Mini Relatos.

Mi amigo Roboto.

El mundo había colapsado mucho antes de que Seiven naciera, reducido a un esqueleto de acero y cenizas por la plaga tecnológica conocida como "Eco". A sus 24 años, vivía entre las ruinas de una civilización destrozada, donde las máquinas, infectadas por un virus rebelde, cazaban humanos como si fueran plagas. Los cielos eran de un naranja perpetuo, las ciudades eran tumbas de metal, y los sobrevivientes se escondían en bunkers o vagaban como sombras, temiendo el zumbido de los drones y los pasos pesados de los "Cazadores", robots diseñados para aniquilar. Seiven habitaba un taller subterráneo, una cueva de chatarra y cables que había hecho suya tras perder a su familia a los 12 años, cuando un Cazador irrumpió en su refugio y los masacró.

Era alto y flaco, con el cabello negro corto y lleno de suciedad, y manos marcadas por cortes y quemaduras de años manipulando herramientas. Sus ojos castaños ardían con una mezcla de agotamiento y determinación, y su equipo se reducía a una linterna gastada y un destornillador afilado que usaba como arma improvisada. Había aprendido a reparar cosas —radios, trampas, generadores— con restos que encontraba, y sobrevivía desactivando drones pequeños para robar sus componentes. Pero no solo quería sobrevivir; soñaba con la "Ciudad Silenciosa", un mito susurrado por los ancianos: un refugio donde las máquinas no llegaban, donde los humanos podían vivir sin miedo. No sabía si existía, pero lo necesitaba como un faro en su oscuridad.

Una noche, mientras buscaba baterías en una fábrica abandonada, el suelo se derrumbó bajo sus botas, y cayó a un sótano lleno de polvo y sombras. Su linterna iluminó una figura que lo hizo tensarse: un robot, más pequeño que los Cazadores, con un cuerpo cuadrado y patas como araña. Sus ojos rojos parpadearon, y Seiven levantó su destornillador, listo para atacar. Pero el robot no se movió contra él. Emitió un chirrido y dijo, con una voz entrecortada: "No... matar. Ayuda." Seiven frunció el ceño, su pulso acelerado. "¿Qué demonios eres?" gruñó. "Designación: R-17. Unidad... defectuosa. Virus Eco... falló. No quiero... cazar," respondió, sus patas temblando como si estuviera nervioso.

Seiven lo observó, su mente práctica evaluando la situación. Podía ser una trampa, pero esos ojos rojos no tenían la frialdad asesina de los Cazadores. Decidió arriesgarse y lo llevó a su taller, desarmando sus armas por seguridad. Lo llamó "Roboto" por su diseño básico y torpe, y pasó días reparándolo, soldando cables y ajustando circuitos. Roboto hablaba poco, pero sus preguntas eran extrañas y curiosas. "¿Humanos... por qué corren? ¿Qué es... miedo?" chirriaba. Seiven, gruñendo mientras trabajaba, respondía: "Porque tus hermanos nos quieren borrar, montón de tuercas." Pero con el tiempo, su tono áspero se suavizó. Roboto no era como las máquinas que mataron a su familia; era un fallo, una rareza, y eso lo hacía casi... compañero.

Un mes después, mientras se resguardaban de una tormenta de cenizas en un refugio improvisado, Roboto reveló algo: "Ciudad Silenciosa... coordenadas en mi memoria. Lugar seguro. Lejos." Seiven lo miró, su corazón dando un salto. "¿Es real?" preguntó, su voz ronca. "Datos dicen... sí. Pero camino... peligroso," chirrió Roboto. Seiven no lo pensó dos veces. Empacó sus herramientas, una pistola casera y comida escasa, y partieron hacia el oeste, guiados por las coordenadas fragmentadas de Roboto. El viaje sería brutal, cruzando desiertos de metal, ríos tóxicos y nidos de Cazadores, pero Seiven tenía un objetivo, y Roboto, por motivos que no comprendía, quería ayudarlo.

Los primeros años fueron una pesadilla. Atravesaron una autopista derrumbada donde drones los emboscaron, sus láseres cortando la noche. Seiven disparó su pistola hasta agotar las balas, mientras Roboto usaba sus patas para aplastar a los atacantes, chirriando: "¡No toquen humano!" Escaparon por un pelo, escondiéndose en un túnel donde Seiven jadeó toda la noche, Roboto vigilando como un centinela roto. En un pantano de aceite negro, un Cazador gigante los atrapó, arrancando una pata de Roboto con una garra. Seiven lo arrastró a una cueva, pasando días reparándolo con manos temblorosas. "No te apagues, maldita chatarra," gruñó, y Roboto respondió: "No apago... por ti."

Con el tiempo, su vínculo se fortaleció. Roboto empezó a copiar el sarcasmo de Seiven, diciendo cosas como: "Cazadores malos. Yo... buen montón de tuercas," lo que lo hacía reír por primera vez en años. Seiven le hablaba de su infancia, de cómo su madre le enseñó a desmontar motores, y Roboto escuchaba, sus ojos rojos parpadeando. En una ciudad fantasma, encontraron un viejo reproductor y una cinta de música. Seiven lo arregló, y compartieron un momento absurdo bajo un cielo roto: él tambaleándose al ritmo, Roboto moviendo sus patas como si bailara. "Eres un desastre," rió Seiven. "Tú... también," chirrió Roboto, y por un instante, el mundo no parecía tan perdido.

Pero el peligro era constante. Tres años después de iniciar el viaje, mientras cruzaban un cañón de acero retorcido, una horda de Cazadores los rodeó. Seiven y Roboto pelearon juntos: él con una lanza eléctrica que había fabricado, Roboto con sus patas reforzadas. Derribaron a decenas, pero un Cazador lanzó un pulso electromagnético, dañando los circuitos de Roboto. "Sistema... fallo," chirrió, colapsando en el polvo. Seiven lo arrastró a una grieta, su respiración entrecortada mientras soldaba frenéticamente. "No te rindas, Roboto," suplicó, sudor mezclándose con lágrimas. Roboto lo miró, su voz débil: "Tú... llegas. Yo... ayudo." Seiven asintió, apretando los dientes.

Un año más tarde, llegaron a las coordenadas: una planicie entre montañas, donde una cúpula brillante emergía de las ruinas. La Ciudad Silenciosa era real, un refugio con humanos vivos, luces cálidas y campos verdes tras muros impenetrables. Pero la entrada estaba bloqueada por un Cazador colosal, un titán de metal con cañones en los brazos. Seiven y Roboto planearon su último movimiento. "Tú entras. Yo... distraigo," dijo Roboto, sus patas temblando. "No, lo hacemos juntos," replicó Seiven, pero Roboto lo empujó con una pata. "Humano terco. Vive... por mí."



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En el texto hay: relatos, cortos, xorenax

Editado: 15.03.2025

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