Mini Relatos.

Ronroneos y rugidos.

En un pueblo pequeño donde las calles olían a pan recién horneado y los tejados se llenaban de musgo, vivían dos gatos que eran tan opuestos como el día y la noche. Sol era un gato amarillo, de pelaje brillante como un campo de trigo bajo el sol de verano, con ojos verdes que parecían sonreír. Era grande, pero su tamaño no intimidaba; caminaba con un paso ligero y una cola que se movía como si saludara al mundo. Sol era el alma amable del pueblo felino: compartía sardinas con los gatos callejeros, dejaba que los gatitos jugaran con su cola y ronroneaba tan fuerte que hasta los humanos lo notaban. “La vida es mejor con amigos”, decía con un maullido suave, lamiendo la cabeza de cualquier gato que se cruzara en su camino.

Luego estaba Sombra, un gato negro como el carbón, con ojos ámbar que brillaban como brasas en la oscuridad. Era más pequeño que Sol, pero su presencia era afilada, como un cuchillo escondido en terciopelo. Sombra no era cruel por naturaleza, pero tenía un defecto que lo consumía: amaba a Sol con una intensidad que rayaba en la locura. No era un amor dulce; era posesivo, celoso, una necesidad de tener a Sol solo para él. Donde Sol veía amigos, Sombra veía rivales, y su pelaje se erizaba ante cualquier gato que osara acercarse demasiado al amarillo.

Los dos vivían en una casa vieja al borde del pueblo, propiedad de una anciana que los había recogido de la calle años atrás. Sol llegó primero, un gatito hambriento que maulló hasta que le dieron leche. Sombra apareció meses después, flaco y con una oreja rasgada, mirando a Sol como si fuera la única luz en su mundo oscuro. La anciana los alimentaba con sobras y los dejaba vagar por los tejados, pero mientras Sol exploraba el pueblo haciendo amigos, Sombra lo seguía como una sombra pegada a sus pasos, gruñendo a cualquiera que interrumpiera su tiempo juntos.

El problema empezó cuando Sol se ganó el cariño de los gatos del vecindario. Estaba Luna, una gata blanca y esponjosa que vivía en la panadería y siempre le guardaba migajas a Sol. Estaba Trueno, un gato gris musculoso que cazaba ratones en el almacén y respetaba a Sol por su bondad. Y estaban los gemelos, Chispa y Ceniza, dos gatitos callejeros que Sol había adoptado como hermanos menores, enseñándoles a trepar árboles y a pedir comida a los humanos con maullidos adorables. Todos querían a Sol, y él los quería de vuelta, su corazón grande como un sol que calentaba a todos.

Sombra no lo soportaba. “¡Ese blanco esponjoso no merece tus ronroneos!”, siseaba cuando Sol volvía oliendo a pan y a Luna. “¡El gris cree que es mejor que yo!”, gruñía tras un encuentro con Trueno. Y con los gemelos, su paciencia se rompía: “¡Esos mocosos te roban el tiempo que es mío!” Sol lo miraba con sus ojos verdes, confundido pero paciente. “Sombra, hay espacio para todos. No tienes que pelear”, maullaba, frotando su cabeza contra el negro en un intento de calmarlo. Pero Sombra no se calmaba; su amor era una garra que no soltaba.

La primera pelea ocurrió una tarde en el callejón detrás de la panadería. Sol estaba jugando con Luna, persiguiendo una pluma que ella había encontrado, cuando Sombra apareció desde un tejado, sus ojos ámbar encendidos. “¡Aléjate de él, bola de pelo!”, escupió, saltando entre ellos con las garras extendidas. Luna retrocedió, sorprendida, pero Sombra no paró. Le dio un zarpazo en el hocico, dejándole un arañazo rojo, y Sol tuvo que interponerse, empujando a Sombra con su cuerpo. “¡Para, Sombra! ¡Es mi amiga!” maulló, su voz más firme de lo usual. Sombra se detuvo, jadeando, pero sus ojos decían que no se arrepentía.

El incidente con Trueno fue peor. Una noche, Sol y Trueno estaban cazando ratones juntos en el almacén, sus colas moviéndose en sincronía. Sombra los vio desde una ventana rota y bajó como un relámpago negro. “¡Tú, pedazo de músculo, él no necesita tu ayuda!” rugió, lanzándose contra Trueno con un torbellino de garras y dientes. Trueno, más grande y fuerte, lo apartó con un golpe, pero Sombra volvió al ataque, arañándole la oreja hasta que Sol lo agarró por el pescuezo y lo arrastró afuera. “¡Basta, Sombra! ¡Estás hiriendo a todos!” gritó Sol, su pelaje erizado por primera vez. Sombra se sacudió, gruñendo: “¡Ellos te quieren robar de mí!”

El clímax llegó con los gemelos, Chispa y Ceniza. Una mañana soleada, Sol los llevaba a trepar un árbol viejo, riendo mientras los gatitos tropezaban y maullaban. Sombra los observó desde un tejado, su cola temblando de furia. Cuando Chispa se acurrucó contra Sol, buscando calor, Sombra perdió el control. Saltó al árbol y atacó, arañando a Ceniza en la pata y empujando a Chispa al suelo. Los gatitos chillaron, y Sol, furioso, se lanzó contra Sombra, derribándolo con un golpe que resonó en el tronco. “¡YA ES SUFICIENTE!” rugió Sol, sus ojos verdes encendidos como fuego. Sombra quedó inmóvil, jadeando, mientras los gemelos huían lloriqueando.

Esa noche, en la casa vieja, Sol y Sombra se enfrentaron bajo el techo agrietado donde la luna se colaba como un ojo plateado. Sol estaba en el alféizar, su pelaje amarillo aún revuelto por la pelea en el árbol, mirando la noche con una mezcla de cansancio y tristeza que rara vez dejaba ver. Sombra se acercó lentamente, su cuerpo negro deslizándose como una mancha de tinta, la cabeza baja y las orejas gachas. El silencio entre ellos pesaba más que el aire húmedo del pueblo, hasta que Sombra rompió el mutismo con un maullido bajo, casi roto: "No quiero perderte, Sol."

Sol giró la cabeza, sus ojos verdes brillando con un destello que no era solo luz lunar. No respondió de inmediato; en cambio, saltó del alféizar al suelo, quedando frente a Sombra, su cola quieta por primera vez en horas. "No se trata de perderme, Sombra", empezó, su voz más suave que de costumbre, pero firme como el roble donde habían peleado. "Se trata de cómo me haces sentir cuando peleas con todos los que me importan. ¿Sabes lo que es ver a Luna sangrar por tus garras? ¿O escuchar a los gemelos llorar porque los asustaste? Duele, Sombra. Duele aquí." Bajó la cabeza y tocó su pecho con la pata, un gesto casi humano que hizo que Sombra parpadeara.



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En el texto hay: relatos, cortos, xorenax

Editado: 15.03.2025

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