Natalie
No me gusta llegar temprano al salón de clases, prefiero quedarme afuera y correr por los pasillos segundos antes de que suene el timbre, le da un toque de emoción a mi día, sobre todo si se trata de la clase de matemáticas.
Tecleo frenéticamente los números en la calculadora, apunto el resultado que arroja, pero luego me doy cuenta de que el resultado de mi ecuación no tiene sentido, suelto un bufido y lo borro. Sé que las ciencias exactas son importantes, sin embargo, no nos llevamos bien. Ellas son como el aceite, yo soy el agua, no hay manera de que nos unan, no pueden culparme, culpen a la naturaleza, que así lo quiso.
Una risita llega a mis oídos, arrebatándome la concentración, alzo la cabeza con las cejas entornadas, buscando al causante de semejante ultraje. Mis hombros se tensan más al encontrarlo de pie frente a mí, carga una mochila negra y acaricia el borde de mi mesa.
El problema de matemáticas ya dejó de serlo, ahora Shawn Price es el principal causante de mi estrés. Regreso la vista a mi libreta, ya sin prestar atención, de reojo contemplo todos sus movimientos y me aseguro de que no se me acerque demasiado. Se deja caer en el asiento a mi lado, no despega sus ojos de mí, finjo que no me inquieta su presencia, aunque por dentro soy un maldito volcán a punto de erupcionar.
El viernes, después de que me dejó en la acera de mi casa, depositó un beso en mi mejilla y repitió las mismas palabras que había dicho afuera de la fiesta. Todo el fin de semana no dejé de darle vueltas al asunto, admito que suspiré un poco… ¡De acuerdo! Suspiré un montón.
—Hola, preciosa —dice. Muerdo mi labio con mucha fuerza, el calor se concentra en mis mejillas. Sip, el volcán va a explotar.
—Hola —suelto. Aplano los labios y me muevo para que el cabello me cubra el rostro, quizá de esa manera comprenda que no puede hacer estas cosas. Me gustaba más que se sentara adelante, así podía espiarlo, definitivamente estar bajo su escrutinio no es algo que me haga sentir cómoda. Creo que estoy sudando.
—¿Sabías que la tarea es para hacerse en casa? —pregunta, divertido. Me atrevo a darle una mirada por el rabillo del ojo, Shawn revisa el reloj que lleva en la muñeca—. Te quedan siete minutos.
—Si te callaras podría concentrarme, sería más sencillo —susurro.
Me atraganto cuando mueve su silla y se pega a la mía, su rodilla me da un golpecito. ¡¡Santa madre!! Mueve mi silla y la pega a la suya.
—¿Por qué? —cuestiona en un susurro uniendo su boca a mi oído, creo que he entrado a un mundo paralelo—. ¿Te pongo nerviosa?
—S-sí, la verdad es que sí, y necesito hacer esto. Reprobé el examen de la semana pasada, el profesor Golden me enviará a detención si no entrego la tarea.
—Puedo hacer tus problemas en cinco minutos con una condición —dice en voz baja sin alejarse. A pesar de lo peligroso que es girar el rostro y mirarlo a los ojos, lo hago.
—¿Cuál?
—Que me dejes enseñarte cómo se hacen después. —Asiento sin dudarlo. Sin embargo, no ha acabado—. Y que tengamos una cita.
¿Qué acaba de decir? La respiración se me queda atorada cuando me doy cuenta de lo cerca que está, ¿qué le pasa? No debería invadir mi espacio personal. Casi quiero reír con ese pensamiento, como si de verdad lo quisiera lejos.
Me está mirando fijamente con esos ojos tan oscuros, siento que quiere tragarme con ellos, así que llevo mi vista a la hoja llena de números. No puedo pensar en nada, solo en la noche del viernes, en sus labios besándome.
De hecho, desde que sucedió, no he dejado de pensar en Shawn.
—Disculpa, no te entendí —susurro.
Quiero echarme a correr, esconderme debajo de la cama como cuando temía que Sullivan saliera del closet. El problema es que me gustaría encerrar a Shawn en mi closet… conmigo adentro.
Cada vez lo veo más cerca, sonriendo. ¡Carajo! ¿No puede dejar de sonreír o qué demonios? ¿Que no ve que me convierto en una gelatina si lo hace?
Me tenso cuando su brazo se escabulle, lo coloca en mi respaldo y se inclina hacia mí. Quizá la silla se está encogiendo, de lo contrario no entiendo por qué es tan pequeña, no hay espacio para crear distancia.
—Sí me entendiste, preciosa. Hago tus problemas si sales conmigo. —Él necesita parar, no puede llamarme de ese modo si no quiere ir por un trapeador para limpiar cuando me derrita.
—Eh… no puedo —digo, buscando una salida. La puerta está muy lejos, quizá la ventana podría servir, el único problema es que estamos en el tercer piso y acabaría hecha un sticker.
Se acerca más si eso es posible, así que me hago para atrás, olvidando por completo que la jodida silla es diminuta. La mitad de mi trasero está volando, Shawn se da cuenta de mi falta de estabilidad, así que piensa que rodear mi cintura es aceptable.
—Nat, el tiempo está corriendo. —Como parece que todas mis neuronas andan de fiesta, solo afirmo moviendo la cabeza. Me gano una sonrisa de lado, me arrebata el lápiz y me obliga a acomodarme en el asiento.
Puedo respirar hasta que toma la hoja y me suelta.
Ahogo un suspiro en mi boca al tiempo que lo observo sacar sus lentes de la mochila para colocárselos mientras los resbala por el largo de su nariz. Frunce el entrecejo y contesta todo con demasiada rapidez.
—¿Eres una computadora o cómo lo haces? —cuestiono, dirige su mirada hacia mí con lentitud y guiña. ¡Que alguien me eche agua! ¡No! Mejor que me arrojen a una piscina.
—Ya sabes, soy un genio —murmura, regresando a mi tarea.
—¿Serías mi esclavo de las tareas? —Suelta una risita despreocupada, mientras hace algo con la calculadora y borra mis garabatos.
—Solo si eres mi esclava de las citas.
—Eso es chantaje —digo divertida.
—Lo sé, pero es lo único que se me ocurrió. —Va en el número ocho, nada más faltan dos. ¡Joder! Yo puedo mirar los problemas por horas sin saber qué poner y él los hizo en menos de cinco minutos, ¿es eso posible?