humeando tras desatar su furia, vio a Selene descender en un halo de luz para detenerlo. "Tu caos termina aquí, demonio", le dijo ella, alzando una lanza de cristal que brillaba con energía divina. Pero Azrael no atacó. Quedó inmóvil, atrapado por la visión de su belleza, y en lugar de luchar, inclinó la cabeza y murmuró: "Si he de morir, que sea por tu mano. Sería un final digno."

Selene, sorprendida por su respuesta, bajó la lanza. Algo en los ojos del demonio —una mezcla de desafío y vulnerabilidad— la intrigó. En lugar de destruirlo, lo dejó vivir, y así comenzó un juego peligroso entre ambos.

Con el tiempo, los encuentros se volvieron frecuentes. Azrael subía a los bordes del cielo, donde las sombras se mezclaban con la luz, y Selene descendía a los límites de la tierra, donde el aire olía a azufre. Hablaban durante horas, primero con cautela, luego con risas. Él le contaba historias de los abismos, de los fuegos que nunca se apagaban; ella le describía los vientos celestiales y las canciones de las estrellas. Azrael, que nunca había conocido la paz, encontró en Selene un refugio. Selene, que siempre había sido adorada pero nunca amada, sintió que el corazón del demonio latía solo por ella.

El amor floreció como una flor imposible en un desierto. Azrael le talló un trono de obsidiana con sus propias manos, ofreciéndoselo como prueba de su devoción. Selene, a cambio, tejió un manto de luz lunar que envolvía a Azrael sin quemarlo, un regalo que suavizaba las llamas de su piel. Se encontraban en un risco entre mundos, donde el cielo y el abismo se tocaban, y allí se amaban con una pasión que hacía temblar la tierra y estremecer las nubes.

"Por ti renunciaría a mi fuego", le dijo Azrael una noche, sus alas envolviéndola con suavidad. "Por ti sería nada, si eso te hace feliz."

Selene sonrió, acariciando su rostro marcado por cicatrices. "Y yo bajaría de los cielos por ti, mi amor. Eres mi tormenta y mi calma."

Pero las palabras de Selene eran una máscara. En secreto, ella había descubierto algo: el poder de Azrael, un demonio primigenio, era una fuerza pura, un fuego que no solo destruía, sino que también creaba. Si lo consumía, su divinidad se elevaría más allá de los confines del cosmos. Podría devorar galaxias, reinar sobre todo lo existente. El amor que fingía era una trampa, un anzuelo para mantenerlo cerca hasta el momento adecuado.

Azrael, cegado por su adoración, no vio las señales. No notó cómo los ojos de Selene brillaban con hambre cuando él hablaba, ni cómo sus caricias parecían medir la fuerza de su esencia. Creía en ella con cada fibra de su ser, porque por primera vez en su existencia, había encontrado algo más grande que el caos: el amor.

El día de la traición llegó en una noche sin luna. Selene lo invitó al risco sagrado, diciéndole que quería sellar su unión para siempre. Azrael llegó con el corazón latiendo como un tambor, llevando un anillo forjado en el núcleo de una estrella caída. "Con esto, seremos uno", le dijo, arrodillándose ante ella.

Selene tomó el anillo, lo miró con una sonrisa que ocultaba su frialdad, y luego extendió las manos hacia él. "Sí, seremos uno", susurró. Pero en lugar de un abrazo, un resplandor cegador brotó de su cuerpo. Cadenas de luz emergieron del suelo, atrapando a Azrael, quemando sus alas y drenando su fuerza. Él intentó liberarse, pero el poder de la diosa era implacable.

"¿Qué haces?" rugió Azrael, su voz temblando entre furia y confusión.

Selene se acercó, su rostro ya no dulce, sino hambriento, inhumano. "Te amo, Azrael, pero tu amor no es suficiente. Quiero tu poder. Tu esencia me hará eterna."

Antes de que él pudiera responder, ella abrió la boca, y de ella salió un vacío brillante, una fuerza que comenzó a desgarrar el cuerpo del demonio. Azrael sintió cómo su fuego, su vida, era arrancado de él, absorbido por la diosa que había jurado amar. Las lágrimas brotaron de sus ojos, no de dolor físico, sino de la traición que le rompía el alma.

"Te di todo", lloró, mientras su piel se deshacía en cenizas y su voz se volvía un eco. "Te di mi corazón..."

"Y yo lo tomaré", respondió Selene, implacable, mientras lo devoraba pedazo a pedazo. Su luz crecía con cada fragmento de Azrael que consumía, volviéndose más brillante, más poderosa, hasta que el risco entero tembló bajo su nueva fuerza.

Cuando terminó, no quedaba nada de Azrael más que un puñado de cenizas negras y el anillo que había forjado para ella, ahora abandonado en el suelo. Selene lo miró por un instante, pero no había remordimiento en sus ojos, solo satisfacción. Se elevó al cielo, su poder resonando como un trueno, y desapareció entre las estrellas, dejando atrás el eco de un amor que nunca fue real para ella.



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En el texto hay: relatos, cortos, xorenax

Editado: 15.03.2025

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