Ministerio del Tiempo - cinco libros apocrifos

Tiempo de Perdida – 1813 – Perdida por mucho tiempo - parte 7 de 8

Parte 7 de 8 Valençay.

Era una suerte que Napoleón, en su interés por mantener alguna apariencia de legalidad y asegurar la colaboración de su huésped, si fuera necesario alguna vez, hubiese decidido colocar, aunque sea nominalmente, bajo dominio español los dominios donde tenía cautivo al real heredero que legalmente tenía derecho a la corona que ahora portaba su hermano José “Pepe Botellas”.

Por su puesto esta “dominación” española sobre las zonas de Valençay, carecían de todo sentido, pero eran suficientes para permitir el funcionamiento de una puerta del ministerio.

En el ministerio tenían prohibido usar esa puerta, por orden real. Sin embargo, como la alternativa para cumplir la orden del edecán hubiese significado exponer a agentes inexpertos a recorrer cientos de kilómetros por territorio enemigo, se autorizo excepcionalmente su uso.

Uno a uno fueron atravesando la puerta y entrando en la pequeña ciudad, más que ciudad una aldea que no llegaba a los dos mil habitantes, cuyo único merito, aparte de tener al rey español como prisionero era poseer un queso de relativo renombre.

Caminaron lentamente por las estrechas calles. Tanto la pequeña socióloga Yanay como José, el ingeniero, era la primera vez que caminaban por otra época y todo les llamaba la atención.

La suciedad y pobrezas generales herían su susceptibilidad, especialmente de Yanay que confirmaba su certeza de que la situación de esas pobres gentes se debía a la acción de los reyes de Francia

  • ¡Y eso que no estuvisteis aquí en la época de … de… hay, ¿Cómo se llamaba ese rey tan poderoso que sus buenos dolores de cabezo nos causo— se preguntaba Rafael tratando de recordar a Luis XIV
  • No importa cómo se llamara abuelo. Me alegra que la revolución los haya derrocado a todos dijo con enojo la socióloga y más despacio, por las dudas, agrego— lástima que aun tengamos los nuestros—
  • Bueno basta de hablar— dijo José— vamos así allí, a la puerta esa que nos dijeron y se encaminaron a la residencia indicada.

Al llegar, antes de llamar, Yanay noto que José no estaba

  • ¿Dónde se ha metido? – pregunto a Rafael
  • ¿Quién? –
  • José, el ingeniero cordobés –
  • ¿Un ingeniero?¿para qué necesitamos un ingeniero?—
  • Huyyy— gruño— espera aquí Rafael, lo voy a buscar. Ahí está – dijo indicando hacia un pequeño tumulto donde se veía al joven haciendo jueguito con una pelota de trapo en medio de un nutrido grupo de chicos que le miraban asombrados.
  • Vamos – le dijo tomándolo jocosamente de una oreja, cuando José se agacho para levantar el balón del suelo
  • Hay no tires que duele— grito entre risas, ante la pulla general de los niños, que seguramente recordaban el accionar de sus madres. Que las madres siempre han sido madres, en cualquier época del mundo
  • Vamos José, hagamos lo que nos han pedido y luego te quedas un rato a jugar— lo amonesto Yanay y regresaron junto a Rafael

En la puerta los atendió un hombre servicial, pero hosco. Evidentemente o no tenía la educación necesaria o no estaba conforme con el soberano a quien serbia.

  • Pasen, “su alteza” los atenderá aquí — les dijo y se marcho

Al rato, por una puerta del fondo de la habitación, acompañado por dos criados, apareció un hombre de unos treinta años, no muy agradable, por lo menos no para los cánones modernos, que con paso despatarrado se encamino hacia ellos.

Al verlos se dirigió directamente a Rafael, el mayor del grupo, a quien tendió la mano en evidente acto de beneplácito que el viejo agente realizo cumplidamente besando la real mano.

Luego dirigió una mirada rápida a José, a quien tomo por un plebeyo o persona de rango menor y, por su puesto ni miro a Yanay, que, aparte de ser mujer, tenía la piel cobriza y el porte achaparrado que la identificaba plenamente como una indígena de los reinos sudamericanos, indigna por tanto de la atención real.

Muy grande fue el esfuerzo que tuvo que hacer la muchacha para no saltar a la real yugular del “capullo” que tenía delante.

La fuerte mano de José y la mirada reprobatoria de Rafael ayudaron a contenerla.

  • Y bien señor, ¿Qué os trae a mi presencia?. Me dijeron que teníais, para mí, noticias de una persona real. ¿acaso será que el emperador se ha decidido a adoptarme?— dijo esperanzado en que la respuesta le llegara del mismo Napoleón ante quien no había dudado en rebajarse hasta el punto de solicitarle sea su padre adoptivo.
  • Me temo que no su alteza – dijo Rafael – se trata de un presente que os quiere hacer llegar una parienta lejana – concluyo mientras le pedía a la muchacha la caja

Esta se la entrego a regañadientes, mientras le maldecía, en quechua

  • Ojala se te atraganten cabron —.

Rafael, que entendía el idioma la miro con una mescla de miedo y reprobación

  • Que quiere, me cae mal — se excuso en un susurro Yanay
  • Su alteza – Pidió Rafael extendiendo hacia la real figura la caja que le dieran
  • Ah — fue el despectivo comentario del convidado, mientras tomaba una confitura de la caja y se la metía en la boca



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En el texto hay: fanfic, fan fic del ministerio del tiempo

Editado: 11.01.2025

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