Mírame desde otra perspectiva

Capítulo 3

Galia

Esto era un jodido martirio.

Había pasado casi toda la noche sin poder pegar el ojo, dando vueltas entre mis sábanas sin poder dormir más de una hora seguida.

Después de que hiciera ese acuerdo con aquel tipo por el café, a mi mente le había sobrado tiempo para torturarme con casi todas las posibles situaciones donde yo terminaba despedida y sin empleo o en la peor de las circunstancias, quizás con una denuncia por manipulación ilegal de alimentos.

Despegue la cara de mi almohada, viendo las 4:30 de la madrugada en el reloj junto a mi cama. Quedaba solo media hora antes de que mi alarma sonara y no tenía caso intentar volver a dormir.

Hice las sábanas a un lado y comencé a caminar, arrastrando los pies hasta el baño.

Me bastó una ducha caliente para que 20 minutos después, estuviera sentada en la isla de la cocina tomando el desayuno.

—Buenos días, cariño.

—Buenos días, mamá.

Se acercó hasta mi lugar para dejar un beso en mi frente y apoyarse sobre su codo en el mármol de la isla.

—¿Ya tienes todo listo?

—Si. ¿Papá sigue dormido? —Pregunté, tomando otra cucharada de mi plato de cereal.

—Él y tus hermanos llegaron de madrugada, otra vez. Tres días seguidos de estar llegando tan tarde, tu padre consideró que podían darse el lujo de dormir un rato más.

—¿Por qué hoy no te tomas ese lujo también?

—Alguien tiene que estar despierto para saber cuando te vas. Le diré al chofer que encienda el auto.

Tomó el interfón junto al marco de la entrada mientras yo levantaba los trastes usados. Rápidamente subí hasta mi habitación por mis cosas, sin olvidar antes despedirme de mi padre y mis hermanos desde la puerta de sus habitaciones, aunque de ellos solo recibiera una despedida entre sueños.

&

Llegué al trabajo a tiempo para que la señorita Riven hiciera su lluvia de preguntas referente a lo que pasó el día anterior.

—Entonces, ¿No pasó nada grave?

—Ya se lo expliqué. Fue un exceso, tenía hambre y casi me acabé los muffins yo sola, eso fue lo que me cayó mal.

—Y el joven que vino ayer, ¿te dijo algo malo, te hizo indecente?

—No.

—Bien... Ya sabes, si te sucede algo, solo dilo y nosotros te apoyamos.

—Gracias, señorita.

Después de que se fuera, pasé casi todo mi turno intranquila. Sentía que en cualquier momento, él pasaría por esa puerta.

El que en toda mi jornada, ni en todo lo que resto de la semana asomara su nariz por aquí, me dejó bien en claro cuando dijo que vendría solo de vez en cuando y que no era necesario que me mortificara día tras día.

Que mala pasada era, que para que mi cerebro pudiera entenderlo por fin, tuve que pasar una semana como paranoica.

Pero, ya era viernes.

Eran las 09:13 de la mañana y estaba de pie junto al horno de la cocina cuando la cara de Oliver se asomó por la puerta.

—Galia, ¿Estás muy ocupada?

—Depende —Conteste, poniendole más atención a lo que se horneaba al otro lado de la ventanilla del horno.

—Llegaron unos pedidos...

—¿No puedes tomarlos tú o alguien más?

—No es cosa de que nos falten manos, es un tipo, pide que solo lo atiendas tú.

Eso me hizo encrisparme en cuestión de segundos, dejando de lado lo que estaba haciendo y regresando la inquietud que había logrado alejar durante toda la semana.

—¿Lo conoces?

—Masomenos —Le contesté, pasandole por un lado.

Salí del pequeño cuarto para encontrarme a la señorita Riven frente a la barra con ambas manos en la cintura mientras lo acribillaba con la mirada.

—Aquí ningún cliente tiene atención personalizada, si sigue insistiendo con lo mismo, no tenga dudas en que llamaré a la policía para reportarlo —Le advirtió con un tono hostil.

Me acerqué por la espalda para tomarla de los hombros. Estaban tensos.

—¿Todo bien, Señorita?

—Es este tipo, no quiere aceptar el servicio de nadie, y ahora me sale con que solo tú lo atiendas.

—Que solo ella sepa hacer el café como me gusta no es un crimen —Comentó con objetividad, haciendo que mi jefa se fastidiara todavía más.

—No crea que no me acuerdo de usted, acosador.

—¿Acosador? —Pregunto, alzando una ceja.

—Cómo escucho. Viene un día como si nada, diciendo que se la encontró de noche en un callejón y comienza a tratar asuntos personales con ella. Si eso no es acoso ¿No sé cómo lo llame usted?

—Tranquila, Señorita Riven. Solo quiere que lo atienda y se irá. ¿Verdad?

—Así de sencillo.

—Confíe en mí —Le susurré al oído —. Si piensa en intentar algo, con arrojarle el café en la cara y darle con la charola en la cabeza, les dará tiempo de llamar al 911.

—Claro que confío en ti; En él, para nada.

Se fue, no sin antes lanzarle una mirada amenazadora.

—Entonces, ¿Qué vas a pedir?

—Un vaso de café y dos americanos para llevar.

—Te los llevó en un momento.

Lo seguí con la mirada hasta que tomó asiento en una de las mesas junto a la ventana.

No creí a mis 20 años, ya le tendría tanto miedo a una rutina.

&

—Aquí están, acosador —Deje el portavasos enfrente de él.

—Tengo nombre.

—Aquí la diferencia, es que yo no soy una fisgona como para preguntar el nombre de alguien que, se supone, solo voy a ver de vez en cuando.

—¿Ahora también soy un fisgón?

—¿Prefieres que te siga llamando acosador?

—Touche.

La alarma de mi teléfono sonó.

—¡Oliver, ¿Puedes sacar los cuernitos del horno?! —Le grité desde el otro lado de la cafetería, confirmando que me había escuchado sobre todo el mar de conversaciones en el lugar cuando me alzó el pulgar y se metió a la cocina.

—Aparte de hacer café, ¿también haces repostería? —Me entregó el par de billetes que acababa de sacar de su billetera.




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