Mírame desde otra perspectiva

Capítulo 2

Galia

El sueño estaba matándome y rogaba por no acabar estrellándome la cabeza contra un poste antes de llegar al trabajo. Levantarme a estas horas de la mañana ya era una costumbre, pero eso no decía que dejaría de sufrir mi falta de sueño.

Entre por la puerta de servicio, dejando la manzana, que mi madre había insistido tanto en que comiera en el camino, encajada en mi boca a media mordía cuando sacaba las llaves del casillero de mi mochila.

—Buenos días, Galia —Me saludó una mujer de cabello rubio, con una sonrisa más fresca que la lechuga del Sándwich que se me olvidó en casa para desayunar.

—Buenos días, señorita Riven.

Ella era la gerente del lugar, por lo tanto, mi jefa.

Era de lo más dulce conmigo. Diría que solo tenía esa consideración conmigo por ser una de las más jóvenes del equipo, pero ninguno de los que trabajaban aquí podían contradecirme cuando decíamos que está mujer era un sol, incluso ahora, que pasaba por esos cambios de de humor del primer trimestre de su segundo embarazo.

—¿Has dormido bien? —Preguntó para después darle un sorbo al termo que tenía en la mano.

—Claro.

Me señaló sus ojos y con eso ya sabía a lo que se refería. No intentaba esconder mi ojeras, no eran tan graves como para preocuparme por ellas, pero al menos si me gustaba disimularlas un poco con la capa suave de maquillaje que siempre usaba.

—Ah, la universidad se está poniendo algo pesada.

—Ya he hablado de esto contigo varias veces. Si se te hace complicado esto de trabajar y estudiar al mismo tiempo, no tengo ningún problema en que dejes el trabajo.

—Le prometo que si estoy durmiendo bien, pero necesito mínimo 10 minutos para espabilarme.

—¡Ah, qué alivio! —La expresión le cambió a una más juguetona y relajada —No me gusta para nada la idea de dejarte ir, pero es mejor eso a que termines con fatiga o algo peor. Aunque, también está el hecho de que nos dejarías sin esas recetas que le presentas a la dueña.

—Eso me recuerda —Antes de guardar mi mochila, saque una pequeña caja blanca —. Le traje unas cuantas barras de granola con frutos rojos hechas en casa. Una de mis tías es doctora; dice que la granola es buena durante los primeros meses del embarazo, le ayudará... con los... antojos —Creí que estaría feliz por el regalo, pero mejor me quede callada cuando empezó a llorar como desconsolada, me asusté hasta darme cuenta de que era uno de esos cambios de humor.

—¿Sabe que? Mejor, usted quédese aquí —La tomé suavemente de los hombros hasta que tomara asiento en uno de los sillones y deje la caja en la mesa centro —, pruebe una e intente relajarse un poco antes de salir.

Me aseguré de dejarla comiendo tranquila en el cuarto de los empleados antes de salir y tirar el corazón de manzana en el cesto de basura junto a la barra. Solo faltaban diez minutos para las seis en punto y ya teníamos clientes esperando en fila.

Durante la siguiente media hora, mi cara había recibido tanto vapor de la máquina de café como para ahorrarme una sesión en un sauna. El olor del café recién colado y la leche caliente me tenían sumergida en un suave limbo cuando mi teléfono sonó.

—¿Hola?

—Hola, hermanita.

—Alexander —Conteste feliz poniéndome el teléfono entre el cuello y el hombro —¿Acaban de salir de casa?

—Lo habríamos hecho antes, pero tuvimos que esperar a que Nikolai le pidiera a mamá que le amarrara la corbata.

—A mi no me culpes —Berreó al otro lado de la línea—. Nadie mandó al idiota de Edmon a romper el gancho de mi corbata.

—¿Quién te manda a ti a no saber amarrar una corbata a los 22? —Agregue guardando dos vasos de café en uno de esos paquetes de cartón.

—Galia, por favor. Ya tengo a estos dos en contra de mi aquí, como mínimo deberías apoyarme.

—Bien, que Edmon te consiga otra corbata con gancho y asunto arreglado.

—No se trata de eso, estamos hablando de principios.

—Aja, ¿lo vas a querer descafeinado? —Solte, restando importancia a su pequeña riña.

—Si —Suspiro derrotado.

—Y ustedes dos, ¿lo de siempre?

—Ya lo sabes, hermanita.

—Bien, pueden pasar en 20 minutos.

Me despedí y colgué la llamada para comenzar con los pedidos pendientes antes de centrarme en el de mis hermanos.

El recuerdo de su primera visita aún lo tenía muy latente en mi cabeza.

En mi primera semana de trabajo, vinieron aquí, según ellos, como clientes; Con toda la pena, termine pidiendo mis primeros diez minutos de descanso, ya que los tres llegaron ocupando una mesa, cual grupito de amigas.

Siempre me pareció muy tierno de su parte que hayan venido con la intención de ver que tal me iba en mi primer trabajo, aunque al final eso no les sirviera como excusa para librarse de la reprimenda de papá.

El ser hijos de su propio jefe podría tener su lado bueno, pero en su caso, el llegar tarde era algo con lo que no debían jugar.

&

Café, Crema de leche, Canela y una base de Sirope de Amaretto.

Este último, era el toque especial del café preferido de dos de mis hermanos.

El sirope de amaretto era muy poco conocido en este continente y consumido todavía menos. Era como una especia rara pero extremadamente deliciosa, con ese toque fresco y frutal.

Siempre guardaba una pequeña botella dentro de mi casillero.

No era gran cosa, pero era un punto y aparte el que mis superiores se enteraran de que me la pasaba agregándole esto al café, por esa razón acostumbraba marcarlos como Cappuccinos, Espressos o Americanos en el recibo para librarme de problemas.

Justo ahora estaba terminando de ponerle la tapa a los envases, fui al a la parte de atrás para guardar el sirope de nuevo en el casillero, pero cuando regrese para empezar con el Caramel Macchiato descafeinado de Nikolai, sentí que la sangre se me había ido a los pies.




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