Parte 2 de 8
—¡Otra más!, pero ¿Qué está pasando? ¿Qué dicen los técnicos?—
—Que están trabajando en eso, pero que aun no dan con la falla— contesto Ernesto— dicen que se quedaran fuera de horario de ser necesario—
Salvador corto el intercomunicador, siempre lo mismo, habría que tener paciencia, pero en ese momento él no la tenía. Abrió un cajón, saco una llave que coloco en la terminal, luego introdujo un código de 16 dígitos y la versión electrónica del manual del director apareció en la pantalla. Tenía que averiguar qué estaba pasando antes de que la falla del sistema se hiciera crítica.
¿Estarían sufriendo algún ataque? No sería raro, con tanto terrorista dando vueltas suelto por ahí.
—Permiso señor— Le interrumpió Angustias – hay alguien que quiere hablar con usted—
—Dígale que vuelva más tarde, ¿no ve que estoy ocupado?—
—Si señor, pero dice que lo envían del ministerio y que es urgente, o algo así, no le entiendo bien—
—¿Del ministerio? ¿Qué dice? ¿Esta bromeando? Del gobierno querrá decir—
—No, no, el insiste que es del ministerio— insistió Angustias— Me ha mostrado una carta credencial que lo acredita, pero yo no le he visto nunca—
—Bueno— suspiro resignado Salvador, ¿Qué otra cosa podría pasar hoy?— dígale que pase—
—¿Le pido a los guardias que lo desarmen?, el no quiere dejar sus armas en recepción—
Salvador levanto a desgana la vista de la pantalla, como interrogándola.
No hizo falta que Angustia intentara una respuesta. La puerta del despacho se abrió abruptamente y un fornido legionario ingreso por ella, sin muchos miramientos y se cuadro firme ante él saludando con el brazo derecho en alto, al mejor estilo fascista. Un frio recorrió la nuca de Salvador.
—Ave Exarca, Nomen mihi est Marcus – se presento
—¿Qué?, Angustias, un traductor urgente— pidió, ignorando que Angustias siempre había sacado buenas notas en Latín.
No hizo falta que viniera nadie, en esos momentos ingresaba Salvatus González, el agente del ministerio destacado en la Cádiz romana.
—Buenos días señor— saludo— disculpe, está muy apurado y no he logrado contenerlo—
—¿Qué es esto González?— urgió Salvador
—Ya le explico, deme un minuto por favor— pidió el mencionado González, al tiempo que, en latín, se dirigió al legionario explicándole algo y rogándole alguna otra cosa. El soldado pareció estar de acuerdo, bajo el brazo y se paro marcialmente en posición de descanso.
Luego, dirigiéndose a Salvador previo pedir confidencialidad, lo que obligo a que Angustias, bastante ofendida, abandonara la oficina, le conto una extraña historia relacionada con el soldado allí presente y la posibilidad, según el mismo decía, de que el ministerio dejara de existir, o de hecho nunca existiera, si no se rescataba a su jefe.
¿Y quién era su jefe?
¡Nada menos que el emperador Constantino!
Salvador no podía dar crédito a lo que oía, ¿sería esa la explicación a lo que estaba sucediendo?
Desesperadamente consulto el “Manual del Director” que aun permanecía abierto en su ordenador. Por la expresión de su cara pareció que sus temores se confirmaban.
Aparto la vista del manual, se reclino en la silla, junto sus manos frente a su boca, como si fuera a rezar; medito unos segundos y luego, reparando en el legionario le pidió a González que lo alojara adecuadamente en el ministerio, explicándole que ya estaban trabajando en el tema y que lo llamarían ni bien tuvieran una respuesta. González acepto con un si de cabeza
Mientras González regresaba busco en los correos electrónicos archivados, hasta que lo encontró. Efectivamente ahí estaba, miro la fecha y comprendió, había llegado durante el tiempo que se había ausentado durante aquella expedición a las misiones guaraníes del 1600. El sistema lo había archivado automáticamente al no ser abierto durante el tiempo estipulado y él no lo había advertido. Solo restaba esperar que no fuera demasiado tarde para subsanar el error.
—Así es amigo. Es verdad, aquí está todo como usted lo advirtió. No tiene usted responsabilidad alguna en el tema. Ha hecho bien en traerlo— acepto ante el patrullero— Me imagino el problema que esto debe ser para ellos, tanto o más que para nosotros.— suspiro — ¿y que sugiere usted que hagamos?—
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Salvatus González volvió a explicar, sucintamente esta vez porque ya todos habían escuchado la historia, como se había involucrado en este problema. Volvió a referir el susto de muerte que se llevo la última vez que, al regresar a Cádiz en el 30 ADC, se encontró con Marcus apareciendo por una puerta contigua en los baños de la ciudad y como al querer, por curiosidad, entrar por esa puerta el legionario lo descubrió y casi lo mata. Fue para evitar pasar a mejor vida que se identifico como agente del ministerio y, para su sorpresa el legionario lo soltó, le conto la extraña historia que ya sabían y le pidió ayuda. Eso los había llevado hasta allí.